
Vidriera de San Agustín en el Lightner Museum de Florida
El libro perdido de Cicerón que cambió la vida de san Agustín
El filósofo relata en sus 'Confesiones' cómo dejó atrás una vida superficial y apostó por la búsqueda incansable de la verdad
La figura de san Agustín trasciende el terreno religioso. El obispo de Hipona es un pilar del pensamiento cristiano, pero no se queda ahí. Sin ir más lejos, una de sus obras más leídas, las Confesiones, suponen todo un hito en la historia de las letras. Estamos ante una autobiografía que no se limita a la sucesión de recuerdos y vivencias sino que indaga en los pliegues del alma humana.
El santo no tiene reparos en señalar una y otra vez sus faltas y pecados de juventud. Entre reflexiones y oraciones, el libro ofrece al lector un esbozo de cómo era la educación en el decadente Imperio Romano del siglo IV. San Agustín lamenta la dureza de los castigos, la inmoralidad de muchos de los personajes que se ponían como ejemplo a los niños y pone el foco en los estudios de literatura y oratoria.
Precisamente, este afán por perfeccionar su elocuencia llevó al joven Agustín hasta Cicerón. El romano ya era por entonces admirado y estudiado por su excelencia retórica. Sin embargo, el que llegaría a ser padre de la Iglesia se encontró con una faceta bien distinta del autor de las Catilinarias. A sus manos llegó el Hortensio, un libro que incluía una imponente exhortación a la filosofía.
San Agustín recuerda con palabras emocionadas lo que esa lectura supuso para su vida: «De golpe todas mis expectativas de frivolidad perdieron crédito, y con increíble ardor mi corazón ansiaba la inmortalidad de la sabiduría». Cuenta el santo que el Hortensio fue el primer paso para «retomar el vuelo» hacia Dios partiendo de las realidades terrenas.
Más allá de por su valor cristiano, la historia de la filosofía reconoce en el de Hipona una vida dedicada a la búsqueda de la verdad. En su caso, la relación entre Dios y la sabiduría se convirtió en algo lógico. Si, tal y como dice el libro de Job, la sabiduría tiene su morada en Dios, y, etimológicamente, la filosofía es el amor por el saber, el amor del filósofo por lo uno lo llevará a amar al Otro.
Una obra perdida
Por desgracia no ha llegado hasta nuestros días el Hortensio. La obra se perdió con la caída del Imperio y con ella esas palabras sobre la filosofía que cambiaron radicalmente la vida de san Agustín. Sin embargo, podemos encontrar en otros textos de Cicerón fragmentos en los que se puede escuchar el eco de esa exhortación extraviada.
Como recoge el profesor Enrique González en su libro Otra filosofía cristiana, las Disputaciones tusculanas del orador romano ofrecen unas bellas palabras sobre el valor de la filosofía que podrían parecerse a las que leyó el joven Agustín en el Hortensio: «Del mismo modo que un campo, por fértil que sea, no puede dar frutos si no se le cultiva, lo mismo le sucede al alma si no recibe enseñanza. El cultivo del alma es la filosofía, ella extirpa los vicios de raíz, prepara las almas para recibir las semillas que, cuando se han desarrollado, producen frutos ubérrimos».
La mención a los vicios llevará a Cicerón a decir también que la filosofía es «una medicina del alma». Esta definición casa perfectamente con el recorrido que san Agustín firma en sus Confesiones y hace notorio el impacto que pudo tener en un hombre que quiso presentarse ante el mundo como un terrible pecador que encontró en Cristo y su sabiduría divina la salvación.