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El escritor ruso Iván Turguénev

Tres poemas de Turguénev, el gran escritor liberal que fue un extraño para la «derecha» y para la «izquierda»

Sus inquietudes naturales no encajaron en el régimen imperante de los zares y tampoco en la revolución que se fraguaba en los círculos artísticos

Iván Turguénev fue un joven con suerte. Nació en una familia adinerada que le proporcionó una buena vida y una buena educación. No era noble, sino hijo de militar. Se relacionaba con la clase pudiente, pero no pertenecía a ella. Esta característica de nacencia casi definió su ser futuro, sus ideales y sus inquietudes naturales que no encajaron nunca entre el régimen imperante de los zares y la revolución que se fraguaba en los círculos artísticos.

El europeísta

Turguénev vio siempre aquello desde una distancia, a pesar de estar allí. Su europeísmo era contrario al eslavismo, las dos corrientes ideológicas rusas. Dostoievski, por ejemplo, fue eslavista. Lo del europeísmo del joven Iván vino de cuando estudió en Alemania y sintió que Occidente era el camino para su país, Rusia. Su otra pulsión fundamental fue la conciencia de que un sistema social mejor era posible.

El campo, en sus Memorias de un cazador, aparece en toda su extensión desde la simple observación y descripción de la vida real que le causó problemas con las autoridades. Narraciones asépticas y hermosas, y a la vez denuncia social sutil, nada agresiva. Historia viva que le hizo enormemente popular e impopular, su sino, entre un pueblo maravillosamente lector. Turguénev fue el cronista cuyas inquietudes personales, vitales, esenciales y educacionales convirtieron en un liberal impenitente que no encajaba en la tierra que amaba.

tres poemas en prosa de Turguénev:

  • EL GORRIÓN

    Volvía yo de la caza y cruzaba la alameda del jardín. Delante de mí corría mi perro.

    De pronto acortó su paso y empezó a encogerse como si hubiera visto a una presa.

    Miré a lo largo de la alameda… y vi a un gurriato de gorrión con boqueras y algo de pelusilla en la cabeza. Habíase caído del nido —el viento sacudía con fuerza los abedules de la alameda—, y yacía inmóvil en el suelo, moviendo, desvalido, sus incipientes alitas.

    Lentamente mi perro llegóse a él, cuando de pronto, lanzándose desde el próximo árbol, dejóse caer a plomo ante su mismo hocico un gorrión viejo, de pecho negreante y todo despelucado y erizado, y piando de un modo desesperado y lastimero, dio dos saltitos en dirección a la colmilluda y ya abierta boca del perro.

    Disponíase a salvar a su cría a toda costa… pero todo su cuerpecillo temblaba de espanto, su vocecilla sonaba salvaje y ronca, moríase de miedo, ¡se sacrificaba!

    ¡Qué monstruo tan enorme debía parecerle el perro! Y, sin embargo, no había podido seguir posado allá arriba, en su segura rama… Un poder más fuerte que su voluntad habíalo lanzado de allí.

    Mi Tesoro se detuvo, reculó… Era visible que también reconocía ese poder.

    Yo me apresuré a llamar al azarado perro y me alejé de allí muy lleno de respeto.

    Sí, no os riais. Respeto sentía yo ante aquel heroico pajarillo, ante su arrebato de amor.

    «El amor —pensaba yo— es más poderoso que la muerte y el miedo a la muerte… Sólo por él…, por el amor…, se sostiene y sigue la vida».
  • CUANDO YA NO EXISTA

    Cuando ya no exista, cuando todo lo mío se haya convertido ya en polvo —¡Oh tú, mi única amiga; oh tú, a quien amé tan profunda y tiernamente; tú, que de fijo me has de sobrevivir!—, no vayas a visitar mi sepulcro… Allí nada tendrías que hacer.

    No me olvides…; pero no te acuerdes de mí tampoco en medio de los cuidados de cada día y de las satisfacciones y las necesidades del vivir… No quiero ser un estorbo para tu vida, no quiero turbar su plácido curso. Pero en las horas de soledad, cuando te sobrecoja esa agobiante e inmotivada tristeza tan conocida de los corazones buenos, coge uno de nuestros amados libros y busca en él aquellas páginas, aquellas líneas, aquellas palabras que a ambos…, ¿recuerdas?…, nos arrancaron dulces y silenciosas lágrimas.

    Lee, cierra los ojos y tiéndeme la mano…; tiende tu mano al amigo ausente.

    No estaré yo en condiciones de poder estrecharla con la mía; descansará entonces bajo la tierra, inmóvil; pero a mí ahora me halaga pensar que puedas tú sentir en tu mano un leve roce.

    Y mi imagen se te aparecerá, y de debajo de los cerrados párpados de tus ojos brotarán lágrimas semejantes a esas lágrimas que ambos, conmovidos ante lo Bello, vertíamos a veces los dos solos, ¡oh tú, mi única amiga; oh tú, a la que amé tan hondo y tiernamente!
  • EL MENDIGO

    Iba yo caminando por la calle… cuando me detuvo un mendigo decrépito.

    Sus ojos inflamados y llorosos, sus azulencos labios, sus maltrechos harapos, sus sucias llagas…

    ¡Oh, y qué cruelmente había tratado la pobreza al infeliz!

    Tendióme una mano colorada, tumefacta, sucia… Y suspiró implorando una limosna.

    Yo procedí a buscar en los bolsillos… Ni portamonedas, ni reloj, ni siquiera un pañuelo… Nada saqué de ellos.

    Y a todo esto, el mendigo aguardaba…, y con la mano tendida, temblaba y se estremecía…

    Aturdido, azorado, apreté fuerte aquella mano temblona y sucia.

    —Perdona, hermano; no tengo nada, hermano.

    Quedóse el mendigo mirándome con sus inflamados ojos; sus cianóticos labios sonrieron…, y a su vez estrechóme mis fríos dedos.

    —No importa, hermano —dijo—. También eso se agradece. También eso es un regalo.

    Y comprendí que yo también había recibido de mi hermano una limosna.

No le gustaba el viejo régimen, pero tampoco la revolución radical que se urdía en su seno. Padres e hijos, su novela maestra, refleja esa dualidad, esa angustia por dos posiciones irreconciliables con las que tampoco podía reconciliarse la suya: una isla en el encrespado mar ruso del XIX. Nadie le entendía. Su postura era de una vanguardia intolerable en su asombrosa normalidad. Cualquier paso dado en sus escritos hacia uno u otro lado era ofender precisamente a uno u otro lado.

Una celebridad

Por el ruido causado con Padres e hijos se marchó de Rusia y ya no volvió salvo de visita. Fue amigo de Flaubert, Henry James o Zola, entre muchos otros. Una celebridad. Con el tiempo acabó siendo no profeta (como Dostoievski o Tolstoi), pero sí héroe admirado en sus estancias esporádicas en el país natal que nunca le comprendió en vida, pero le adoró al final de ella y en la muerte: sus obras son de obligada lectura en la escuela rusa como deberían serlo en todo este mundo tan zafiamente dividido.