La historia de la moneda de oro «española» con la que el capitán Ahab condena a su tripulación en ‘Moby Dick’
Una onza de oro ecuatoriana confundida por Herman Melville con un «doblón español» se convirtió en el elemento central de la novela Moby Dick
La novela Moby Dick, de Herman Melville, es un clásico absoluto de la literatura estadounidense y mundial. En el debate sobre la gran novela americana, la historia de la obsesión del capitán Ahab por cazar a la gran ballena blanca (publicada en 1851) ocupa un lugar preminente.
La novela de Melville tiene muchos momentos y pasajes célebres, empezando por ese «podéis llamarme Ismael» de la primera página, que para los estadounidenses tiene un significado similar al que tiene para los españoles el «en un lugar de la Mancha» cervantino.
Este clásico de la literatura marítima ha sido, sin embargo, muy maltratada en las sucesivas traducciones y adaptaciones. Debido a su insaciable adaptación en ediciones juveniles, para muchos lectores es poco más que una novelilla de aventuras para estudiantes de secundaria y bachillerato.
Nada más lejos de la verdad. Moby Dick, en su versión íntegra, es una novela de una complejidad extrema, no apta para todos los lectores y de una innovación absoluta.
Por poner un ejemplo, el cuerpo central de la obra la ocupan cientos y cientos de páginas de contenido enciclopédico donde se habla de la historia y técnica de la caza de las ballenas, la clasificación taxonómica de los cetáceos y de sus diferentes especies, de la pintura de las ballenas o las características de construcción de los barcos balleneros.
El elemento central de la novela es la obsesión de Ahab por capturar y matar al gran cachalote blanco, un animal que en la novela adquiere características a ratos divinas, a ratos demoníacas.
Esos rasgos mitológicos de Moby Dick se acentúan por la gran cantidad de «arpones torcidos y arrancados» clavados en la carne –los «hierros» a los que hace referencia el arponero Queequeg– como si de una bestia apocalíptica se tratara.
Ahab busca vengarse del gran leviatán después de que Moby Dick le arrancara una pierna y arrastra a su barco, el mítico Pequod, y a su tripulación hacia los infiernos de las profundidades azul oscuras de los océanos.
En ese sentido, la localidad marinera de Nantucket, en Massachusetts, se presenta como ese monte Sion de la Divina Comedia. Y Ahab es como aquel Virgilio que acompaña a Dante (Ismael y los demás tripulantes del Pequod) en un descenso por los nueve círculos del Infierno, hasta acabar, arrastrados por el leviatán –con un fantasmagórico Ahab amarrado al cuerpo del cetáceo– en el fondo del mar.
La onza de oro
Las referencias en Moby Dick a la Divina Comedia son varias, pero hay una que llama la atención: la onza de oro ecuatoriana que Ahab ofrece a quien encuentre entre las aguas a la ballena y que clavó con un martillo en el palo mayor del Pequod.
La onza de oro acuñada en Quito, Ecuador, en 1840, con valor de ocho escudos o dieciséis dólares, según se explica en la novela, se presenta como el pago a Caronte para cruzar la laguna Estigia que traslada a la tripulación del Pequod hacia el infierno.
Melville a ratos se refiere a la moneda como un doblón, pese a que el doblón español tenía el valor de 2 escudos, y no los 8 escudos del «doblón de Moby Dick». Incluso al principio el capitán Ahab se refiere a ella como «onza de oro española», aunque sea una moneda acuñada por la República de Ecuador.
Esas confusiones muestran lo poco que diferenciaban los estadounidenses entre la España europea y las repúblicas hispánicas de Centro y Sudamérica. Además, las onzas acuñadas por las repúblicas independientes de la América Hispana empleaban las mismas prensas y la misma cantidad de metal que las antiguas monedas virreinales españolas.
Para Ahab poco importaba que la moneda la hubiera acuñado el Reino de España o la República del Ecuador. Para él era igualmente una «onza de oro española».
El protagonista de la novela, el tripulante Ismael, dice de la moneda que estaba hecha «del más puro oro virgen, arrancado en algún sitio del corazón de los montes ubérrimos».
Rodeada por las letras «República del Ecuador: Quito», la moneda representaba «la imagen de tres cimas andinas. De una salía una llama. Una torre, de otra. De la tercera, un gallo cantando, mientras que, en arco sobre ellas, había un segmento del zodíaco en compartimientos con todos los signos marcados con su cabalística habitual, y el sol, como clave del arco, entrando en el punto equinoccial en Libra».
Describe Ismael cómo, pese a la tentación que los tripulantes de la Pequod podrían sentir por robar la moneda, nadie se atrevía casi ni a mirarla, mucho menos a acercarse a ella para robarla.
El motivo es que el «doblón» estaba «santificado para un fin aterrorizador» y «los tripulantes, de modo unánime, lo reverenciaban en la fatigosa guardia de noche».
Aquella moneda, sin embargo, es la metáfora de la codicia de los tripulantes del Pequod por las riquezas que, del mismo modo que la codicia de Ahab por dar caza a la ballena blanca, terminará condenándolos todos a una muerte inexorable.