
Aquel que asegura que Dios no existe también entiende la idea de un «ser mayor que el cual nada pueda pensarse»
El trabalenguas que demuestra la existencia de Dios
Desde que se formuló en la Edad Media el conocido como argumento ontológico sigue poniendo a prueba a quienes se preguntan por el Ser supremo
Espoleada por el cristianismo, la cuestión de Dios lleva siglos siendo un tema de especial interés para la filosofía. Muchos pensadores han tratado de acercarse racionalmente al conocimiento de un Ser del que nos separa un abismo y otros lo han sacado de su ecuación respecto a la realidad.
En lo que respecta al primer grupo de autores, la mayoría de ellos se enfrentaron necesariamente a la pregunta por la existencia misma de Dios. En este sentido, los argumentos que se buscan desde la filosofía dejan de lado la fe y pretenden una demostración aceptable desde la razón humana.
Se pueden dividir en dos grandes grupos las distintas propuestas intelectuales sobre la existencia de Dios. El primero de ellos, que tiene como referente principal las cinco vías de santo Tomás de Aquino, alcanza al Ser supremo a posteriori, partiendo de los efectos que pueden comprobarse en el mundo que nos rodea e indagando sobre su Causa primera.
Por un camino distinto llegan a la misma conclusión quienes proponen argumentos a simultaneo. Es decir, los filósofos que apuestan por demostrar la realidad de la divinidad partiendo de la propia idea que tenemos de Dios. Autores como Descartes, Leibniz o Hegel trataron la cuestión, pero todos ellos bebieron de san Anselmo, el arzobispo de Canterbury que en pleno siglo XI redactó el que Kant bautizaría después como «argumento ontológico».La gran contradicción
Tal y como lo escribió san Anselmo, su intención no es la de demostrar la existencia de Dios sino la de evidenciar el error de quienes lo nieguen. Para ello, en su obra Proslogion parte del salmo 13 y su «dijo el insensato en su corazón: no hay Dios». En este punto, el filósofo medieval desarrolla una argumentación lógica que bien podría parecer un trabalenguas o un juego de palabras para despistar al oponente. Nada más lejos de la realidad. Como explica Julián Marías, en la prueba anselmiana «va implicada la metafísica entera».
El argumento, adaptado del Proslogion, dice así: Aquel que asegura que Dios no existe también es capaz de entender la idea de un «ser mayor que el cual nada pueda pensarse». Dado que comprende esta definición, no puede negar que esa idea existe, al menos, en su entendimiento. Ahora bien, si ese «ser mayor que el cual nada pueda pensarse» solo existiese en el pensamiento no sería «el mayor» puesto que cabría pensar en otro que también existiese en la realidad.
Así, quien niega la existencia de Dios cae en contradicción con la propia definición que él acepta. En tal caso, como simplifica el filósofo Antonio Millán-Puelles: «Aquello mayor que lo cual nada cabe pensar, sería y no sería, al mismo tiempo, aquello mayor que lo cual no cabe pensar nada. Por consiguiente, es indudable que aquello cuyo mayor no puede ser pensado existe no sólo en el entendimiento, sino en la realidad también». Es decir, no estaría negando a Dios porque no hablaría de Él.
Un argumento criticado
Como suele ocurrir en la historia de la filosofía, el argumento de san Anselmo ha sido motivo de discusión y, en muchos casos, rechazado. Ya en vida del arzobispo un monje llamado Gaunilón puso en entredicho su propuesta asegurando que el salto de la existencia en el entendimiento a la realidad validaría afirmar que son reales las «Islas Afortunadas». El propio Anselmo respondió negando la igualdad entre la idea de Dios, que en esencia es perfecto, y el resto de ideas.
Por mencionar algunas ilustres refutaciones: Santo Tomás de Aquino señalará en la Suma Teológica que «es probable que quien oiga la palabra Dios no entienda que con ella se expresa lo más inmenso que se pueda pensar», puesto que no es algo evidente para nosotros; y Kant rechazará el argumento ontológico al considerar que el existir no aporta ninguna perfección a un concepto.