
José María Souvirón
El barbero del rey de Suecia
Un Pessoa católico
Javier La Beira y Daniel Ramos han editado los cinco tomos del diario inédito de José María Souvirón (Málaga, 1904-1973), poeta, novelista y crítico literario a caballo entre la generación del 27, a la que pertenecía por derecho de origen, y la generación del 36, a la que se incorporó por legitimidad de ejercicio. Con este diario, sorprendente y monumental, hemos contraído con ellos una deuda como lectores. Querría, al menos, reconocerla por quintuplicado y dedicar un barbero del rey de Suecia a cada tomo, sin prisa, poco a poco, entresacándolos en un año o dos. Arrancamos con el primero, Diario I (Centro Cultural Generación del 27, 2018; 2º edición revisada, 2023), que va del año 1955 al 1958.
He argumentado largo y tendido la importancia del género diarístico. Concuerdo con Ernst Jünger y con José Jiménez Lozano en que es el género de nuestro tiempo. No por una hipertrofia del subjetivismo, sino como una legítima defensa de la identidad personal frente a la rebelión de las masas, el vaivén de las modas, la epidemia de la publicidad, la taquicardia del estrés, el abuso de la burocracia y el intervencionismo estatal en las conciencias. En los mejores diarios, el autor defiende como gato panza arriba su independencia y su vida interior; y los lectores aprendemos a hacerlo por emulación.
Este diario cumple ejemplarmente con esos designios. José María Souvirón, que era andaluz, fino y culto –es decir, tres veces culto–, adivina, entrevé y entiende lo que se trae entre manos. Sabe sacar partido de sus circunstancias, que lo convierten en algo así como un Pessoa –Bernardo Soares– católico, con grandes dosis de desasosiego, aunque embridadas por la fe y la esperanza. Algo esquinado, que es desde donde se escriben bien los diarios, pero dentro de la vida cultural de su tiempo, de la que toma notas con lucidez e independencia. Vive solo, acogido en un colegio mayor, pobremente, separado de su mujer chilena y de sus hijos, a los que ama sin respiro, lo que otorga un valor existencial a su diálogo consigo mismo. Domina (y dosifica) la prosa poética.
Un acierto estilístico es que Souvirón no cuenta su día, sino algo de su día, lo más significativo para él, aunque sea anecdótico. Evita así la sensación de estar levantando un libro de actas o guardando una agenda comentada, y sostiene un hilo argumental hecho de sensibilidad y sencillez. Es un gran libro de la paternidad. Un himno a Málaga en la distancia y en la vivencia. Souvirón es un maestro de la soledad que tiene el don de la amistad, y viceversa. Da testimonio inevitable y enriquecedor de su tiempo. Resulta tan ameno que incluso puede contar algunos sueños (los sueños suelen ser somníferos para el lector) con interés. Su vida, además, tiene ribetes novelescos, entre una pudorosa vida galante ocasional que nos deja entrever y un pasado dolorido que a ratos emerge de la niebla, pero no del todo, y que el lector debe recomponer.El resultado fascina. «Es, sin duda, lo mejor que escribió José María Souvirón en su vida», dice La Beira, y no le engaña la pasión del editor. Un crítico tan exigente y experto en diarística como José Luis García Martín sube la apuesta: «Está destinado a ser una de las piezas capitales de la literatura autobiográfica española». Juan Bonilla ha destacado un hecho emocionante y también novelesco: Souvirón se hubiese perdido irremisiblemente como autor de segunda o tercera fila sin este diario. Leyéndolo asistimos a la salvación de un letraherido en el último minuto, contra todo pronóstico, como un inesperado final feliz que roza el deus ex machina.
En las reseñas que he repasado, destaca la generosidad de quienes, sin compartir la fe de Souvirón ni su cosmovisión, aun así admiran a ese poeta de comunión diaria, lucha ascética constante, virilidad expansiva y conservadurismo a machamartillo. Yo le he leído con la misma admiración literaria, porque es la que Souvirón se ha ganado, y con una comprensión vital añadida, que hace aún más fructífera y profunda la experiencia. El barbero se suma a las albricias por esta recuperación como mejor sabe. Escogiendo algunos fragmentos de esta prosa en alma viva:
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Las colaboraciones en prensa, agradablemente remuneradas…
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¡Oh, abrazar, abrazar el aire, las estrellas, los altos árboles llenos de verdor reciente, abrazar los recuerdos, la alegría de ser, la pena de morir!
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Cardiopatía coronaria y gota versus ánimo juvenil y ansias primaverales. ¿Empate?
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Renunciar es difícil. En el balance de mi vida, las renuncias han constituido lo más difícil y lo más bello, lo de frutos más claros, limpios y duraderos.
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Si todo anda en trance de dislocación, ¿cómo no va a estarlo la poesía? Pero es que la poesía debiera ser la salvación de este mundo subvertido. Tiro las revistas. A otra cosa. Siempre quedarán los tres o cuatro poetas necesarios. […] Lo que haya de quedar, quedará. Y si no, aquí guerra y después gloria.
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Qué pocas cosas me quedan, pero qué valiosas son.
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Quisiera ver a los españoles más seguros, más unidos, menos ingratos con su tierra natal.
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Cosa rara el teléfono. Acerca y aleja. Termina decepcionando. La voz se hace imprecisa, no tiene compañía, está sola.
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El sinvergüenza nunca entrega su libertad. La pierde, como puede perder la cartera, pero no la cede, no opta por cederla o mantenerla.
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Domingo, 3 de marzo. Nada. Pero no está mal esto de que un día, de tarde en tarde, sea nada.
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Si supiéramos bien lo que es la oración, seríamos siempre felices.
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La postergación es deliciosa. Hay en ella algo de verano de la infancia.
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[Tras una mala noche en un tren] Al llegar a Córdoba, advierto que esos españoles que roncaban, bufaban y olían a sopa de ajo son unos hidalgos bondadosos, que me ayudan a bajar el equipaje con mucha caridad y se despiden de mí muy afectuosamente.
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[En la catedral de Córdoba:] Oír misa de Domingo de Ramos ante un crucifijo, bajo arcos de herradura, me causa una reverente sensación de unidad universal. Una especie de alegría imperial de la Redención.
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Siempre vuelvo triste de Málaga (hermanas, hermanos, campo, calles, tabernas, voces, mujeres, torres, campanas, vencejos, allí todo me pertenece).
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Peligro y mal de nuestro tiempo: Safety first.
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[En una charla con jóvenes:] ¡Qué decepción! Uno de ellos ha preguntado: «¿Es que se nos exige ser héroes?». Naturalmente que no, le contesto, pero es una lástima para ti hacer esa pregunta.
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[Fantasea con ser nombrado académico de la RAE:] ¡Cuánto me gustaría leer mi discurso de ingreso, y que en la primera fila estuviesen Jacqueline, Pilar, Lourdes, algunas amigas y amigos, mi hijo!… Esto es lo único que me valdría la pena. Sería precioso.
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Por fraternidad, por paternidad, por matrimonio, por pasiones sueltas, en diversos tiempos, o acumuladamente; esposa, hija, hermana, amantes, lo que sean, las mujeres me han animado, me han levantado me han conturbado, me han jodido, me han alegrado y, nunca, ni por un momento, me han dejado en paz.
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Hoy ha sido otro de los días de gran soledad. […] Tenía ganas de gritar, de abofetearme (para abofetear mi soledad, que está en mí). [Se calma con gran esfuerzo, reza] Ahora mi soledad no está en mí, y si me abofeteara no le pegaría a ella. Ahora está fuera de mí, y ya puedo volverle la espalda.
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Mi vida, que puede parecer frustración y fracaso para muchos, ha tenido una plenitud y un destino inmensos.
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Yo no podría hablar de cosas con las que no cumpliera.