Robin Lane Fox: «El rey Agamenón es un desastre; es peor que Pedro Sánchez con las inundaciones»
Acerca del trasfondo histórico de la Ilíada, donde «la ironía es muy cruda y fiel a la vida», el profesor de Oxford dice: «¿Hubo de verdad una Guerra de Troya? No, desde luego que no. Se trata de una leyenda. Pero ¡qué leyenda tan formidable! Es mejor que la verdad»
Ha sido profesor de Historia Antigua en Oxford entre 1977 y 2014 —universidad a la que sigue vinculado—, es colaborador del Financial Times desde 1970, y ha publicado voluminosos libros —de casi 500 a 900 páginas— sobre Alejandro Magno, san Agustín, los primeros siglos del cristianismo y su relación con el entorno pagano, el mundo homérico y la Grecia arcaica y exploradora, la Antigüedad clásica grecorromana, o la Biblia. Asimismo, es un gran apasionado de la jardinería, y su hija Martha Lane Fox (1973), además de haber estudiado Humanidades en Oxford, es miembro de la Cámara de los Lores y fundadora de empresas como LastMinute. Es Robin Lane Fox (1946), que visita Madrid para charlar sobre su recién editado Homero y su Ilíada (Crítica), y se ríe con amabilidad cuando le preguntamos si hay visto Gladiator II —dice que no, y no se lo ve muy pendiente del estreno de este fin de semana—, y bromea al explicar su punzante comentario acerca de la serie Roma (2005).
— Después de leer este libro, parece que usted prefiere la Ilíada a la Odisea. ¿Por qué?
— Es cierto. La Ilíada es más profunda, más trágica. Más cercana a la realidad de la vida. No hay monstruos, como en la Odisea, que es una maravilla, no cabe duda. En la Ilíada no hay monstruos fabulosos ni nada del estilo. Se centra en la guerra y la muerte, que siempre están con nosotros. Va al corazón mismo de la vida y al hecho de que vamos a morir. En el último capítulo de mi libro —«ruthless poignancy» [«patetismo descarnado», o, como se traduce en el libro, «dramatismo despiadado»]—, enfatizo la ironía; es la ironía trágica de los griegos que ya conocemos, pero que los dramaturgos tomaron de la ironía homérica de la Ilíada.
Estaban influidos por esa ironía, y eso es lo que conforma la tragedia griega. En la Odisea hay ironía. Pero es más sencilla, más amable, como cuando Odiseo va disfrazado de mendigo, y no lo reconocen, y se ponen a hablarle de asuntos que sabemos que le atañen. Resulta tremendamente delicioso. Sin embargo, en la Ilíada, la ironía es muy cruda, muy fiel a la realidad; sabemos por los dioses lo que va a suceder y vemos cómo los héroes no lo saben. Y la correspondencia entre lo que nosotros conocemos y lo que ellos desconocen sigue siendo muy realista. Es algo que nos sucede a menudo: de repente caemos en la cuenta de algo que sobrepasa lo que sabíamos, y que es crucial. No podemos saber cuándo vamos a morir, y llegamos a saberlo cuando estamos a punto de morir. Todo esto se encuentra en la Ilíada, no en la Odisea.
— ¿Hay más motivos?
— Sí, las grandes comparaciones, los grandes símiles; hay bastantes pocos en la Odisea y 340 en la Ilíada. Además, tenemos la trama de la Ilíada, que va pasando de la cólera, una ira extrema, hasta la compasión. Es un cambio emocional tremendo, distinto a las aventuras y el regreso al hogar de la Odisea.
— ¿La Ilíada tiene un trasfondo histórico, o más bien un sesgo basado en la memoria popular?
— Efectivamente, no era cierto. Podríamos encontrar mañana una prueba definitiva, y sería maravilloso. Pero actualmente hay que decir que no hubo una gran alianza griega que llegara y saquease la ciudad de Troya muchos años antes de Homero. Lo que había era una ciudad en ruinas. Quizá debido a un incendio, o a una batalla local. Y luego los griegos comienzan a establecerse en Asia Menor a partir del siglo XI a.C. Se asientan allá, que les resulta un mundo chocante, y saben que sus tatara, tatarabuelos habían estado allí antes. Y observan estas enormes ruinas. Y los poetas empiezan una maravillosa historia que dice que fueron sus abuelos quienes saquearon Troya. ¿Por qué la saquearon? Por supuesto, por la única razón auténtica en la vida, por una mujer. Y así es como se va dando pie a la historia. Una historia asombrosa, fascinante. Al poema no le importa en absoluto si aquello es verdadero o falso. Muchos lectores modernos están obsesionados con ello. ¿Hubo de verdad una Guerra de Troya? No, desde luego que no. Es la maravillosa invención de un relato. Aunque ya había habido griegos en Asia Menor antes, se trata de una leyenda. Pero ¡qué leyenda tan formidable! Es mejor que la verdad.
— La primera palabra de la Ilíada es «cólera». ¿Qué nos dice eso?
— ¡Menudo comienzo! Si te dicen que Homero es el mejor poeta, ¿no te esperas que la primera palabra sea muy significativa? Yo sí. Es un poema en torno a una ira desmesurada. Por eso el primer Canto es tan brillante. Aquiles solicita a su madre algo terrible: dirigirse a Zeus y pedirle que los griegos sufran por sus agravios. Luego Homero dirá que es algo excesivo, equivocado. Y Zeus tiene un maravilloso sentido del silencio. ¿Está pensando que, si accede, su esposa Hera se enfadará? ¿Qué está pensando? Zeus concede, pero también le va a dar a Aquiles algo que no ha pedido, porque ha pedido demasiado: Patroclo morirá. Así es como comienza el poema. Ningún otro poema heroico empieza con una expedición y un ejército comandado por el famoso Agamenón. Pero Agamenón es un desastre. Es peor que Sánchez con las inundaciones. Es un caso perdido. Quiere volverse a casa en el Canto II, y en el XIV. Se comporta de manera excesiva. ¡Qué cuadro tan sorprendente de un supuesto comandante en jefe! Comenzamos con un comandante que es un desastre y un héroe desmesurado. Sorprende tanto, que el Canto I de la Ilíada es la creación suprema de la mente humana. Y entonces, ¿qué pasa con el Canto VI, y el IX, y el XXII, y el XXIV? ¡Es un milagro! Y mientras en el Olimpo los dioses se ríen y todo está en calma, en la tierra continúa una pelea espantosa. Es un libro de tal belleza, que lo he leído tal vez cincuenta veces, y nunca había pensado en esto. ¡Léalo con sus estudiantes!
— Astianacte, el bebé de Héctor, va a terminar siendo asesinado por el hijo de Aquiles, según continúa el relato después del final de la Ilíada. ¿El mundo homérico es un lugar para niños?
— ¡Qué pregunta tan brillante! Es una pregunta muy buena. En los símiles sí hay niños: los niños y las avispas; el niño que construye castillos de arena junto al mar; la madre que espanta la mosca junto a su niño dormido, el niño que canta en la viña… ¡Por el amor de Dios, es tan maravilloso! ¿Cómo pudo alguien haber escrito eso con tanta sencillez hace 2.600 años? Es un milagro. Hay un mundo para niños. Sin embargo, no lo hay si el padre, un héroe aristocrático, muere. Hay varios pasajes terribles en que Andrómaca se imagina lo que va a suceder cuando muera su marido Héctor y su hijito Astianacte se acerque al banquete. Yo he estado en una escuela inglesa muy dura, adonde nos mandan sin ver a nuestros padres durante tres meses, con niños pequeños que son como animales salvajes. Es lo mismo. Un niño con ambos padres vivos, según narra Homero, le dará un empujón a Astianacte y le dirá: «Márchate, tu padre no está aquí cenando».
— Las dos caras de la infancia.
— Mientras tus padres estén vivos, puedes jugar y divertirte. Pero, cuando creces, has de ser aguerrido en primera línea de batalla, cara a cara ante el enemigo. No como en una guerra moderna. No le das a un botón desde Madrid, para mandar un misil a Rusia. Te enfrentas cara a cara a un ruso que va a matarte si tú no lo matas.
— ¿Era Aquiles como Brad Pitt? ¿La película Troya (2004) es fiel a Homero?
— Es falsa por completo. No estaría mal si quemáramos la cinta maestra y la tirásemos al mar. De la película 300 (2006) deberíamos llevar la cinta maestra a Irán como un regalo diplomático a cambio de que se deshagan de sus armas nucleares. Es un insulto.
— ¿Cuál es su película favorita ambientada en la antigua Roma o Grecia?
— [Sin dejar que termine la pregunta] Espartaco, de Stanley Kubrick. Y la versión extendida, de tres o casi cuatro horas, de Alejandro Magno (2004), de Oliver Stone. Es un montaje alternativo que salió en 2014. La vi en un cine en Londres, y antes estuve charlando con Stone, que estaba muy nervioso. Al terminar, había gente llorando. Hubo un silencio absoluto, excepto por la emoción. Y luego le rindieron una ovación en pie. Fue algo desbordante, abrumador, es un montaje completamente distinto a las otras versiones. Y la mejor de todas: Yo, Claudio, la novela de Robert Graves convertida en serie de televisión de la BBC. Más que maravillosa. Todavía ahora, cuando mis alumnos van a estudiar la historia de Roma, les digo que se la vean durante el verano. Les digo que es mucho mejor que cualquier cosa que puedan encontrar en Tácito.