El barbero del rey de Suecia
Las mujeres son de Eva, los hombres son de Adán
Diarios de Adán y Eva de Mark Twain se publicó en 1906, y está vivísimo. Cuenta con numerosas ediciones, ilustradas o sin ilustrar, representaciones teatrales y hasta adaptaciones al cine. Se me ocurren cinco razones para explicar tan jovial pervivencia de esta pequeña obra.
La primera la observó, con irónica perspicacia, el poeta José María Valverde. El mercado literario es el único que, contra todas las leyes de la economía, está dispuesto a pagar más por menos cantidad. Si uno compra jamón, siendo bueno, lo que quiere es el máximo jamón que su presupuesto pueda permitirse. Pero los libros breves son preferidos, incluso por el mismo precio. Este libro es brevísimo.
La segunda razón es que afronta un tema primordial: la diferencia entre los dos sexos y sus apasionantes relaciones. El asunto es primordial, como sabe todo el mundo, y, en estos momentos, urgente, porque muchos de los cada vez más frecuentes conflictos de pareja se producen por no tener claras esas diferencias básicas estructurales, con lo que se propician extrañas expectativas y malentendidos continuos. Los últimos tiempos, con sus ideologías genéricas de todo tipo, han venido a confundir esto muchísimo más. La lectura de Mark Twain resulta muy refrescante. Saludable. Incluso preventiva. O un antídoto.
Pero no se limita a un enésimo Las mujeres son de Venus, los hombres son de Marte. Con una escondida maestría literaria, Twain conecta su historia con el universal humano de Adán y Eva. Logra un movimiento doble: nos señala a nosotros (somos los hijos de Adán y Eva) y a la vez nos absuelve (mal de muchos, pecado original). Da muchísima más hondura que la que puede alcanzar cualquier libro de autoayuda. A la vez, los muy humorísticos anacronismos que dispensa con mano experta tienen un efecto complementario: recalcar con un guiño que también habla de y desde la actualidad.
La cuarta razón es que el libro resulta divertidísimo. Porque las diferencias son una fuente de placer universal, también intelectual, y gracias a ellas, como entre dos polos opuestos, se establece la tensión y el magnetismo. Tanto sentido del humor puede sorprender cuando uno se entera de que el libro es un homenaje póstumo de Twain a su mujer, recién fallecida. La muerte había dejado desolado al escritor. Pero ni en el luto renuncia a la ironía y hasta a la picardía. No en vano había dicho Mark Twain: «El humor es la mayor bendición de la humanidad». No iba a dejar de llevarle a la tumba de su amadísima esposa un ramo de frescas risas encarnadas. Tampoco renuncia a la elegancia y es por eso, y no por un fácil feminismo automatizado, por lo que Eva resulta superior a Adán: él se está inclinando en una reverencia tácita.
Eso explica quizá la quinta razón: el profundo lirismo que Twain nos cuela como quien no quiere la cosa. Hay páginas emocionadas ante la belleza de la Creación, que nos traen a la memoria a Borges cuando decía que como mejor se admira el mundo es a través de los ojos de una mujer. También se esconde el gradual enamoramiento de Adán y la progresiva conyugalidad de Eva, que son el hilo de oro de esta obra. Esa textura de acción de gracias y esa luz con el tiempo dentro culminan en uno de los finales más hermosos que recuerdo. Será el último de los fragmentos escogidos, que aquí van:
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Siempre está hablando. (Adán)
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Mi vida no es tan grata como solía ser. (Adán)
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La nueva criatura come demasiada fruta. (Adán)
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A continuación tuve que escuchar una retahíla de aburridísimas quejas por mi extravagancia. (Adán)
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Lo que en cierto sentido no deja de ser una lástima. [que la muerte aún no haya irrumpido en el Parque] (Adán, muy grosero)
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[Las nuevas ropas] Son incómodas, es cierto, pero elegantes y de eso se trata… (Adán)
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Ah, otra cosa; dice que de ahora en adelante tendremos que trabajar para subsistir. Me será útil. Yo dirigiré. (Adán)
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Es mejor vivir fuera del Jardín con ella que allí sin ella. Al principio pensé que hablaba demasiado, pero ahora lamentaría que esa voz se callara y saliera de mi vida. (Adán)
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Constato que me provoca más curiosidad que ningún otro reptil. (Eva)
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Me parece que la criatura está más interesada en descansar que en ninguna otra cosa. A mí me cansaría descansar tanto. (Eva)
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Cuando descubrí que podía hablar sentí un renovado interés en él, pues me encanta hablar […] yo jamás pararía [de hablar] […] Tuve que llevar todo el peso de la conversación. (Eva)
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Esta mañana le revelé mi nombre confiando en que le interesara. Pero no le interesó. Es extraño. Si él me dijera su nombre, me importaría. Creo que sería más grato a mis oídos que cualquier otro sonido. (Eva)
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Habla muy poco. Quizá sea porque no es muy inteligente y, como es susceptible, quiere ocultarlo. Es una pena que piense así, pues la inteligencia no vale nada, lo importante es el corazón. (Eva)
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Quisiera hacerle comprender que un corazón bueno y amante es riqueza y que con esa riqueza basta, y que sin un buen corazón el intelecto es pobreza. (Eva)
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… deseando que el hombre estuviera cerca, pues yo estaba preciosa, tan sagaz… (Eva)
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Si pudiera tranquilizarse y permanecer callada al menos unos minutos, constituiría un espectáculo apaciguador. En ese caso creo que disfrutaría contemplándola; estoy seguro de que podría, pues estoy empezando a constatar que es una criatura notablemente gentil: ágil, esbelta, elegante, aseada, redondeada, bien formada, diestra, llena de gracia. En una ocasión, al verla de pie sobre una roca, blanca como el mármol y bañada por el sol, con su joven cabeza echada hacia atrás mientras se protegía los ojos con la mano para observar el vuelo de un pájaro que cruzaba el cielo, me di cuenta de que era hermosa. (Adán)
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[Tras la caída] El Jardín se ha perdido, pero le he encontrado a él, y me siento feliz. (Eva)
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Me ama en la medida que puede; yo le amo con toda la fuerza de mi apasionada naturaleza, y esto, creo, es propio de mi juventud y mi sexo. (Eva)
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Cuando quiero saber por qué le amo, me doy cuenta de que no lo sé, y en realidad no me importan saberlo. (Eva)
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Cuando más canta menos me gusta, Y, sin embargo, le pedí que cantara… (Eva)
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¿Entonces por qué es que lo amo? Sencillamente porque es masculino, creo. […] Sí, creo que lo amo simplemente porque es mío y es masculino. (Eva)
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Soy la primera esposa y la última terminará repitiéndolo. (Eva)
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[Epitafio de Eva, grabado por Adán] Allí donde ella fuera/ estaba el Edén.