'Memorias del campo bravo'
El bello libro que transporta en imágenes a la esencia desconocida y verdadera del toreo
Memorias del campo bravo. Cien años de fotografías inéditas 1860-1960 (Verso suelto) es un regalo para tener y para regalar y para saber de la editora Mariana Gasset, a la venta a partir del 26 de noviembre
Si solo fuera el toreo quizá este libro solo podría interesar a los taurinos. Pero el toreo es la vida, y la vida está en estas Memorias del campo bravo. Cien años de fotografías inéditas 1860-1960 (Verso suelto) que la editora Mariana Gasset (a la venta a través de marianagasset@versosuelto.com o en el 646707994) ha metido en unas páginas preciosas y capitales por su belleza y su enseñanza.
No mucho más se puede añadir al espléndido prólogo y poema de Enrique García-Máiquez. Casi solo disfrutarlo y casi solo mirarlo como hay que mirar las fotografías de esta obra monumental estética y profunda y verdadera en el esfuerzo de otro siglo: la verdad del toreo que es la vida. Uno puede ser taurino de cuna y descubrir imágenes seculares que son mucho más que máquinas del tiempo.
Son lienzos de una existencia enraizada, española. Una enciclopedia visual que supera los límites de los tentaderos y de las plazas: el campo bravo como territorio mítico y real, olvidado y despreciado con vulgaridad insultante por los tiempos presentes y por el paso redundante de los pasados. El campo bravo como La Mancha de El Quijote, el Yoknapatawpha de Faulkner o el Santa María de Onetti.
El toro como centro del alma española sin mitologías, sin fe, sino como realidad. El toro como razón de ser, de existir, desde el XIX hasta el XX, la Edad de Oro y la de Plata, pero también los muros desconchados de las plazas de tientas, las dehesas como lugares mágicos, las miradas de esos hombres y mujeres, nobles, ganaderos y gente del pueblo, todos juntos, en el campo bravo.
Y no solo nobles sino Reyes. Victoria Eugenia y Alfonso XIII a caballo, en el campo bravo, en el campo verdadero donde se cría el toro, el origen del mundo en las fotografías de los encierros, de las tientas, de los garrochistas, de los cabestreros, de los conocedores, de los ganaderos a caballo, del toreo de las duquesas al alimón, de Valle-Inclán llegado al campo, de la afición y la vida que encierra la Fiesta más allá del ruedo, del escenario donde termina sucediendo todo lo que en el campo bravo se ha creado a lo largo de los siglos.
Son esas imágenes de los antiguos alumnos de Welton por las que el profesor Keating les susurraba a los alumnos: Carpeee dieeem, como si hablaran. Aquel profesor y poeta muerto les decía a sus alumnos a través de esas imágenes que aprovecharan la vida porque todos aquellos que aparecían en ellas ya estaban «criando malvas». Algo parecido sucede con las fotografías de Memorias del campo bravo: las fotografías de los muertos que hablan, que susurran mostrando la verdad.
Joselito el Gallo y Belmonte sonriendo. Y Sánchez-Mejías cuya muerte lloró Lorca. Están todos vivos en la obra resucitadora y magnífica de Mariana Gasset. Y son fotos, sobre todo, pero también las historias escritas por los herederos y adquirientes de los ganaderos primeros. Las grandes historias valiosas y artísticas y literarias que cuentan desde el subsuelo, como Alicias en el País de las Maravillas, en vez de cayendo por el hueco del árbol, ascendiendo la estirpe de los hierros cuya quemazón se siente, se huele, se vive.
Allí está la historia novelesca y verídica de los Juan Pedros, de Jandilla y la Martelilla del marqués de Domecq; de Los Derramaderos de Núñez Manso; de Mirandilla y Albaserrada; del conde de la Maza; de Miura; de los Murube, que parecen hablar; de Partido de Resina; del Marqués de Saltillo y tantas otras familias y castas y linajes que cuentan su valor entre las fotografías únicas que susurran, que ríen, que viven alrededor del toreo porque el toreo es la vida inmortal de corto que muestran estas Memorias esplendorosas del campo bravo.