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Mario de las Heras

Urtasun es el ministro que sonríe a los etarras, pero no a los toreros

La entrega del último Premio Nacional de Tauromaquia, concedido a El Juli, tuvo un vergonzoso protagonista en el ministro que se negó a aplaudir al gran torero madrileño

Madrid Actualizada 04:30

El ministro Urtasun, sonriente, junto al ministro Bolaños, en un reunión con políticos de BilduEuropa Press

Pocas veces la calidad democrática (qué democrática, ¡humana!) de un gobernante se vio tan claramente en un simple gesto como sucedió en la entrega del último Premio Nacional de Tauromaquia. Julián López «El Juli» era el premiado, y el torero subió al escenario donde le esperaban el ministro Urtasun, los Reyes de España y el secretario de Estado de Cultura, Jordi Grau.

Ni el primero ni el último aplaudieron al matador mítico, niño prodigio y figura durante un cuarto de siglo. Don Felipe sí aplaudía, como Doña Letizia, ambos con una sonrisa esplendorosa, la habitual, ni mayor, ni menor que otras, para homenajear a un Premio Nacional.

El activista

No solo no aplaudieron Urtasun y Grau (los responsables de la eliminación de dicho Premio Nacional, que era el último, por el momento), mostrando toda su pequeñez personal, sino que adquirieron el rictus del activista cortaautopistas, de esos que los conductores tienen que apartar como si fueran muebles y al volver al volante se los vuelven a encontrar en el mismo sitio.

A más de uno de estos un conductor superado por la injusticia le ha pasado por encima. El Juli le pasó por encima a Urtasun y a Grau cuando les tendió a ambos la mano que los otros no le tendieron a él, y con la sonrisa en el rostro. Parecía que Urtasun y Grau eran un ministro y un secretario de Estado entregando un Premio Nacional, pero no.

Urtasun y Grau eran dos activistas con su chaleco reflectante y un megáfono invisible a través del cual no hablaban, sino que se les retrataba. No se recuerda un bochorno protocolario semejante desde que Pedro Sánchez y señora se pusieron al lado de los Reyes en el besamanos hasta que fueron desalojados.

Urtasun fue desalojado por la elegancia de El Juli (aunque allí permaneciera), pero sobre todo por sí mismo en su propia indignidad y ridículo. Su expresión forzadamente sombría cuando apareció el torero era la de un niño soberbio, maleducado y enfurruñado, un suceso lamentable, uno más de un Gobierno que es el retrato de Dorian Gray si obviamos este episodio de las señoritas de Aviñón: el ministro y su segundo.

De la podredumbre de dicho retrato habla en el interior del desván el cuadro real encerrado bajo llave tal y como sucedía en la novela de Oscar Wilde. El Gobierno no se mira en él para no asustarse de su amoralidad y depravación, pero en ese lienzo también está pintada, entre todas las demás iniquidades superpuestas, la radiante sonrisa de Urtasun a los herederos de la ETA.