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Imagen de archivo de Gilles Deleuze

Imagen de archivo de Gilles DeleuzeFundación Disenso

La Fundación Disenso reflexiona sobre el pensamiento nihilista de Deleuze, de donde bebe la ideología woke

El pensamiento de Deleuze impregna la sociedad actual de un modo dramático y su conocimiento permite comprender fenómenos culturales de hoy

No se podría entender la deriva social y cultural del mundo de hoy, en particular en las sociedades occidentales, sin comprender la aportación del filósofo francés Gilles Deleuze, del que se conmemoran este año 2025 el centenario de su nacimiento.

Deleuze es, junto con Michel Foucault y otros filósofos de su generación, el detonador del big bang del Mayo del 68 francés, de las ideas revolucionarias que llevaron a una mercantilización del marxismo, o a la cuadratura del circulo de un capitalismo marxista, donde el nihilismo se convierte en una palanca del cambio y dio origen a una concepción desestructurada del hombre y su identidad que daría lugar al pensamiento posmoderno eclosionado en lo que hoy llamamos ideología woke y todos sus componentes: feminismo, teoría queer, etcétera.

Para conmemorar el centenario de su nacimiento, la Fundación Disenso ha elaborado un documento en el que reflexiona sobre su pensamiento y legado.

Pese a que muchos de los principales defensores de los postulados woke seguramente desconocen a Deleuze, es su apuesta por la micropolítica, como reflexiona Miguel Ángel Quintana Paz, por esa visión molecular de la política, donde el edificio filosófico posmoderno encontrará sus ladrillos.

Como apunta David Cerdá, con el suicidio de Deleuze el 4 de noviembre de 1995 tras saltar de la ventana de su apartamento en París, «moría uno de los filósofos más originales y desconcertantes que en el mundo han sido, y no nacía, sino que continuaba una fascinación académica e intelectualoide en torno a su figura».

David Cerdá, sin embargo, apunta a los efectos perniciosos de su filosofía en nuestra sociedad y es que, si bien Michel Foucault afirmó que el siglo XX sería deleuziano”, «nosotros hemos tenido la desgracia de comprobar que el verdaderamente deleuziano está siendo el nuestro, el XXI».

Deleuze sigue hoy «instalado en el Olimpo de los pensadores posmodernos» y «ocupa un trono que desafía a la razón de mil modos».

«Celebrado como un visionario, un revolucionario del pensamiento y un arquitecto de nuevos horizontes filosóficos, su obra es más bien un laberinto inextricable de pretensión y oscuridad. Construyó castillos metafísicos en el aire y luego invitó a sus seguidores a mudarse ellos».

También incide en el modo en que el pensamiento de Deleuze supuso la defunción de una izquierda víctima de sus contradicciones y de su falta de referentes.

«El declive actual de la izquierda debe no poco a tipos como Deleuze, a quienes abandonaron la lucha por la justicia social por sus batallitas rizomáticas. Ya Mayo del 68 enfrentó a los estudiantes con los obreros, de modo que es a él y a Derrida, Althusser y el resto a quienes hay que pedir cuentas, antes que a Trump o a Meloni, del cambio de sensibilidad política de la clase trabajadora».

Sigue: «Fue Deleuze quien disfrazó de liberación el nihilismo; para sorpresa de pocos, el nihilismo hace poca gracia a los currelas».

Además, de encontrarse en el origen del pensamiento woke: «Sin el énfasis de Deleuze en la diferencia y los «cuerpos sin órganos» es difícil pensar desvaríos como la multiplicidad de géneros o el género fluido».

Mariona Gúmpert apunta a otra de las ideas relevantes de Deleuze que vemos convertida en realidad hoy, y es el concepto de «sociedades de control».

«En una era donde la vigilancia digital y la manipulación de datos se han convertido en la norma, su visión de un poder que opera de manera fluida y omnipresente, más allá de las instituciones tradicionales, resulta profética».

La crítica de Deleuze al capitalismo, señala Gúmpert, «especialmente en su obra conjunta con Félix Guattari, ofrece una perspectiva única que va más allá de las críticas marxistas tradicionales».

«Deleuze y Guattari argumentan que el capitalismo opera no solo a través de la explotación económica, sino también mediante la creación y manipulación de deseos, generando una forma de control más sutil pero igualmente poderosa».

En su obra El Anti-Edipo, «Deleuze y Guattari introducen el concepto de máquinas deseantes para describir cómo el capitalismo funciona como un sistema de producción de deseo».

En este sentido, «el legado de Deleuze puede servir como un catalizador para una reflexión más profunda sobre los desafíos y oportunidades que enfrentamos en el siglo XXI, siempre que abordemos sus ideas con un espíritu crítico y un firme anclaje en la realidad».

David Souto Alcalde destaca que la efeméride de Deleuze resulta reveladora «por qué la globalización ha conseguido presentar el desarraigo y la necesidad de mutar continuamente de identidad como un modelo de conducta liberador y deseable para el ser humano».

Además, destaca el vínculo entre las ideas de Deleuze y la filosofía que inspiró el fascismo: «Hipócritamente envuelto en ropajes antifascistas, el proyecto filosófico deleuziano retomará este legado inhumano para reescribirlo de acuerdo con los postulados de una izquierda nietzscheana que asume la urgente necesidad de actualizar a Marx».

«Este fascismo antifascista de Deleuze se revela como doblemente capcioso, pues si por una parte regenera y convierte en nueva moralidad la agenda más inhumana del vitalismo fascista (la renuncia a la tradición, la legitimación de una tecnocracia que impone lo diverso, confunde el progreso con la tecnología y se abre a la eugenesia), por otra, somete al destierro de lo impensable el único elemento incómodo, sensato y humanitario del fascismo clásico: esto es, su carácter antiglobalista tendente a una geopolítica multipolar», apunta.

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