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'El dos de mayo', de Francisco de Goya.

El fantasma de Goya sigue vagando por el Museo de Prado

Después del colorido y la fiesta de las calles de Madrid, Francisco de Goya sigue vagando como un fantasma entre los desastres de la guerra

Algunos grandes artistas recibieron tantos dones, que sus ojos reflejan la eterna belleza plasmada en su pintura. La faz de Rafael, o la del caballero Diego Velázquez, nos muestran esa serenidad propia de quien ha sido agasajado con la virtud de la plasticidad creadora. Y lo sabe. Otros, en cambio, plasman su propia protesta contra el destino, después de haberlo tenido todo, y su pintura se reduce a una queja que queda eternamente cincelada, como una herida abierta sobre el bermellón del lienzo. Estos artistas parecen sufrir el dolor de un gusano que roe, que muerde las ansias de su alma insatisfecha, de su anhelo no colmado. De ahí, el rostro triste. De ahí, la rabia y la tragedia misteriosa que envuelve, como un halo negro, su mirada.

Goya llevaba ese espíritu trágico en sí. Y todo el mundo en su pintura, terminó por reflejar, sumisamente, esa tragedia. Sin embargo, no siempre fue amargo el sabor de su óleo. Una vez fue dichoso, y dichoso fue su pincel sobre el retrato sobrevolando las mantillas y los quitasoles, los juegos de los majos y los parajes de la pradera de san Isidro, donde los capitalinos iban a mostrar la vanidad y la exuberancia de sus vestidos.

'El quitasol', de Francisco de Goya.

'La pradera de san Isidro', de Francisco de Goya

Francisco de Goya

Una vez, –alguna vez–, su vida tembló de emoción sobre las sedas, las gasas y los chales, sobre las casacas de terciopelo, sobre las peinetas y los alamares de las muchachas que salían de paseo por las calles de Madrid. Goya fue el pintor de la gracia, del brío y de la nobleza del pueblo. Porque era hijo de su pueblo. Él pertenecía a la servidumbre. Era un plebeyo enamorado de las plazas, de las verbenas, de las romerías y la fiesta de los toros. Pintaba confundido entre la gente, entre la baja estofa de las callejuelas de la capital. Dibujaba los lances, los gestos, las miradas pillas de sus vecinos, el gesto chulesco de la juventud. Pero algo sucedió en su mirada y los colores comienzan a rezumar una oscura decepción. Goya transitó del colorido absorto de la belleza al escepticismo sombrío, convirtiéndose en un continuador de la lengua afilada de Quevedo.

Francisco de Goya.

'Fusilamientos del 2 de mayo'. Francisco de Goya

'Duelo a garrotazos'. Francisco de Goya.

'Perro semihundido'. Francisco de Goya.

Sus personajes se irán retirando progresivamente de la diversión de la pradera de san Isidro, e irán entrando en la negrura de una sordera que parece, más bien, pérdida de la vista, o profundidad del corazón. La deslumbrante luz de las afueras de la ciudad se torna en noche parda, hueca, vacía de vida y llena de brujas, viejas celestinas, condenados, avaros, mendigos y perros ausentes de su amo, como huérfanos sin padre, abandonados a la violencia y al capricho de los señores de la historia. Abandonados al poder.