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Miguel de los Santos, en el centro, durante la presentación de su libro 'Flor de avispa'

Miguel de los Santos, en el centro, durante la presentación de su libro 'Flor de avispa'Pie de Página

Entrevista al periodista y escritor Miguel de los Santos

«Nicaragua avanza paso a paso hacia el absolutismo de gobierno de extrema izquierda de Daniel Ortega»

  • El Debate entrevista al periodista y escritor Miguel de los Santos con motivo de su nueva novela, Flor de Avispa (Pie de página)

  • Muere el Papa Francisco

El veterano periodista Miguel de los Santos fue un testigo privilegiado de los sucesos políticos en Hispanoamérica durante las últimas décadas del siglo XX. Trabajó en la Cadena SER y en TVE.

Para la cadena pública realizó desde Hispanoamérica varios documentales y programas culturales que le llevaron a entrar en contacto con personas como Pablo Neruda, Ernesto Cardenal o Camilo José Cela.

Con Ernesto Cardenal, precisamente, mantuvo una relación privilegiada y pudo entrevistarlo en su refugio del archipiélago de Solentiname cuando el antiguo sacerdote y ministro de Cultura del gobierno de Nicaragua, desencantado con la deriva autoritaria de Daniel Ortega, abandona el Frente Sandinista y fundó un movimiento cultural conocido como primitivismo.

Miguel de los Santos publica ahora una novela, Flor de Avispa, (Pie de Página), que sigue los pasos de aquel Ernesto Cardenal y que, en fórmula de realismo mágico, funciona como una crónica del destino trágico de Nicaragua.

— La novela se basa en la vida de Ernesto Cardenal. ¿Qué hay de la biografía del poeta nicaragüense en el libro?

— En realidad, Ernesto Cardenal fue el inspirador y, yo diría que, hasta el instigador, el que me instigó a escribir esta novela. El origen es de hace muchísimos años.

Narra la peripecia de Ernesto Cardenal, el poeta, el sacerdote y, finalmente, el revolucionario, implicado en la revolución sandinista de 1979 frente a la dictadura secular de la familia Somoza en Nicaragua.

Cardenal fue ministro de Cultura de Nicaragua durante diez años, hasta que llegó el momento del desengaño y abandonó el Frente Sandinista

En el año 1984, siendo él ministro de Cultura del gobierno de Ortega, se presentó el Papa Juan Pablo II en Managua y, en la recepción gubernamental que tiene lugar en el aeropuerto, cuando llega el momento de los saludos entre el Gobierno y Su Santidad, el Papa le retiró el saludo, le retiró la mano y lo suspendió a divinis de todas sus obligaciones sacerdotales.

A partir de ese momento cambia la historia, la vida y el sentido de Ernesto Cardenal. Se implicó en el Gobierno, durante diez años fue ministro de Cultura, hasta que llegó el momento del desengaño. Esto se produjo allá por el año 1994.

Entonces abandonó el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en protesta por la deriva totalitaria del gobierno de Ortega, desengañado con el Gobierno que él mismo había ayudado a constituir. Es entonces cuando se retira al archipiélago de Solentiname.

Allí, en Solentiname, creó una escuela artesanal, que es donde nace la famosa serie de artistas primitivistas de pintores y de otra serie de artesanos.

Yo me enteré de esta circunstancia en 1999, años más tarde, estando en Caracas, en Venezuela, rodando con un equipo una serie de reportajes y documentales para Televisión Española.

Decido entonces cambiar el rumbo del viaje y nos trasladamos a Nicaragua para tener una entrevista con Cardenal.

¿Cómo fue aquella entrevista? La reproduce al inicio del libro…

— Me recibió muy amablemente, aunque me presenté allí sin previo aviso. Pasé un día con él y le realicé una entrevista en la que llevé conmigo dos preguntas, nada más.

Dos preguntas que contienen otras muchas respuestas. Una versaba sobre su peripecia personal, y la otra, sobre la maldición que, al parecer, lleva cayendo sobre su patria, sobre Nicaragua, durante prácticamente un siglo.

A Cardenal le hablé de la teología de la liberación que fue malinterpretada por el mismo Ernesto Cardenal

Un siglo en el que ha habido 43 años de los gobiernos somocistas, de toda la saga, de toda la familia de Anastasio Somoza, y, posteriormente, una revolución que desató la ilusión y que terminó decepcionando a todo el mundo, porque se convirtió en otra dictadura, aunque de distinto signo.

A Cardenal le hablé de la famosa teología de la liberación que, al parecer, fue malinterpretada por algunos, entre otros, por el mismo Ernesto Cardenal.

La teología de la liberación nace de la Conferencia de Esquipulas, donde los obispos deciden pasar del púlpito a la acción, pero a una acción evangélica.

Es decir, no predicar solamente desde el púlpito y consolar únicamente con la palabra, sino, acudir, como dice el Evangelio, a enseñar al que no sabe, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, etcétera.

Pero algunos de ellos, como fue el caso de Ernesto Cardenal, y también de su hermano Fernando, fueron mucho más allá y entraron en la acción prácticamente empuñando las armas.

— ¿Ese encuentro fue entonces el detonante de la novela?

— En realidad, el origen de la novela no está en la entrevista que, por otra parte, reproduzco como introducción a la obra, sino en la despedida.

Cuando nos estábamos despidiendo, Cardenal me dijo, más o menos: «Ahora usted marchará a Europa, emitirá este reportaje, sus espectadores se sorprenderán o se extrañarán, pero en 24 horas habrán olvidado ya la peripecia de este viejo cura y de su desgraciado país. Si usted quiere ayudar a mi patria en algún momento, escriba un libro, porque el libro es cosa eterna».

Creo que Nicaragua es la gran olvidada del eco mediático

Por otro lado, creo que Nicaragua es la gran olvidada del eco mediático, siempre muy centrado en Cuba y Venezuela.

Por tanto, la novela tiene un toque de reivindicación del pueblo exiliado nicaragüense y también contiene mucho de expiación de culpa por parte del protagonista, que es una suerte de remedo de ficción de la peripecia vivida por el propio Ernesto Cardenal.

Al final, el Papa Francisco rehabilitó a Ernesto Cardenal…

— En 2019, Ernesto Cardenal fue hospitalizado con una grave enfermedad, pocos años después de la llegada de Francisco al papado. Entonces, el Papa decidió revocar la suspensión a divinis.

En ese momento fue cuando recordé la petición que me hiciera Cardenal y me sentí obligado a abordar aquella novela de la que me hablara años atrás. Me puse a trabajar en ella con la esperanza de, ya que las noticias no eran buenas respecto a su salud, llegar a tiempo de terminarla antes de que falleciera.

Desgraciadamente, no fue así y falleció poco antes de que yo concluyera la novela, que me llevó unos dos años de trabajo.

Aun así, tuve tiempo de intercambiar una carta con él y enviarle algunos datos de la novela en la que estaba trabajando.

En la novela reproduzco ambos momentos: el de la entrevista que le hice —incluyo una fotografía mía con él en 1999— y el otro, en que el obispo auxiliar de la archidiócesis de Managua, monseñor Silvio José Báez, se presenta en el hospital llevándole el perdón papal.

Estos dos hechos son la génesis y el desenlace de una historia verdaderamente apasionante. Aunque en la ficción de la novela Cardenal no aparece como tal, yo represento su figura en un joven cura de la emblemática iglesia de Santa María de los Ángeles, donde se desencadena el hecho que dará lugar a todo lo que vendrá después: la tragedia de expiación de este joven sacerdote y la búsqueda de una redención que finalmente encuentra por el camino más inesperado.

— ¿Por qué ha recurrido al realismo mágico para construir esta novela?

— Yo no puedo librarme de la tendencia al realismo mágico. Desde 1968 hasta principios de siglo, principios del 2000, anduve viajando por toda América y coincidió con el boom de ese movimiento literario conocido como realismo mágico.

Es decir, desde Cortázar hasta Donoso, pasando por García Márquez… En fin, todos los que configuran esa legión de grandes escritores hispanoamericanos.

Precisamente, el prologuista de mi novela es uno de los referentes más importantes, Sergio Ramírez, que formó parte de aquella revolución frustrada, con Daniel Ortega, que ahora está exiliado en España amenazado de muerte por el gobierno del que fuera su compañero, y es más, hace un año prohibieron uno de sus libros, que es una maravilla, Tongolele no sabía bailar, porque es una denuncia desesperada de lo que está sucediendo en el gobierno actual de Nicaragua.

¿Por qué ha recurrido al realismo mágico para construir esta novela?

— Yo no puedo librarme de la tendencia al realismo mágico. Desde 1968 hasta principios de siglo —principios del 2000— anduve viajando por toda América, y coincidió con el boom de ese movimiento literario conocido como realismo mágico.

Es decir, desde Cortázar hasta Donoso, pasando por García Márquez… En fin, todos los que configuran esa legión de grandes escritores hispanoamericanos.

Precisamente, el prologuista de mi novela es uno de los referentes más importantes: Sergio Ramírez, quien formó parte de aquella revolución frustrada junto a Daniel Ortega, y que ahora está exiliado en España, amenazado de muerte por el gobierno del que fuera su compañero.

Es más, hace un año prohibieron uno de sus libros —que es una maravilla— Tongolele no sabía bailar, porque constituye una denuncia desesperada de lo que está sucediendo en el gobierno actual de Nicaragua.

La novela se desarrolla en el contexto de la revolución sandinista. Hoy el sandinismo ha caído abiertamente en el autoritarismo y en la dictadura con Daniel Ortega. ¿Cómo ves el futuro de Nicaragua?

— Lo veo difícil, porque Nicaragua va avanzando paso a paso hacia ese absolutismo de gobierno. Una muestra de ello es la famosa cárcel de El Cipote, que tiene cierto protagonismo en mi novela, porque era el símbolo diabólico de los Somoza.

Es una cárcel horrible, una penitenciaría que el padre de los Somoza, Anastasio Somoza García, mandó construir debajo del enorme y faraónico palacio presidencial que levantó durante su etapa de gobierno.

Allí hay unas horribles mazmorras donde desaparecieron, durante el régimen de Somoza, miles de personas, y siguen desapareciendo bajo el gobierno de extrema izquierda de Daniel Ortega hoy en día.

Todo esto no tiene el eco que debería en la prensa internacional y, sinceramente, creo que ese sistema dictatorial se ha acentuado con este gobierno.

Este libro es también resultado de su propia experiencia recorriendo América Latina. ¿Es una forma de hacer memoria?

— Para escribir la novela, gracias a Dios, una de las ventajas que tengo es que disfruto, a mi edad, de una memoria extraordinaria.

Yo pisé Nicaragua por primera vez en 1975, aterricé en el aeropuerto de Managua y me encontré con una ciudad completamente destruida por el famoso terremoto de 1972.

Caminabas por lo que supuestamente habían sido calles o avenidas en otro tiempo, y te encontrabas con que, a la altura de tus pisadas, estaban las terrazas y los alféizares de los balcones… En fin, era una ciudad absolutamente enterrada.

En aquel momento estaba vigente el gobierno de Tacho Somoza. Cuando regresé en 1999, la ciudad seguía igualmente destruida. Estaba ya el gobierno de Daniel Ortega, y la atmósfera y el paisaje que me encontré venían a ser, absolutamente, los mismos.

De manera que, entre la memoria y unos cuantos meses de documentación —para no equivocarme en nombres concretos, en hechos concretos, en fechas, etcétera— construí la memoria.

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