El Debate de las Ideas
Chesterton, filósofo de la ciencia, 'malgré lui'
Que Chesterton sea considerado filósofo es discutible, y más discutible será que pueda ser considerado filósofo de la ciencia. El caso es que el gran historiador y filósofo de la ciencia, Stanley Jaki, de quien se acaba de celebrar un congreso conmemorativo del 100 aniversario de su nacimiento, así lo consideraba. Jaki se dio cuenta de que los estudiosos de Chesterton apenas habían prestado atención a sus consideraciones sobre la ciencia, a pesar de que, en 1957 en una antología de textos llamada Great Essays on Science, en Pocket Library, se recoge parte del capítulo IV de su libro Ortodoxia. En esa recopilación, el texto de Chesterton estaba al lado de textos de A. Einstein, Darwin, Oppenheimer, Arthur Stanley Eddington, Alfred North Whitehead y Bertrand Rusell.
Esto causará extrañeza, y la causará más si descubrimos que muchísimas de las afirmaciones y comentarios de Chesterton acerca de la ciencia son, como no podía ser de otro modo, combativas. Se dedica a señalar los excesos de las afirmaciones de los científicos, las extralimitaciones o las invasiones de otros campos por parte de autores que atribuyen, inmerecidamente, el carácter de ciencia y de científicos a obras, escritos, y conclusiones que nada tiene de científico.
Chesterton fue especialmente beligerante contra estas extralimitaciones. Y tenía sus motivos. A finales del siglo XIX y principios de siglo XX, el prestigio de la ciencia era incomparablemente superior al de hoy. Muchos filósofos pretendían haber descubierto las leyes necesarias y universales, no solo del funcionamiento del universo físico, sino de la evolución de la humanidad. Casi nada. ¡Toda la humanidad metida en una cabecita! Esta pretensión la tuvieron Marx y Comte. La obra de Darwin sobre la evolución de las especies fue extrapolada a la evolución social e incluso al derecho penal, atribuyendo carácter «científico» a estudios que creían determinar las personalidades criminales a partir de la configuración craneal.
No es nada extraño, y al contrario, es muy de agradecer que Chesterton reaccionara con fuerza contra estas pretensiones exorbitantes de algunos hombres «de ciencia». No fueron solo los descubrimientos científicos del siglo XX (la relatividad, la mecánica cuántica) los que debilitaron la fe en la ciencia como la única disciplina capaz de explicar con validez el mundo. Las dos guerras mundiales, y muy especialmente la I GM, fueron acontecimientos que pusieron fin a las disparatadas aspiraciones de la ciencia. No ha muerto el cientificismo, pero predomina en la mentalidad popular más bien una mentalidad funcionalista, más escéptica, más insegura, más cómoda y despreocupada. «No pensemos mucho», parece ser la consigna, «mientras las cosas funcionen, sigamos viviendo». La mentalidad ideológica cientificista sigue en vigor, pero ha perdido algunos de sus títulos.
Volviendo a Ortodoxia, a la ciencia y a Stanley Jaki, para este último, en el capítulo IV de Ortodoxia está lo más selecto de Chesterton acerca de la naturaleza del razonamiento científico. Chesterton elige, en su obra Ortodoxia, un peculiar camino en su indagación sobre el carácter de la realidad física y material en la que vivimos. En su particular metafísica rechaza el carácter inexorable que se predica de las leyes físicas y naturales. Para él, lo único que se puede constatar es que hay hechos naturales que se repiten, pero eso no significa que de la mera repetición podamos inferir la existencia de leyes inmutables.
Para Chesterton la realidad no funciona así, y no contento con esta impugnación de lo que hoy damos por evidente, toma como ejemplo explicativo de los hechos naturales nada menos que… la cadena causal de los cuentos de hadas, cadenas causales que se caracterizan por su arbitrariedad. Lo que afirma con ello es que la repetición de los hechos naturales, como la salida del sol, no son provocados por una causalidad ciega, mecánica, no existe una ley que los rija, sino que hay detrás de ellos una voluntad poderosa, que es comparada con la vitalidad y alegría infantil. Esta voluntad buena es la que repite, siempre, con ilusión renovada, la salida del sol y cada hecho particular. Esta voluntad es la que da fundamento a la existencia de las leyes. Pero no queda atado a ellas.
Esta concepción, expresada de una manera bellísima en el capítulo IV de Ortodoxia, titulado «La ética en el país de las hadas», es una extraordinaria rehabilitación de la concepción medieval de la creación continuada, modelo explicativo que entra en crisis a partir de los grandes avances de la ciencia de los siglos XVI y siguientes. A partir del establecimiento del modelo heliocéntrico, y con los avances científicos de Galileo y Newton, el modelo de creación continuada, que asume que la realidad está fundamentada y sostenida a cada instante por la voluntad divina cede a un modelo mecanicista en el que el papel de Dios deja de ser el fundamento, y pasa a ser una idea. Este modelo mecanicista, a su vez, entrará en crisis con los descubrimientos de la relatividad, de la mecánica cuántica y del big bang en el siglo XX. Descubrimientos como el de la gran explosión inicial del universo, y las leyes de la termodinámica que demuestran que hay principio y final de la materia, y conceptos como el del ajuste fino en la expansión del universo, vuelven a hacer compatible la existencia de Dios con el modelo explicativo del universo.
La filosofía de Chesterton parte de una cierta mirada de la realidad, de maravilla, sorpresa y agradecimiento. Y esa mirada hacia la realidad la expresa de modo muy particular, pero en cuanto a su esencia coincide con otra recuperación del pensamiento anterior que se ha producido en el ámbito teológico: la teología del misterio, en el ámbito de la teología de los sacramentos, especialmente a principios del siglo XX. La realidad es sacramental, es mucho más de lo que vemos, contiene en sí una remisión a algo mayor que la mera materia. Por eso Chesterton, como buen filósofo, y filósofo de la ciencia se tomó muy en serio la cerveza y las chuletas.