La Miss castigada por la corrección política
El amigo del príncipe era espía, mientras en Francia arrecia la polémica de su nueva miss y las plataformas obligan a sumergirse en la marea de filmes navideños para rescatar los imprescindibles
Palomas negras, la serie favorita del príncipe William y consorte, posee todos los ingredientes de las ficciones actuales. Aquí la intrépida agente encubierta, capaz de repartir disparos y patadas a diestra y siniestra con inaudita precisión, es la esposa (Keira Knightley).
Ella le pone, además, los cuernos a su pareja, un melifluo miembro del gobierno británico. Pero la gran historia romántica le pertenece a otro expeditivo mercenario, gay, enamorado de un hombre negro que huye al enterarse de su oficio real.
Los malvados son chinos, que ya han superado a los rusos en su falta de humor y torpeza: al final nunca nos ganan. ¿Cómo no iba a haberlos si la realidad supera a la ficción? El amigo espía del otro príncipe, el atolondrado Andrés, resultó un discípulo de Mao.
«Miss Igualdad» en la Francia de Macron
En Francia arrecian las críticas porque se han cargado el concurso de la miss nacional. No, aún no ha desaparecido. En lugar de eso, para justificar su existencia, han preferido adaptarlo al instante.
La favorita del público, una chica muy mona de diecinueve años, ha perdido en el último suspiro ante una mujer en la treintena, negra, de aspecto corriente.
La escogida quizá tenga más que ver con la imagen que ahora se pretende ofrecer al mundo de una Francia integrada (falsamente), igualitaria (nunca lo ha sido) y moderna (según los estrictos cánones de la corrección política).
Si aún acaban de caer en la cuenta de que una hermosa rubia de ojos claros, casi adolescente, no encarna el ideal de la mujer francesa quizá deberían eliminar el certamen.
Prefieren aplicarle paños tibios para proponer otros modelos que tampoco les representan. O es un concurso de belleza (como los de Venezuela) o un cásting para un anuncio del Ministerio de Igualdad.
Capote y los asesinatos en familia
En aquel relato de La Côte Basque que tan caro le costó, como ahora se ha encargado de reproducir la excelente serie de HBO, Capote vs. The Swans, el autor de A sangre fría cuenta la historia de Ann Hopkins (Demi Moore).
Después de muchos años de soportar infidelidades y otras humillaciones, su marido, que aportaba al matrimonio el pedigrí de una acaudalada estirpe de aristócratas norteños, decide separarse.
La futura exesposa, calculándose desplazada en las notas de sociedad y con menos efectivo, lo asesina. Sin darle muchas vueltas, se inventa un improbable robo para justificar que, en la confusión nocturna, ella misma le ha disparado.
La chapuza cuela porque la familia del asesinado no quiere añadirle más sufrimiento a los críos: ¿sin progenitor y con la madre en la cárcel…? Reputación y dólares lo tapan todo. Mejor pasar página, justo lo que no hicieron los lectores de Truman Capote cuando relató la versión nunca aprobada por los Hopkins.
La Orquesta Nacional desea viajar
La Orquesta Nacional acaba de fichar a Kent Nagano como director musical a partir de 2026. Con esta incorporación esperan que el músico, que para entonces ya habrá soplado 75 velas, contribuya a que el conjunto sinfónico tenga una mayor proyección internacional.
Si ahora mismo ponen un anuncio en Carnegie Hall, diciendo que la ONE actuará allí con un programa de obras de Falla y Bruckner, quizá, con algo de suerte, logren colocar 200 entradas.
Eso no lo va a remediar Nagano, que posee buen currículo, pero no los publicistas de Dudamel. Los promotores saben que las orquestas españolas, cuando se presentan en el extranjero, corren ellas mismas con todos los gastos.
El público de las grandes capitales solo paga por disfrutar de las grandes de toda la vida: Viena, Berlín, Ámsterdam, Chicago… Por eso, ¿no hubiese sido mejor apostar por uno de casa, un director español de mediana edad y capacidad más que contrastada, Pablo González, por ejemplo?
Las buenas películas navideñas resisten
Dejar reposar las series del momento para volver por unos instantes al gran cine resulta un bálsamo, como zafarse de un disco de villancicos de Bisbal para retornar al White Christmas de Bing Crosby o a un recopilatorio de Dean Martin.
Estos días se puede sobrevivir a los cientos de filmes navideños calcados regresando a algunos de esos maravillosos, inspirados en el espíritu de un tiempo propicio a los efímeros buenos propósitos.
Si el último tramo de ¡Qué bello es vivir! no logra emocionarte, poco hay que hacer, seguramente seas un canalla. Lo mismo ocurre con el desenlace de La mujer del obispo con unos soberbios Cary Grant, Loretta Young y David Niven.
Y qué decir de Los muertos del venerable Huston… Aún hoy se hacen algunos verdaderamente importantes. Los que se quedan, de Alexander Payne (y el inmenso Paul Giamatti), desprende la calidez de los clásicos. Te remueve y devuelve la fe en la inabarcable capacidad del hombre para la bondad. Feliz Navidad.