La destrucción del Monumento a los Caídos de Pamplona, un caso de borrado a los fallecidos del bando nacional
Hoy en día en la mayoría de las ocasiones se trata como fascistas a multitud de religiosos asesinados por su fe, a labradores o soldados movilizados a los que se encontraban en el bando contrario, a políticos de derechas e incluso liberales que habían tenido una relevancia política durante el periodo republicano anterior
Cabe preguntarse si los fallecidos en la Guerra Civil española que pertenecieron al bando franquista, que es un conflicto que ha finalizado hace ya 85 años, merecen este artículo.
Estamos hablando de unos muertos que fueron honrados y recordados durante el tiempo que duró el régimen que, como se sabe, fueron 36 años; estos fallecidos tuvieron la categoría de héroes para el bando ganador y, sobre todo, para sus familiares.
Sin embargo, estos muertos siempre saltan a la actualidad cuando llegan determinadas fechas o cuando el calendario político de determinados partidos les necesita. El 20 de noviembre saltaba a la prensa un acuerdo político entre el PSOE, Bildu y Geroa Bai para derribar parcialmente el Monumento a los Caídos de Pamplona.
Como se puede ver, poco les importa a algunos proceder a destruir patrimonio histórico como en el caso navarro o como cuando querían derribar la Pirámide de los Italianos en Castilla y León, que es un ejemplo único de la arquitectura funeraria del periodo de entreguerras en Europa.
Como ya se sabe, tras la publicación en el BOE en el año 2007 de la Ley de Memoria Histórica y luego ampliada con la Ley de Memoria Democrática, se asiste a un proceso conocido como damnatio memoriae para los fallecidos del bando ganador de la guerra. Esta locución latina significa «condena de la memoria» y era una práctica en la Antigüedad, que consistía en condenar el recuerdo de un enemigo con la eliminación de todo lo que recordara al fallecido.
De este modo, se procedía a eliminar imágenes, monumentos e inscripciones para que nadie pudiera recordar a la persona condenada y ésta cayera en el más absoluto olvido.
De esta manera, tras la entrada en vigor de estas leyes, se empieza a asistir a la retirada de monumentos, cruces y lápidas que recordaban a los fallecidos que pertenecían al bando franquista.
Cuanto menos, son cuestionables estas políticas consistentes en destruir y borrar los monumentos que hizo el franquismo a sus víctimas, ya que se está produciendo un proceso de eliminar de la memoria, de la historia y del recuerdo a los caídos de este bando que, como se sabe, no era homogéneo y los fallecidos tenían diferentes adscripciones políticas.
Hoy en día en la mayoría de las ocasiones se trata como fascistas a multitud de religiosos asesinados por su fe, a labradores o soldados movilizados a los que se encontraban en el bando contrario, a políticos de derechas e incluso liberales que habían tenido una relevancia política durante el periodo republicano anterior.
También tenemos ejemplos de personas que fueron asesinadas por la mera sospecha de ser de derechas, y estamos asistiendo a un proceso en el que todos sus nombres tienen que ser eliminados, puesto que parece ser que no merecen un recuerdo porque «todos eran fascistas» y su memoria debe ser borrada.
Hay que tener en cuenta que las cruces a los caídos que se erigieron al terminar la guerra civil fueron construidas en la mayor parte de los casos por los familiares de los fallecidos. Los propios alcaldes de las diferentes localidades y los familiares de las víctimas fueron los impulsores para que hubiera un recuerdo a los que ya no estaban.
El principal objetivo de los monumentos era el de conmemorar a los fallecidos y, por tanto, las cruces de los caídos no deben asociarse exclusivamente como hacen algunos interesados a la exultación de una dictadura, sino que en ocasiones son monumentos con una elevada carga funeraria y religiosa, que tenían como objetivo conmemorar a las personas que habían muerto en el conflicto.
Se ha comprobado mediante diferentes estudios cómo la función religiosa era esencial; eran monumentos en donde se iba a rezar, a meditar y a donde familiares y vecinos acudían también para la celebración de misas durante las fechas señaladas en el calendario.
En la mayoría de las ciudades ya no existen este tipo de monumentos y en las pequeñas localidades se tienen varias opciones con las ultimas leyes: o bien quitar los elementos que ensalcen la dictadura y quedarse solo con los nombres, una modificación para que hagan referencia a todos los caídos en la guerra, el traslado al cementerio o, en último lugar, su retirada.
Hoy en día los monumentos a los caídos todavía continúan en muchos de los pueblos, donde se pueden seguir viendo las pequeñas cruces, muchas veces cerca de la iglesia parroquial, y que se siguen manteniendo porque entramos en un terreno mucho más personal, local y cercano que en las grandes ciudades donde se ponían los nombres de los caídos de toda la provincia.
En estos casos los familiares siguen muy de cerca el que se conserven estos recuerdos, ya que nos adentramos en una dimensión que llega a los sentimientos y las emociones de las familias de los que están ahí representados.