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El poeta y los lunáticos (1929)

El barbero del rey de Suecia

Lunófilos y lunáticos

Con frecuencia me preguntan qué libro leer de Chesterton para comenzar. «Depende –les digo– de lo que estéis buscando». Las historias del padre Brown son su obra más popular y se merecen la palma, porque son entretenidísimos relatos policíacos que cambiaron el género para siempre; Ortodoxia es la quintaesencia de su visión del mundo y de su genialidad; su novela Manalive es una delicia y una reflexión conyugal; sus poemas son divertidos e inolvidables; sus artículos de prensa despliegan una lección continua de cómo estar en (y frente) al mundo; su pequeña obra de teatro La sorpresa, precisamente, es un cripto-auto-sacramental que explica la libertad y la redención de una sola tacada, etc. La biografía que le dedicó Joseph Pearce, titulada Sabiduría e inocencia, no siendo un libro suyo, si uno quiere una perspectiva general de Chesterton, es muy completa y viene con muchísimas referencias literales.

Como depende de las circunstancias, de todo lo suyo que se puede releer con gusto, he escogido esta vez El poeta y los lunáticos (1929). ¿Por poeta, yo mismo, por lunófilo, por lunático, porque sí? No. Porque en el congreso conmemorativo que se celebra la semana que viene me corresponde leer su poesía. Y esta novela, que tiene por protagonista a un poeta, llamado Gabriel Gael, es también un ensayo sobre qué es la poesía y su papel en el mundo, y sobre quién es el poeta y para qué.

Lo apasionante es que Gale no escribe ni un solo poema en todo el libro: «Como tenía tanta fama de poeta como de pintor, al menos entre sus amigos, no podía hacer otra cosa que no fuese dejar a un lado el trabajo a la menor oportunidad». La poesía es más una actitud ante la vida, muy perezosa y muy entusiasta a la vez. Descubre las bellezas que se esconden en las cosas cotidianas.

Gabriel Gale tiene muchísimo de autorretrato de Chesterton, empezando con su oscilación inicial entre la pintura y la poesía: «Era un pintor que gustaba de perder el tiempo ejerciendo como poeta». Y sigue con su amor por la inacción o su pasión por las discusiones («Gale se mostraba siempre dispuesto a debatir sobre cualquier cosa, engarzando una discusión con otra»), las implicaciones teológicas de cualquier cosa y culmina en un extraordinario sentido común: «Gabriel Gale, en cierto modo, o acaso en teoría, creía en el sentido común, aunque no siempre lo pusiera en práctica».

La defensa del sentido común y de la cordura es completamente alocada y divertidísima. Se concluye que un poeta más necesario que un policía, que un médico, que un filósofo, que un científico, que un psiquiatra. No digamos que un político. Y nos convence, aunque el poeta no escriba un verso. Eso es lo de menos. El arte mayor es maravillarse ante la existencia.

Como novela, como todas las de Chesterton o un poco más, resulta un poco dispersa o fractal. Lo que le interesa a Chesterton, más que montar una tramoya narrativa, es divagar y ejemplificar sus ideas concretas, gozarse en una prosa hedonista y emocionarnos con su romanticismo irrenunciable, que enmarca el texto.

Hay una manera más natural y espontánea de recomendar a la gente que te pregunta un libro de Chesterton. Señalar el último que uno ha leído. Pero si ustedes no van a caer en mi tentación, aquí el barbero les deja suficientes joyas espigadas de sus páginas:

Era un hombre bastante feo, pero de fealdad no del todo desagradable.
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[Gabriel Gale] Su aspiración máxima, que supone la gloria de sus días presentes, no es otra que la de ir restaurando por aquí y por allá los vetustos rótulos de los no menos vetustos y diferentes establecimientos que se encuentra a su paso [con predilección por las tabernas, claro]
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—¡Un genio no tiene por qué ser necesariamente un excéntrico! –clamó exaltado–. Un genio ha de ser por fuerza céntrico…
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Usted, doctor, puede evitar que muera, lo ha demostrado… Pero ¿puede convencerlo de que continúe vivo? [Ésa será la función del poeta]
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Un viaje no es tal si uno no regresa a su casa; es más, no hay otro motivo para hacer un largo viaje que el de regresar a casa.
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La finalidad principal de la vida humana es la de mirar las cosas como si fuese la primera vez que se ven.
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El cobre es mucho más hermoso que el oro… ¿Por qué no se considerará al cobre el más precioso de los metales?
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La libertad, por encima de cualquier otra consideración, es el derecho a ser uno mismo. […] Ser libre es en el fondo la limitación de uno mismo…
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¿Por qué no se puede afirmar que un pulpo es tan hermoso como una flor en lugar de admitir que una flor sea tan vulgar como un pulpo?
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¿Cómo podría ser útil a mis dementes, a mis hermanos lunáticos, si pierdo el equilibrio en la cuerda floja de los abismos de mi mente?
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La mayoría de los hombres no son otra cosa que lo que las teorías hacen de ellos.
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Recuerde usted la enorme cantidad de disparates que se han dicho respecto a las auras; pero hay una verdad detrás de todo eso: todo posee un halo.
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Dicen que viajar amplia el horizonte de miras de la gente, pero para eso, antes de viajar hay que tener miras…
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Wilkes se halla en esa fase en la que un científico puede hasta mirar a los ángeles con ojos de ornitólogo.
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El cielo se mostraba tan azul y quieto que hasta el leve zumbido del más modesto de los insectos semejaba el canto de una calandria.
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El cristal es un diamante; la trasparencia es el color más trascendente.
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Hay algo mucho más grave y doloroso que el ateísmo, y no es otra cosa que el satanismo, también conocido como la aspiración de ser Dios.
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No hay más cura para estas pesadillas humanas de omnisciencia que la confrontación con el dolor […] Demos gracias a Dios por las duras piedras de los caminos; demos gracias a Dios por la severidad con la que se muestran ante nosotros los hechos de la vida real; demos gracias a Dios por los espinos y las rocas, por los desiertos y por la sucesión de los años.
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Un hombre con el valor necesario como para admitir que se ha equivocado se ve abocado al odio más feroz de quienes antes lo ensalzaban.
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Vestía de rojo y oro y se tocaba con laurel, venciendo así a innumerables caballeros en las justas; y, de golpe, se hizo santo, dio a los pobres todos sus bienes y riquezas, se entregó al ayuno y murió como un mártir… ¡Sí, señor, eso es vida! ¡Así es como se vive bien una doble vida! [Thomas Becket]
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Usted es desgraciado porque no cree en el mal y le parece una filosofía razonable contemplarlo todo bajo el mismo tono grisáceo…
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Los dulces son mejores que las joyas; los niños tienen razón; los dulces hacen experimentar a uno la feliz sensación de que come rubíes y esmeraldas.
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Algo vibró entonces en su espíritu, que era muy dado a vibrar.
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Hablaba mucho de sí mismo precisamente porque no era egoísta.
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—Me aventuro a decir que no puede ver usted un gato sin pensar en un tigre, ni un lagarto sin pensar en un dragón.
—Eso es rigurosamente cierto –dijo Gale con gran solemnidad–. ¡Jamás haría lo contrario!
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[Si no honrase al hombre al que debe la libertad, Gale dice:] Me sentiría como un ladrón de estrellas.