La esencia de la universidad: afrontar juntos la pregunta sobre quiénes somos
Un grupo de estudiantes universitarios inauguran una exposición en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Una de ellas reflexiona sobre el sentido de esta etapa de estudios
La universidad es un espacio fascinante para conocer al hombre y su cultura: en ella se palpa la certeza de que habita en nosotros una nostalgia permanente. Pero la realidad es que los estudiantes universitarios, hoy en día, no tenemos espacio, ni ganas, ni compañía para conocer de qué tenemos nostalgia. ¿Un hogar del que venimos? ¿Una novedad que nunca hemos conocido? Tal vez sea un poco de ambas, pero es complicado descubrirlo cuando ni siquiera esta cultura nuestra tiende a educarnos en una mirada que aúne todos los factores de la realidad. Pues mirar requiere tiempo y el tiempo exige espera. Por eso, que la época universitaria se nos pase de largo sin conocernos, sin plantearnos qué hemos venido a buscar aquí y si lo vamos a encontrar… resulta una pobreza con la que uno debe rendir cuentas durante el resto de su vida.
Por eso hemos puesto en marcha una exposición en el hall de la Facultad de Derecho de la universidad Complutense de Madrid. Podría parecer otra novedad insulsa de esas que nada tienen que decirnos, de no ser porque si uno va a esa exposición es para jugarse la vida, y ese es un riesgo que, aunque pocos estamos dispuestos a asumir, siempre nos fascina. Nos habían contado que los jóvenes solo elegimos la fiesta para huir de lo que tenemos delante, que nos falta seriedad, responsabilidad; lealtad dirían algunos. Que andamos a todo menos a la realidad e incluso nos han llegado a contar que ese es nuestro deber, mirar para otro lado, porque la vida resulta cruel y despiadada y cuanto más tardes en mirarla a la cara, mejor.
Pero he aquí la evidencia de que no es verdad. En medio de Ciudad Universitaria, estudiantes anónimos que nada piden ni cobran por el tiempo que exige montar algo así quieren jugarse la vida para que, quien vaya, también se la juegue. ¿Y qué hay más arriesgado, más serio, más responsable y más leal que pretender descubrir la humanidad verdadera de uno mismo?
Nos la jugamos todos ante la pregunta con la que se nos presenta la exposición: ¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Y entonces, ¿por qué esperamos? La espera es una cosa muy seria hoy en día, se ha vuelto un privilegio caro que muy pocos osan gastar a grandes dosis, enseguida tenemos un móvil a mano, un trabajo que terminar, una urgencia que atender o una serie sin empezar, pero si uno se presta atención, nos descubrimos esperando siempre… a un amigo, una buena noticia, una mirada que nos recuerde que somos amados, una sonrisa que nos diga que lo hemos hecho bien, un correo que nos cancele el mal trago que nos espera mañana, un abrazo en el que apoyar el peso de ciertas cosas, un «¿Cómo estás?» tan ardientemente esperado… Algo parecido escribía Juan José Millás. Y es que esto es tan humano que lo compartimos todos.
Pero para responder hemos de ser honestos. Quizás no merezca la pena meterse en esos andurriales, siempre tememos perder pie, no resulta fácil toparnos con vestigios de la cultura que nos puedan hacer salir de nuestro pesimismo, nuestra desesperanza o simplemente de nuestro esquema métrico sobre todas las cosas. Por eso esta exposición requiere jugarse la vida y enfrentarse a retales de artículos de prensa, de música, obras literarias y experiencias personales que quizás hablen de uno mismo más de lo que quisiéramos.
Pero quien se atreva a ir, que no se olvide de disfrutar del espectáculo que es el simple hecho de estar allí, porque si existe esta exposición es porque unos alumnos universitarios se han enamorado de lo humano hasta tal punto que incluso el anhelo infinito, la desmesurada ilusión o la honda tristeza resultan fascinantes y esperanzadores. Disfrutemos. Disfrutemos del rostro amigo que acompañe la exposición, de la necesidad de que se cumpla esa promesa, de la pregunta a carne viva que se nos despierte, y mientras la desentrañamos, respiremos, porque como escribió Karen Blixen, «Nuestro anhelo es nuestra certeza». Y, por tanto, «bienaventurados los nostálgicos, porque ellos volverán a casa».