Daniel Luque corta oreja pero necesita más toro
La flojedad de las reses de Núñez del Cuvillo desluce la gran corrida del Domingo de Resurrección en Sevilla

Daniel Luque da un pase de pecho a Correvientos, de 560 kilos, al que cortó la única oreja del festejo
Para mí, sin duda, la corrida del Domingo de Resurrección en la Plaza de los Toros de Sevilla es, en principio, la más atractiva de la temporada: ha pasado la Semana Santa, celebramos la Pascua. La Resurrección de Cristo supone la esperanza de todo cristiano: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?», escribe San Pablo. La ciudad irradia alegría y belleza.
Por la mañana, en el solemne Pregón Taurino, Victorino Martín, presentado por Lorenzo Clemente Naranjo, cuenta recuerdos sevillanos suyos y de su ganadería. Consciente de su responsabilidad, al pronunciar este Pregón, pidió ayuda… a unas monjitas de clausura, que le prometieron rezar por él: supera la prueba con nota. Delante de mí, le cuenta a Remedín, la hija del maestro Manolo Vázquez, que, de jovencillo, fue en autostop a Sevilla, para ver la reaparición de su padre.
Por la tarde, brillan al sol los arcos dieciochescos, la blanca cal, el dorado albero de la Plaza de los Toros sevillana; nos deleita la música de la mejor Banda, la del maestro Tejera. (Esta vez, por excepción, en el paseíllo suena el pasodoble dedicado a Paco Camino, en recuerdo del gran torero). Todos los que tenemos la fortuna de estar aquí, un año más, somos conscientes del privilegio que supone estar en el «ombligo del mundo» taurino. Para mí, aquí, esta tarde, se produce la verdadera consagración de la primavera, como en la música de Stravinski.
Como de costumbre, el cartel es muy bueno. Torea Morante, la máxima figura, junto a dos diestros que abrieron la Puerta del Príncipe el año pasado: Talavante, en San Miguel, y Luque, en abril. Como todos los años, la incógnita son los toros: esta vez, son de Núñez de Cuvillo, una divisa favorita de las figuras, con la incógnita que eso supone sobre su fuerza y casta.
Estado de la Plaza de la Maestranza de Sevilla este Domingo de Resurrección
Echo de menos a otra figura indiscutible, Andrés Roca Rey. Con él, habría sido un cartel redondo. Cuentan que ha sido él el que ha preferido torear esta tarde en Arles: así, evitaba coincidir con Daniel Luque. Si es así, creo que se equivoca: el toreo necesita la rivalidad; las enemistades, personales o profesionales, se dirimen en el ruedo. Sin competencia, el guiso taurino pierde buena parte de su salsa.
Los toros de Núñez del Cuvillo son justos de presencia, fuerza y casta. Morante, recibido con enorme expectación, sólo entusiasma con unos preciosos lances. Talavante –como decían los revisteros clásicos– «escucha dos silencios». Daniel Luque demuestra el gran momento que atraviesa: arranca una oreja al flojo tercero y queda cerca de repetir la hazaña, en el último.
Hizo bien en declarar Morante sus problemas de salud (que muchos aficionados ya conocían). En contra de lo que yo suponía, se ha anunciado en muchos cosos, grandes y menos grandes. ¿Aguantará? Deseo que sí: para un gran artista como Morante, practicar su arte puede suponer la mejor terapia. Desde que ha reaparecido, está toreando admirablemente los toros claros y está abreviando en los complicados: algo que, en su caso, el gran público acepta y comprende.

Morante de la Puebla, con el capote en este Domingo de Resurrección, primera corrida de la temporada en Sevilla
Lo recibe con una gran ovación el público sevillano, que está deseando disfrutar con su arte. El primero flojea tanto que es devuelto: ¡la primera, en la frente! El sobrero va y viene, suelto, pero se deja, no aprieta, se va. Morante parece dormir el capote en unas verónicas extraordinarias: la gente, como loca. En la muleta, el toro queda flojo y corto. José Antonio se luce en los doblones clásicos y en naturales a media altura, que algunos corean como si fueran el colmo de las maravillas. Cuando el toro se para, se empeña el diestro en sacarle naturales de frente, a pies juntos, con el aroma sevillano que recuerda a Manolo Vázquez: todo bien… pero con medio toro. Y mata mal, sin estrecharse.
El cuarto sale revoltoso, puntea los capotes. Le pegan bastante en el caballo pero mansea, huye. Sale José Antonio con la espada de verdad; le quita las moscas, en muletazos por la cara. Cuando parece que lo va a matar, sorprendentemente, todavía le saca algunos naturales, antes de quitárselo de encima, sin confiarse. Ha sido el peor toro de la tarde y la gente no se enfada.
Como Frank Sinatra, Talavante ha elegido seguir absolutamente su camino: un toreo vistoso, heterodoxo, que sorprende al gran público. Además, lo apodera la poderosa empresa de Las Ventas.
Al segundo, altito, escurrido, lo mide bien Manuel Cid en varas. Comienza por bajo, lo mete fácil en la muleta pero el toro se raja totalmente a tablas. Nada que hacer.
Recibe al quinto con esa mezcla de lances que encandila al público pero, a mí, tan poco me gusta: empieza por verónicas; como el toro no se entrega, pasa a delantales; acaba aliviándose por chicuelinas. En la muleta, el toro se mueve, sin malicia. Comienza Alejandro de rodillas, intercalando un muletazo cambiado. Como el toro repite mucho, le da muchos muletazos: fáciles, vistosos, embarullados, agarrándose a veces al lomo: una faena larga, deshilvanada, que va a menos. Mata a la segunda y todo queda en nada.

Daniel Luque sabe imponer su dominio a casi todos los toros
Ahora mismo, Daniel Luque es el diestro más poderoso: sin aparente esfuerzo, impone su dominio a casi todos los toros. A veces, esa facilidad puede perjudicarle, de cara al gran público, al que todavía no ha logrado llegar como merece. Su gran reto, este año, es conseguirlo, con la ayuda de sus nuevos apoderados, los Lozano.
El tercero sale cayéndose, ha de mantenerlo con capotazos a media altura. El quite es muy bueno… pero casi sin toro. En la muleta, anda sobrado, a gorrazos con él: liga muletazos, ha de recurrir a alardes , se pega un arrimón. Mata como un cañón: oreja.
El último también flaquea, se duele, protesta. Luque manda, luce una técnica impecable, pero le falta toro. A fuerza de insistir, acaba sacándole naturales de categoría. Con este medio toro, se ha inventado la faena. Tarda en caer el animal, suena el aviso y todo queda en petición.
El resumen es muy sencillo: el prólogo ha sido inmejorable, mejor que la corrida. El arte clásico de Morante y, sobre todo, el poderío de Luque requieren toros con más casta y fuerza. Con medio toro, sólo cabe medio triunfo. Lo he dicho cien veces y –me temo– seguiré dándoles la tabarra con lo mismo mientras las figuras sigan matando estos toros.
Salgo de la Plaza con la emoción estética de este escenario y con la decepción taurina de estas reses. Un año más, disfruto con la belleza única de ver toros en Sevilla. Pero, si fueran toros fuertes y encastados, disfrutaría mucho más. A la caída de la tarde, quedan todavía algunas luces naranjas sobre ese río «que, en veloz carrera, se lleva a la mar» nuestras melancolías: ésa la luz del arte, que, en Sevilla, nunca se apaga.
FICHA
- Sevilla, Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería. Inauguración de temporada: Domingo de Resurrección, 20 de abril. «No hay billetes».
- Toros de Núñez del Cuvillo (1º, sobrero), justos de presentación, fuerza y casta.
- MORANTE DE LA PUEBLA, de rioja y oro, pinchazo y media, yéndose de la suerte (saludos). En el cuarto, dos pinchazos y descabello (silencio).
- ALEJANDRO TALAVANTE, de verde y oro, estocada corta tendida (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada desprendida (silencio).
- DANIEL LUQUE, de verde botella y oro, buena estocada (oreja). En el sexto, media estocada (aviso, petición y saludos).