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Uno de los exquisitos huevos de Fabergé

Uno de los exquisitos huevos de FabergéGtres Online

Fabergé, el arte del pueblo ruso que no podemos olvidar

En el contexto de la guerra, cabe rescatar a figuras del mundo de la literatura, la música o la danza, pero también de la orfebrería, como el legendario Fabergé

El ataque de Rusia a Ucrania tiene también graves consecuencias en la cultura. La imagen de este enorme país se resiente en todo el mundo y ante sus propios ciudadanos. El artista ruso Kirill Savchenkov anunció el lunes en su perfil de Instagram que renunciaba a representar a su país en la 59ª edición de la Bienal de Venecia, la gran cita internacional del arte contemporáneo. Lo mismo hizo la otra creadora que iba a mostrar su trabajo en ese espacio, Alexandra Sujareva. Hoy, la violenta política exterior de Putin y la agresión que ha protagonizado provocan la indignación y el rechazo unánimes. Pero no se puede olvidar el gran legado que el pueblo ruso ha ofrecido al mundo en literatura, música o danza. Y también en las artes aplicadas, como la orfebrería, en la que destacó el legendario Fabergé con sus no menos míticas y extravagantes creaciones.

Para hablar sobre este destacadísimo orfebre preguntamos a Laura Rodríguez, gemóloga diplomada y especialista en diamantes por HRD Antwerp, diseñadora de Tressor Joyas y, sobre todo, gran conocedora de su figura.

–¿De dónde arranca la costumbre de regalar huevos de pascua?

–La tradición de regalar huevos de verdad, pintados de colores, viene de tiempos remotos. Pero en el siglo XVIII, en la corte de Luis XVI, se puso de moda regalar huevos realizados en distintos materiales, incluso con madera, papel maché o porcelana o decorados con piedras preciosas. Una de las novedades es que en esa época aparecieron los huevos con sorpresa.

–¿Y los zares?

–El primer zar que regaló un huevo a su esposa fue Alejandro III. María Fiodorovna era de origen danés y, para que recordase su hogar, el zar encargó el primer huevo a este joyero, Fabergé, que tenía influencia francesa. Le gustó tanto el primer encargo, que el zar convino con él regalarle cada año a su mujer un huevo de Pascua con una sorpresa. Su hijo, Nicolás II, encargaba dos piezas anuales, una para su madre y otra para su esposa Alexandra. Los huevos estaban realizados en metales nobles como el oro, las mejores gemas y esmaltes de la mejor calidad, pero eso era lo de menos, porque lo importante era que la pieza fuera novedosa y sorprendente. De hecho, se convirtió en un juego y Fabergé cada año pretendía sorprender al zar con un huevo distinto y cada vez más elaborado y la familia lo esperaba con expectación.

–¿Cuántos huevos llegaron a realizarse y dónde podemos verlos?

–La naturaleza privada de los encargos, puesto que son regalos familiares, hace que no sepamos exactamente el número de huevos, aunque tienen catalogados 10 encargados por Alejandro III y, a partir de 1984, su hijo Nicolás encargó unos 44 hasta el fatídico año del asesinato de la familia real en Ekaterimburgo. Hoy en día sobreviven 47 de aquellos 54 o 57 originales. Hoy en día los huevos Fabergé se encuentran principalmente en dos importantes museos rusos, la Armería del Kremlin, en Moscú, y el museo Fabergé, en San Petersburgo.

–¿Se puede poner precio a estas creaciones?

–Para poner precio a estas obras de arte nos tenemos que ir a las casas de subastas y ver qué precio han alcanzado en ellas. Recuerdo que en Londres, en 2014, se vendió uno de estos huevos por 33 millones de dólares. Otro huevo con un reloj de cuco de diamantes fabricado por él para la familia Rothschild batió récords mundiales al alcanzar un precio de 12,5 millones de dólares en Christie's.

–¿Qué se sabe de Fabergé? De sus orígenes...

–La tradición joyera de la familia Fabergé se remonta a 1685, cuando vivían en la región de Picardía, en el norte de Francia. Ellos eran hugonotes, y por eso tuvieron que abandonar Francia y se fueron a otros países, hasta que al final llegaron a Rusia y se instalaron en San Petersburgo. Él fue educado y aprendió el oficio de su familia. No obstante, comenzó en Alemania a cargo de uno de los mejores orfebres de ese país y emprendió viajes a Italia y Francia. En Florencia aprendió el oficio de la piedra dura y recibió el fuerte influjo de la colección Medici.

–¿Tenía algún estilo propio y cómo podría definirse?

–No cabe duda de que era bastante ecléctico y de que combinaba a la perfección estilos tan diversos, por ejemplo, como el renacentista y el barroco. Incluso un poquito de Art Nouveau. Pero también consiguió incorporar el estilo tradicional ruso. En lo que destacó fue, sin duda, en el empleo de técnicas muy diversas, especialmente del esmalte, como el guilloché que es este efecto irisado que hace que el oro cuando se graba y se echa una capa muy transparente del esmalte sobre él, o el alveolado o cloisonné, que es el que rellena esmalte y el metal. Al final, lo que consiguió fue un estilo propio que es lo espectacular, que cuando ves una pieza Fabergé la reconozcas, a pesar de que se hayan tratado de imitar. Esto es el summum de cualquier artista. Pese a todo, él siempre firmaba sus piezas y en el estuche también ponía su dirección y su emblema en el que, una vez que el Zar lo nombró su joyero, empezó a utilizar águilas imperiales para hacer alarde de ello. Además, interpretó la naturaleza y sus múltiples formas de un modo increíble. Parece que sus flores fueran de verdad. Tiene algunas piezas con ramas de flores y rutas que son preciosas y de una dificultad enorme. Él buscaba, por un lado, la originalidad y lo sorprendente de la técnica que se pudiese conseguir en ese momento.

Laura Rodríguez, gemóloga diplomada y especialista en diamantes por HRD Antwerp

Laura Rodríguez, gemóloga diplomada y especialista en diamantes por HRD Antwerp

–¿Y ese estilo tan característico influyó en los otros joyeros de su época?

–Por supuesto. El innovó bastante e hizo que las piezas no sólo fuesen ostentosas y muy valiosas sino, sobre todo artísticas y muy bonitas. Gracias a ello pudo acceder a un público más general, no sólo a la aristocracia, que recurría a él para que elaborara regalos conmemorativos y objetos bonitos para coleccionar. Cartier es bastante contemporáneo y también utilizó la combinación de los oros, pero no se sabe quién fue primero. Fabergé empezó un poquito antes, pero, claro, también era hijo de orfebres y joyero. Cartier también innovó mucho y marcó también un estilo personal y muy definido. Su extraordinario éxito que tuvo toda su vida se debe principalmente a que supo trabajar con las mejores calidades, tanto de acabado como de materiales, y que la ejecución de sus diseños fue siempre impecable.

–¿Hay alguno que se considere el mejor de todos?

–Para algunos, el mejor huevo de la colección, el más valioso, es el huevo de la coronación imperial, que fue realizado en oro con esmalte amarillo guilloché. Lleva ramas de laurel haciendo cruces, crucetas, y con águilas imperiales de esmalte negro en los puntos de cruce de las bandas. Lo más sorprendente es que dentro lleva una reproducción exacta de la carroza real del siglo XVIII que llevó a la zarina Alexandra a su coronación en Moscú. Pertenece a una colección particular desde que fue subastado en Sotheby's y se sabe que el lote completo, junto con otras piezas, alcanzó el precio de 100 millones de dólares. También hay otros huevos de más complicación, como el huevo del transiberiano, de 1900, que lleva dentro un tren con una llave con un mecanismo parecido a un reloj, que hace que se mueva.

–¿Tiene usted alguna pieza favorita?

–Para mí todas las piezas son maravillosas, pero podría destacar, por ejemplo, la del pavo real, que es muy original y presenta una gran dificultad porque el huevo es de cuarzo hialino tallado y alambre de plata dorada. Es transparente y se divide en dos mitades y dentro lleva una rama de flores en oro. También incorpora un pavo real en miniatura que se puede extraer y que es mecánico, que está inspirado en el que corona un reloj del siglo XVIII que Potemkim le regaló a Catalina la Grande. Al parecer, Dorofeiev, el maestro de obras de Fabergé, trabajó en él durante tres años. Nicolás II se lo regaló a su madre, la emperatriz viuda María Fiodorovna, en 1908.

–¿Qué paso tras la Primera Guerra Mundial?

–El estallido de la Gran Guerra mermó la demanda de artículos de lujo, pero la casa siguió produciendo artículos de cobre y útiles como vinagreras, platos, tazones o cajas de rape. También los talleres fabricaron jeringas y equipos para el ejército, incluidas granadas. En 1918 la casa de Fabergé fue nacionalizada y a principios de octubre se confiscaron sus existencias.

–¿Sigue siendo Fabergé un referente en el mundo de la joyería?

–Por supuesto. Esta firma lo que tiene para mí es que ha conseguido sobrevivir y renacer como el ave fénix de sus cenizas, porque eran joyeros referentes a nivel mundial. De hecho, tenían joyerías abiertas en Moscú, Kiev y Londres. Además, los coleccionistas privados se llevaron muchísimas piezas a Estados Unidos y eso ayudó a que fuese aún más conocida. Por su parte, la familia ha conseguido desde 2007 recuperar su tradición y hoy en día siguen siendo un referente en la joyería de alto nivel. Tienen una colección de joyería exclusiva de alta calidad y yo tuve el privilegio de poder verla.

–¿Tienen nuevos proyectos?

–En 2018, la compañía Rolls Royce encargó a Fabergé el segundo huevo de estilo imperial desde 1917. Oculta, esculpida a mano, El espíritu del Éxtasis, que es el nombre de la pequeña escultura que adorna el capó de los automóviles de esa marca.

–¿Y podemos hoy comprar artículos Fabergé?

–Hoy se puede adquirir un colgante en forma de huevo con sorpresa, como el relicario sorpresa de copo de nieve con esmalte guilloché, verde azulado y diamantes de oro blanco, por el precio de 12.000 €. La colección oscila entre los 3000 € en oro blanco hasta 43.500 para un huevo recubierto de rubí o zafiro.

–¿Y si no podemos permitirnos esos lujos?

–Se pueden ver en los museos rusos que te he citado. En la actualidad, hay una exposición en el Victoria and Albert Museum en Londres de piezas de Fabergé en la que no hay huevos pero en la que sí que exponen otras piezas muy bonitas de él, y los mejores museos del mundo siempre exponen piezas suyas, como Metropolitan de Nueva York.

–¿Crees que la guerra afectará negativamente a la imagen de Fabergé?

–Ahora mismo se está produciendo, sin duda, un rechazo de la política rusa pero creo que la gente sabe distinguir entre el pueblo ruso y respetar la imagen de uno de los más grandes joyeros de todos los tiempos. Yo, por lo menos, así lo espero.

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