El Debate de las Ideas
Las ilusiones de control y el «capacitismo» de la industria de la fertilidad
Publicado originalmente en 'Public Discourse'
Es difícil encontrar un titular más horrible y desgarrador que éste: «Pillé a nuestra madre de alquiler bebiendo y le hice abortar al bebé». El artículo detalla la experiencia de Marty y Melinda Rangers con la gestación subrogada, centrándose en el primer embarazo por encargo de la pareja. Ese embarazo terminó en un aborto de veinte semanas después de que un post de Instagram mostrara a la madre de alquiler que habían contratado bebiendo lo que parecía ser un chupito de tequila. La madre de alquiler insistió en que en el vídeo había estado bebiendo agua, pero la pareja, poco convencida, le exigió que abortara. En su opinión, la madre de alquiler había violado una de las estipulaciones de su contrato de maternidad subrogada de cuarenta páginas.
Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar, pero la industria de la fertilidad insiste en que sí se puede comprar una familia. Después de gastarse 100.000 dólares en su primer hijo por vientre de alquiler y que acabara en aborto, los Rangers, tras amasar una pequeña fortuna en el sector inmobiliario antes de retirarse al Caribe con cuarenta y pocos años, encargaron un segundo y un tercer hijo por un total de 300.000 dólares. Dado el precio pagado, no es de extrañar que la pareja quisiera asegurarse de recibir productos de la máxima calidad. La historia de la corta vida de su primer hijo subrogado es una historia de injusticia y mercantilización que revela el profundo «capacitismo» de la industria de la fertilidad.
Injusticia y mercantilización
La historia de los Rangers revela una trágica serie de injusticias hacia el niño implicado. En todo momento los adultos subordinaron los intereses del niño a sus propios deseos, permitiendo que el niño sufriera las consecuencias, incluso mortales. En primer lugar, se decidieron por un proceso que obliga al bebé a sufrir el trauma de la separación materna. En segundo lugar, una mujer (la madre de alquiler) aceptó un contrato por el que intercambiaba por dinero al niño que iba a llevar en su vientre durante nueve meses. En tercer lugar, según las acusaciones de la pareja compradora, la madre de alquiler llevó a cabo acciones que se sabe causan daño a un bebé antes de nacer. Y por último, la pareja compradora decidió que el bebé debía ser destruido ante la posibilidad de que pudiera nacer con alguna discapacidad.
Pero aunque la historia hubiera sido diferente, el niño habría seguido siendo víctima de una injusticia. El artículo no aclara en ningún momento que los Rangers tuvieran una infertilidad real, sino que sólo se refiere a la posibilidad de que la sufrieran debido a la edad de Melinda Rangers. Sin embargo, incluso si fuera así, la maternidad subrogada seguiría obligando a separar a un bebé de la única persona del mundo a la que reconoce momentos después de nacer. La infertilidad es desgarradora, pero cuando se ofrece la maternidad subrogada como solución los adultos imponen que un niño cargue con el dolor de la separación materna a cambio de acabar con el dolor por la falta de hijos de los adultos. Es cierto que este dolor puede ser grande, pero debemos preguntarnos: ¿a qué precio elegimos aliviar ese dolor?
Del mismo modo, aunque la madre de alquiler que contrataron los Rangers no hubiera consumido alcohol y no hubiera expuesto al niño a los riesgos que ello conlleva, el hecho de que aceptara voluntariamente un acuerdo lucrativo que trata a ese niño como una mercancía seguiría siendo una injusticia. Incluso si los Rangers hubieran optado por no exigir que el niño fuera abortado y hubieran aceptado la posibilidad de criar a un niño con necesidades especiales, habrían optado intencionadamente por alquilar el vientre de una mujer, con el consiguiente riesgo para ella y para el bebé. El niño iba a ser intercambiado en virtud del contrato como si fuera una mera propiedad.
Las dos caras de la misma moneda capacitista
Las cláusulas de aborto son habituales en los contratos de gestación subrogada, y no es la primera vez que una pareja exige a una madre de alquiler que aborte a un bebé que podría tener necesidades especiales, ni tampoco es la primera vez que una historia así atrae la atención pública. El año pasado, dos hombres encargaron un hijo por gestación subrogada antes de exigir que el niño fuera abortado porque a la mujer que contrataron como vientre de alquiler le habían diagnosticado un cáncer. Su tratamiento habría requerido un parto prematuro por el bien tanto de la madre como del niño, una posibilidad inaceptable para los hombres que encargaron el niño porque no estaban dispuestos a criar a un niño que, al ser prematuro, podría necesitar cuidados especiales. El bebé fue abortado a las treinta y cuatro semanas.
Aunque las industrias de la fertilidad y el aborto suelen considerarse como opuestas -una se dedica a crear vida y la otra a destruirla-, ambas no son tan diferentes como nos gustaría creer. La destrucción de niños «no aptos», ya sea en la fase embrionaria o en algún momento del embarazo, es fundamental para el funcionamiento de ambas industrias. Al igual que la industria del aborto habría condenado a muerte a mi hermana por las discapacidades que le causó la adicción de su madre biológica, la industria de la fertilidad crea acuerdos en los que la pareja que encarga el embarazo puede «descartar» un «producto dañado» porque la madre biológica del niño (la madre de alquiler) puede, por ejemplo, haber consumido alcohol.
Según esta lógica, los niños existen para los adultos, debiendo ajustarse a los tiempos y términos establecidos por los adultos. Dado que se da prioridad a los deseos de los adultos, los niños son tratados como un medio para alcanzar un fin, un paso que siempre lleva en la dirección del capacitismo. Si un niño existe para proporcionar a los adultos satisfacción, felicidad o una sensación de plenitud, un diagnóstico adverso que haga que el niño esté por debajo del nivel requerido puede provocar su destrucción.
Valor inconmensurable
Los Rangers pagaron por la muerte de su hijo por encargo debido a la posibilidad de que tuviera una discapacidad: la posibilidad de que el niño por el que habían pagado tuviera necesidades adicionales que cubrir, no alcanzara los hitos de desarrollo al mismo tiempo que sus compañeros o tuviera que hacer frente a problemas físicos y cognitivos. Como hermana de alguien que vive con las mismas necesidades especiales a las que podría haberse enfrentado ese niño, mi corazón se rompe por ese niño y clama contra este mal.
Al mismo tiempo, se me parte el corazón por esa pareja. ¿Cómo puede alguien tratar a los niños como productos sin, al mismo tiempo, creer que su propio valor es meramente transaccional? ¿Cómo puede alguien expresar un rechazo tan letal hacia un niño discapacitado sin creer también que su propia valía radica en sus capacidades, sus posesiones y sus logros?
Al haber crecido como la hermana sana de alguien con necesidades especiales, he perdido la cuenta de los comentarios capacitistas dirigidos a mi familia. A lo largo de los años he visto que esta visión terriblemente utilitarista del valor de otra persona también refleja el propio concepto de autoestima. Quienes ven a alguien que pasa sus días en una cama o en una silla de ruedas y se preguntan: «¿Qué clase de vida es ésa?», suelen ser las mismas personas que reaccionan con terror absoluto e irrefrenable cuando se enfrentan a un diagnóstico o a una lesión que puede limitar sus capacidades o situarles en una posición de dependencia, o incluso al proceso natural de envejecimiento.
Ningún niño existe para satisfacer los deseos de los adultos. Ningún niño -ninguna persona- puede reducirse a un mero medio para los fines de otros. Si lo fueran, su valor dependería de lo bien que cumplieran esos fines. El niño que abortaron los Rangers, los otros dos niños que encargaron y toda persona nacida o por nacer tienen un valor profundo que trasciende los fines de las personas responsables de su concepción. No estamos en la posición de decidir si alguien es lo bastante bueno como para que se le permita vivir.
Vulnerabilidad inevitable
Después de que los Rangerss decidieran el aborto para evitar la posibilidad de ser padres de un niño con necesidades especiales, el siguiente niño que encargaron nació prematuramente a los seis meses. En ninguna parte del artículo del Daily Mail se sugiere siquiera que se plantearan rechazar a ese niño, a pesar de haber abortado a su hermano mayor con pocas semanas menos. Ojalá su hermano mayor hubiera recibido el mismo trato.
Incluso después de hacer todo lo posible -elegir un vientre de alquiler en lugar del riesgo de que la Sra. Rangers diera a luz, exigir el aborto tras un consumo de alcohol no confirmado e investigar cuidadosamente a su próximo vientre de alquiler-, los Rangers seguían sin tener garantías de formar una familia sin complicaciones. Hay una vulnerabilidad inevitable en la paternidad porque los humanos no controlamos la vida de nuestros hijos. Con o sin parto prematuro, los Rangers no tienen ninguna garantía de que sus hijos no sufran enfermedades o lesiones, problemas de salud mental o dificultades escolares. Por mucho que lo intente, ningún padre puede evitar por completo que sus hijos sufran ningún tipo de daño ni protegerse de tener que ocuparse de las necesidades únicas y difíciles de un niño.
La paternidad -y la vida en general- implica rendirse. Rendirse ante la posibilidad de no poder proteger a tu hijo de todo. Rendirse a la realidad de que ahora eres responsable de las necesidades de otro y no sabes hasta dónde llegarán. Esto es algo de lo que fui testigo a una edad temprana, cuando vi a mis padres criar a un niño con necesidades especiales y acoger en nuestra familia a niños con discapacidad en régimen de acogida, algunas de cuyas vidas fueron trágicamente cortas. Cuando mis padres empezaron a acoger a mi ahora hermana, sus capacidades y necesidades eran radicalmente distintas de lo que les habían dicho antes de conocerla. Sin embargo, les he visto aceptar estos retos durante los últimos veinte años.
Incluso antes de que la paternidad sea una realidad, hay que rendirse a la posibilidad de que no ocurra en el momento o de la manera que esperamos. Incluso puede que no ocurra nunca. A nadie se le garantiza una paternidad sin riesgos; nadie está preservado del sufrimiento.
Los niños no son un medio para conseguir la felicidad de los adultos ni la satisfacción de sus anhelos. Son seres humanos que merecen ser tratados con dignidad. Cuando nos negamos a aceptar que no tenemos el control total, estamos imponiendo nuestro control sobre otros. El utilitarismo de las industrias del aborto y de los vientres de alquiler permite a la gente llevar esta mentalidad a extremos nuevos y más destructivos, de una manera que nuestra cultura acepta y normaliza cada vez más. Nuestra respuesta debe ser defender a los más vulnerables y ver y celebrar el inconmensurable valor de cada persona en cada etapa de su vida.