
Dos amigas leyendo poesía (1953) - Françoise Gilot
El barbero del rey de Suecia
Versos 'versus' lo irreversible
Para participar en la presentación de la asociación de cuidados paliativos «Arborvitae», de la Fundación Vicuña, he consultado varios libros sobre la muerte y la enfermedad. Pero, en vez de una reseña sobre un título en concreto, haré un «barbero temático» sobre la poesía que se encara con la muerte, que fue el asunto, esperanzado y combativo, del que me pidieron que hablase.
Los cuidados paliativos son esenciales. Por su propia razón de ser conllevan un desafío a nuestro tiempo. Hoy se aspira a expulsar la muerte del escenario. No encaja con el credo progresista: «Si en el futuro vamos a morir, vana es nuestra fe», deduce en el fondo. Y como no puede acabar con la muerte, como no se puede matar la muerte, se oculta a los enfermos terminales, chivos expiatorios del hedonismo y el consumismo. Se les da por amortizados en cuanto dejan de ser útiles y rentables, saludables y divertidos. Las personas que los atienden forman parte, por tanto, de los últimos centinelas de la dignidad humana en la perdida frontera del desierto de los bárbaros.
Hay que acudir en auxilio de estos defensores. En Al fin y al cabo (Encuentro, 2021), el filósofo Francisco José Soler Gil argumenta que la experiencia mental y la conciencia son realidades independientes del cuerpo, lo que implica que la atención a la persona que se enfrenta a la muerte debe ir más allá del mero tratamiento físico. Critica a aquellos que reducen las creencias sobre la muerte a meras expresiones de miedo o deseo y desmonta las «filosofías de la sospecha». La muerte exige un acercamiento filosófico y la filosofía que no se las vea con esa realidad no termina de cumplir su vocación.
Desde la otra orilla, el médico Esteban Fernández-Hinojosa, flamante accésit del premio Sapientia Cordis de Ensayo con el libro Confines, de publicación inminente en CEU Ediciones, reclama el auxilio de las humanidades, argumentando que la formación técnica del médico, aunque fundamental, no es suficiente para abordar la complejidad de la experiencia humana, en especial, en la asistencia a la muerte. Es necesario atemperar la fascinación por la tecnología. Las humanidades aportan un sistema de valores alternativo, incluyendo la imaginación, la belleza y el asombro, contrarrestando la tendencia a reducir al paciente a un conjunto de datos biomédicos y, por tanto, a la deshumanización.La poesía, con su música y su ironía, con su desvergüenza, nos ayuda a reflexionar con dulzura y humor, no necesariamente negro, incluso en los momentos más graves. No es extraño que el mismo Sócrates en su muerte quisiese aprender a tocar música en un caramillo. El arte es una filosofía al cuadrado. Machado, Juan de Mairena mediante, ironizó sobre el deber profesional de los poetas de hablar de la muerte , y se recreó en la sorpresa que se llevaría más de uno, a pesar de haberla nombrado tanto, al encontrarse cara a cara con ella. Por debajo de la broma, late una verdad muy honda: la poesía lleva enfrentándose a la muerte desde sus inicios. José Mateos sugiere que sólo es un verdadero poema aquel que puede recitarse a un moribundo. Que incluso puede dedicarse a un muerto, como hicieron Jorge Manrique y tantos elegíacos. Otros, más audaces todavía, se ven físicamente con los muertos: Ulises, Orfeo, Er el Armenio, Eneas y Dante fueron a hablar cara a cara con los (no) finados en sus respectivas bajadas a la ultratumba. La tradición, que es la médula de la literatura culta, es, efectivamente, contar con ellos, escucharles con los ojos y ayudarles a transmitir su voz a las próximas generaciones. La tradición se salta la muerte a la torera.
Horacio encontró las palabras breves, precisas, e inmortales que plantan los poderes de la poesía: Non omnis moriar («No moriré del todo»), decía, confiando en sus propios versos y en nosotros, lectores del futuro. Y han podido sus versos. Horacio ha quedado en nuestro recuerdo, y eso ha dado moral a los poetas de todos los tiempos para mirar a los ojos a la muerte. Nadie lo hizo con más dulzura y seguridad que John Keats: «A thing of beauty is a joy for ever». La Biblia ya nos había avisado que «fuerte como la muerte es el amor» y los poetas no han hecho más que poner a prueba el amor a la amada, a los hijos, a los padres, a la belleza, a la vida, y comprobar que, en efecto, aguantan el envite. Los versos se revuelven y le cogen las vueltas a la muerte. Explica Soler Gil que una de las angustias de quienes se enfrentan al final es pensar que se va a cortar la relación con sus seres queridos. Muchísimos poemas son la prueba más acendrada de que, como dijo Quevedo, «nadar sabe mi alma el agua fría/ y perder el respeto a ley severa». El amor se salta las bardas. El recuerdo emocionado tiende puentes transitables.
Extraigamos alguno de nuestros versos preferidos o nuestras prosas entrañables contra lo irreversible.
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Ten más modestia, Muerte, aunque se te haya/ erróneamente dicho poderosa/ y temible; pues esos que has borrado / no mueren, pobre Muerte, incapaz hasta/ de aniquilarme a mí. Si el reposo/ y el sueño son tan gratos, cuánto más/ no debes serlo tú: […]/ Menos humos/ que veremos tu fin; tu muerte, Muerte. [John Donne]
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Morirse es una costumbre / que sabe tener la gente [Jorge Luis Borges]
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Y morirme de repente/ el día menos pensado./ Ése en el que pienso siempre. [Manuel Alcántara]
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Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir. [Séneca]
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El joven sensitivo sabe, o sospecha, que cada cual contiene su muerte, como el fruto su semilla. Los niños tienen una pequeña; los adultos, una grande. Las mujeres la llevan en su seno, los hombres en su pecho. Esta conciencia le da una dignidad singular, un silencioso orgullo. [Cezo]
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Finché c'è morte, c'é speranza. [Príncipe de Lampedusa]
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Todo hombre está obligado a morir voluntariamente. No es que todo hombre quiera morir, sino que, frente a una muerte ineluctable, la voluntad siempre tiene libertad para la rebelión o el consentimiento. […] Cuando se reflexiona en profundidad no hay más que una alternativa entre dos especies radicalmente opuesta de muerte voluntaria: el suicidio y el martirio. [Fabrice Hadjadj]
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Agonizante/ la cigarra en otoño/ canta más fuerte. [Masaoka Shiki]
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Yo soy más grande que el tiempo./ Mata el tiempo y no lo sabe,/ pero yo sé que me muero. [Juan Peña]
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Su cuerpo dejará, no su cuidado. [Francisco de Quevedo]
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Ya no es tuya sino nuestra/ la muerte que has dejado. / ……/ Ya no es tuya, sino nuestra/ la vida que has dejado. […] ¡Padre, que me perteneces y te pertenezco […] si tú eres abismo, yo debo ser salto! [Álvaro Petit]
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[…] La muerte/ siempre llega con ese instante de retraso. // En vano golpea la aldaba/ en la puerta invisible./ Lo ya vivido/ no se lo puede llevar. [Wislawa Szymborska]
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Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría/ no podré morir nunca. [José Hierro]
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La muerte parece la victoria definitiva del tiempo. Pero vivir es luchar contra él, recordando el pasado y anticipando el futuro, a la vez que queremos conservar el presente. Y eso de que la muerte triunfará, está por ver, porque toda vida está hecha de eternidad: de otra forma no existiría ese presente continuo en el que somos, en la conciencia de sí, nosotros mismos. […] La inmortalidad es una esperanza en la que consistimos. […] Nadie se cree su propia muerte. [Javier Hernández Pacheco]
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«In memoriam de V.L.N.»: Nunca tuve tantas ganas de llorar./ Ya nada sé —excepto que/ vale la pena nacer.// Reconozco/ tus enérgicas zancadas. No has cambiado/ mucho desde que te vi morir. [Vladimir Nabokov]
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La muerte no interrumpe nada [Luis Rosales]
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«Lauda»: Amó a Claudia hasta la muerte,/ usque ad mortem,/ se leía en el cipo funerario;/ y Claudio escribió luego:/ et plus ultra./ Crecieron rosas blancas. [José Jiménez Lozano]
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«Si alguien enseñara a los hombres a morir, los enseñaría a vivir». [Michel de Montaigne]