Malinche trata sobre la Hispanidad y sobre la libertad y por eso la izquierda lo odia
El musical de Nacho Cano es un grandioso espectáculo como pocas veces se ha visto en Madrid, con una puesta en escena asombrosa y unas coreografías imposibles
En los últimos meses, el musical de Nacho Cano, Malinche, ha estado en el ojo del huracán por motivos ajenos a la creación artística. Y es una pena, porque Malinche es un espectáculo como pocas veces se ha visto en Madrid.
Siguiendo las noticias en prensa, uno puede preguntarse qué hay detrás de la campaña contra Nacho Cano y contra su musical, y por qué la izquierda mediática ha cogido tanto odio a este espectáculo.
Basta con comprar una entrada y acercarse a Ifema, donde se está representando, para comprenderlo.
Malinche es un espectáculo grandioso, un ejercicio de excelencia creativa donde Nacho Cano ejerce su libertad más absoluta, con respeto, con sentido común, para dedicar a la Hispanidad, al mestizaje y a la fundación de una civilización sustentada en la tolerancia y los derechos individuales, un canto de amor, admiración y orgullo. Y por eso la izquierda lo odia.
¿De qué trata Malinche?
La historia del musical Malinche es la historia de Hernán Cortés y la conquista de México en 1521.
La protagonista es Malinche, una india del pueblo nahua que vivía en una población del imperio azteca. Para evitar que la sacrifiquen al dios de la guerra durante un asalto para la toma de prisioneros, su madre la vende como esclava cuando tenía tan solo 9 años.
Con la llegada de los españoles comandados por Cortés, Malinche y otras esclavas son entregadas como regalos a los españoles. Cortés manda bautizarlas y las libera. Malinche pasará a ser intérprete, guía y amante del conquistador extremeño y jugará un papel central en el establecimiento de lazos diplomáticos con los tlaxcaltecas y la conquista del imperio azteca.
Malinche, tradicionalmente vilipendiada en México por ayudar a los españoles, es tratada en el musical de Nacho Cano como lo que realmente fue: una víctima. Una mujer vendida como esclava por su propia gente en dos ocasiones y que solo recupera la libertad cuando los españoles ponen sus pies en México.
El musical de Nacho Cano (fruto de más de diez años de trabajo) es, en ese sentido, un canto a la Hispanidad, a sus logros civilizadores, a su aportación cultural, social y política al continente americano, y a la importante labor de evangelización que puso fin a graves injusticias como la esclavitud o los sacrificios humanos.
Nacho Cano propina una legendaria bofetada a la leyenda negra antiespañola y, ya de paso, a todas las aberraciones de la ideología woke.
Porque Malinche es una de las expresiones culturales anti woke más sorprendentes a las que se pueden asistir en este momento. Es anti woke, sobre todo, porque es un notable ejercicio de libertad desacomplejada, sin miedo a la cancelación ni a las inquisiciones modernas provenientes de la izquierda.
San Juan de la Cruz, como explicó el mismo Nacho Cano al salir a saludar al público tras la función, es una de las fuentes de inspiración del musical.
«San Juan de la Cruz decía que cuando nos vayamos al otro lado nos examinarán del amor y aquí lo que tenemos es amor por nuestra historia, amor por el arte, amor por el amor. En definitiva, Malinche es una historia de amor. Es la única historia de amor en la historia que ha dado lugar al nacimiento de una nueva raza», explicó el compositor.
En Malinche no se juzga a nadie, sino que se trata de comprender y de contextualizar. Ni siquiera se condena a la cultura azteca, sí a sus aberrantes prácticas como los sacrificios humanos.
Pero incluso estos se afirma que hay que contextualizarlos en la cosmovisión de los aztecas, del momento histórico, social y cultural del México prehispánico.
Del mismo modo que no se puede acusar a España de genocidio, tampoco se puede condenar al imperio azteca sin comprender ni siquiera en qué mundo se asentó su civilización.
Es particularmente interesante el tratamiento que en el musical se hace del emperador Moctezuma, un rey cuyas decisiones se rigen en función de lo que es mejor para su pueblo, y no para sus intereses personales.
Convencido de que la llegada de Cortés es un designio divino, no duda en entregar el trono de Tenochtitlan y poner fin a los sacrificios humanos con una condición: que se respete la vida de sus pobladores.
El musical tampoco es una visión idealizada de la conquista americana. Se subraya la gallardía, la valentía y la insensatez de un puñado de españoles bravucones que llevaron a cabo una de las gestas más importantes de la humanidad.
Pero tampoco se oculta la enfermiza obsesión con el oro por parte de los conquistadores o la torpeza de Pedro de Alvarado que desembocó en la rebelión de los mexica y en la Noche Triste.
Ese mensaje, un tanto ecléctico, pero bien hilado, se resume en el estribillo de la canción final de Malinche, Hijo de la guerra: «Soy hijo del mezcal, de la espada y el flamenco, soy puro americano, mexicano y español. Orgulloso de mis comienzos, de mis genes y el encuentro».
Puro arte
A nivel artístico, ¿Qué decir? Malinche es puro arte. Nacho Cano vierte todo su talento en un musical en el que se fusiona el rock, con el pop, el flamenco y la música urbana de forma descarada y fresca, sin complejos. Con absoluta libertad.
La música tiene el sello de Nacho Cano. Al fin y al cabo, este es su musical. Una propuesta de autor, personalísima y, como consecuencia, honesta.
Los actores son magníficos, las voces portentosas, y la dirección, perfecta. En este tercer año de Malinche sí se percibe que el musical está aún echando a andar, con ajustes para perfeccionar la propuesta, lo cual se deja notar sin resultar molesto.
Los escenarios y el vestuario son extraordinarios: barrocos, deslumbrantes, de una imaginación admirable. El espectáculo de baile flamenco al final del primer acto ha sido de lo más aplaudido por el público.
Todo ello para expresar una admiración por México, por España y por la Hispanidad. Por la cultura del mestizaje, de la tolerancia y la convivencia. Sin los complejos woke esgrimidos por la izquierda cuando trata de abordar los mismos asuntos.
Con Malinche, Nacho Cano triunfa precisamente en la misma batalla donde fracasa la izquierda cultural, porque lo hace desde el ejercicio más absoluto de su libertad.
Como pega principal, sí se le puede criticar al musical el haber introducido el clásico personaje del gracioso bufonesco, típico del teatro clásico español, en la figura del fraile que acompaña a Cortés.
El personaje chirría precisamente por su naturaleza religiosa, aunque, por otro lado, el fraile experimenta una evolución a lo largo de la obra y terina dejando también momentos de comportamiento admirable más allá de su vis cómica.
Salvo por ese personaje, el musical trata con respeto la vertiente religiosa de la conquista de América, con continuas referencias a la importante labor evangelizadora llevada a cabo por los españoles.
Asimismo, el personaje del niño Orteguilla es, quizás, con el que mejor conecta el espectador. Un personaje muy bien construido, muy bien interpretado con gran desparpajo por el actor infantil, y que logra ganarse al respetable desde su primera aparición por su ternura y valentía.