El Debate de las Ideas
Chesterton y la naftalina
Como Proust creó su asociación sensorial con la magdalena, el olor a naftalina, con la que nuestras abuelas guardaban la ropa con tanto cuidado, evoca lo rancio que se desempolva del pasado. Chesterton, para algunos de los que sólo reconocen su nombre, tiene también ese tufo a trasnochado que difícilmente se identifica con nuestro tiempo.
Sin embargo, de todas las ocasiones en las que, desde uno otro ángulo nos acercamos a sus libros y a sus artículos periodísticos, no hay vez que no encontremos en él un compañero de tertulia interesado por lo que está mal en el mundo, que defiende sus ideas con certeros argumentos y nos proporciona claves ingeniosas, tremendamente exageradas y humorísticas a veces para resolver esos conflictos. Y lo curioso es que él habla de su mundo, del comienzo del siglo XX, y nosotros estamos superando el primer cuarto del siglo XXI y podemos compartirlo.
En clave de paradojas, al hilo de los acontecimientos de su época como periodista vocacional que fue, Chesterton se sumerge en las eternas preguntas del hombre para ofrecer sus respuestas y recuerda la importancia de mirar al pasado para recuperar sólo lo valioso, lo que nos proporciona una identidad y nos reafirma. Critica la modernidad en cuanto que no respeta los principios sobre los que ha de asentarse la sociedad por muy atractivos o novedosos que resulten.
Chesterton invita a revisar si, en la urgencia por avanzar, no estamos dejando atrás lo que precisamente nos hace humanos y auténticos. Frecuentemente sorprende leer sus artículos sobre la contradicción de que los vegetarianos imiten en sus platos los alimentos que provienen de animales, cómo combatir que la eutanasia se aplique a los que aparentemente no son útiles a la sociedad, o cuál es el papel de la mujer. ¿Algo nuevo? Sin duda, parece estar escrito esta mañana y no rescatado de un armario de entre abrigos que huelen a naftalina.
En su revalorización del pasado, además, recupera una sólida tradición de lecturas que, en sí mismas, resulta difícil desentrañar. No se le han resistido santo Tomás, ni san Francisco de Asís, sobre los que escribió ensayos de gran calado. Los críticos reconocen la finura de sus observaciones y valoran su capacidad para captar el complejo desarrollo del pensamiento tomista. Por otra parte, se implica en la crítica social siguiendo los pasos de Dickens –uno de sus referentes– y arremete contra la lentitud y la injusticia de los procesos judiciales en los que aquellos que no tienen recursos salen malparados. Porque las leyes sólo se hacen pensando en los que no pueden evadirlas con dinero o influencias: Se encarcela a la gitana que lee la buenaventura, pero no a la sofisticada pitonisa que le dice a la joven rica en qué acciones debe invertir; se castiga al borrachín, se encierra al pobre desequilibrado, pero no se investiga siquiera al aristócrata que propicia negocios de dudosa legalidad. Tras esta actitud crítica se esconde un enorme afecto por su país, por sus gentes y un deseo de justicia y de mayor igualdad social que plasma en su apoyo al distributismo como pauta económica frente al capitalismo y al socialismo.
Es el periodista despistado que tiene que preguntarle a su mujer a dónde va porque lo ha olvidado en el camino; el que se ríe de sí mismo: grandullón y cervecero como era, diciendo que la radio no sólo amplifica su voz sino también su volumen. Chesterton es el hombre cordial que alimenta el asombro y la gratitud ante todo lo que la vida le ofrece y que constituye un precioso regalo frente al nihilismo que defendía Nietzsche o la eugenesia que apoyaba Leonard Darwin, hijo del famosísimo naturalista.
Ante una sociedad que pierde el norte, Chesterton – desorientado en su juventud y afortunadamente reencontrado - propone descubrir lo Eterno como guía de navegación y combinar razón y fe, apoyos indivisibles e indispensables del camino hacia la Verdad.
Chesterton es el mismo en su poesía – merece la pena echar un vistazo a sus primeros trabajos, ilustrados con divertidos dibujos-, en sus novelas, en sus historias de detectives protagonizadas por un curilla menudo, el padre Brown, que tan buenos ratos nos hace pasar con su sencillez y rotunda lógica, y en sus libros más profundos y confesionales, como Por qué soy católico o, por supuesto, Ortodoxia. Nuestro autor tuvo que armarse de razones para convertirse al catolicismo desde su anglicanismo frío, y ese salto sin red, que le separaba de muchas cosas que formaban parte de su más profundo arraigo, le ayudó a explicar a otros la importancia de la cordura de los aparentemente locos.
Chesterton será objeto de un encuentro de expertos muy prometedor que está a punto de celebrarse en la Universidad CEU San Pablo de Madrid, los días 28 y 29 de noviembre, para conmemorar el 150 aniversario de su nacimiento. Se centrará en su influencia y pervivencia en el mundo hispánico. Esperamos aprender mucho más de un autor inagotable en sus escritos: miles y miles de artículos publicados, muchos de ellos recopilados en volúmenes, novelas, teatro, poesía, ensayos, palabras que no se apolillarán en un ropero antiguo porque nos hablan del pasado, laten en el presente y seguirán teniendo vigencia en el futuro.
- Mª Isabel Abradelo de Usera es profesora de la Universidad CEU San Pablo, doctora en filología