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Eduardo Chillida, en una imagen de 1969

20 años sin Chillida, el escultor del asombro

El escultor vasco moría en 2002 dejando tras de sí el legado de una obra que buscó siempre «la luz y el conocimiento»: «El asombro ante lo que desconozco fue mi maestro. Escuchando su inmensidad, he tratado de mirar; no sé si he visto»

«El horizonte es inalcanzable, nadie lo puede negar. Si tú avanzas, él se aleja. Quizá el horizonte sea la patria común de todos los hombres». La grandeza de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002) fue precisamente esa, poner su vista en un horizonte que más se ensanchaba cuanto más era mirado. Igual que las preguntas crecen según se formulan, el artista, nacido en el seno de una familia largamente arraigada en el País Vasco cuyo núcleo giraba en torno a su abuela, Juanatxo Eguren, dueña de los hoteles Biarritz y Niza, vivió siempre con esa tensión hacia la inmensidad, en la mirada y en la vida.

Hijo de militar, su padre, Pedro Chillida, fue un hombre culto y cultivado, dotado de una gran sensibilidad y una fuerte inclinación por el arte, con especial dedicación al dibujo y la pintura. Contaba su hijo que un ejercicio al que lo sometía era hacerle salir de una habitación, cambiar algo en ella y hacerle entrar de nuevo para detectar las alteraciones. Una educación de la mirada que, desde niño, le llevó a fijarse en el detalle y a interrogar abiertamente la realidad.

La escultura del Peina de los Vientos, de Eduardo Chillida, en San SebastiánGtres Online

Estudió en el Colegio de los Marianistas, de donde fue expulsado, para seguir sus estudios en la Academia de la calle Churruca 11, junto a la única persona que Chillida reconoce como maestro en su vida, Ignacio Malaxecheverría, «hombre bonachón que fumaba en pipa..., que se salía de los libros que teníamos delante y nos hablaba de la vida, cosa para mí maravillosa».

Chillida fue un gran aficionado al fútbol (llegó incluso a ser portero de la Real Sociedad hasta que una lesión de rodilla le apartó definitivamente del deporte), a los amigos y a realizar largos paseos en solitario por el Monte Igueldo, junto al mar, «viendo romperse la mar a veces furiosa que amansa esas rocas que somos un poco nosotros... un poco erosionados ya pero dando la cara, defendiendo la tierra y también el alma de las cosas. Recuerdo mucho aquellas tardes enteras grises de sirimiri que me pasaba mirando a la mar desde nuestras rocas, hablando solo, pensando en cosas».

«Viendo romperse la mar a veces furiosa que amansa esas rocas que somos un poco nosotros... un poco erosionados ya pero dando la cara, defendiendo la tierra y también el alma de las cosas»

En el mundo actual, hemos perdido la capacidad de leer las imágenes. Precisamente cuando más rodeados de ellas estamos, menos capacidad cultural tenemos de leer dentro de ellas. Miramos y no vemos porque, como decía Chillida, «el ojo ve cuando está lleno de lo que mira», y nosotros solo vemos la apariencia, no lo que se esconde en ella.

Una vocación temprana

A los 18 años se preparaba para estudiar arquitectura, al mismo tiempo que veía con envidia cómo su hermano Gonzalo se dedicaba a la pintura. Sin embargo, ya percibía entonces que este no «era camino para llegar a ninguna parte que valiera la pena» y dejó la preparación, no sin causar una pequeña revolución familiar. Siempre estuvo apoyado por Pili, su mujer, a quién ya conocía desde que ambos eran pequeños, constituyendo lo largo de toda su vida el soporte fundamental del entendimiento de la vida y de las decisiones de Chillida.

Tras abandonar arquitectura, decidió ingresar entonces en el Círculo de Bellas Artes, donde empezó a dibujar por libre. Con una facilidad natural extraordinaria para el dibujo, realizaba apuntes sobre desnudos reconocidos por el entorno de los estudiantes como de gran belleza. Sin embargo, a los quince días, se preguntaba: «Pero, ¿esto es el arte?». Reflexiona a menudo sobre la propia expresión artística: «Me di cuenta muy pronto de que aquello, copiar, no conducía a ninguna parte, que debía haber un trabajo artístico que tuviese que ver con algo más que únicamente la habilidad, que ocupase todo el proceso del conocimiento. Y para resolver este problema me di cuenta muy pronto de que tenía que enfrentarme a un enemigo, mi mano, que era muy hábil. Es cuando empecé a dibujar con la mano izquierda... yo quería hacer intervenir 'todo el hombre' en el arte».

La escultura, el espacio, el vacío

Su actividad sistemática comienza en torno a 1948, cuando se traslada a París. Allí entabla amistad con Pablo Palazuelo. En 1950 regresa a San Sebastián, se casa con Pilar Belzunce y se instalan en Villaines-sous-Bois, un pueblecito francés en la región de Isla de Francia. Cuando nace el primero de sus hijos regresa definitivamente a San Sebastián y comienza a trabajar en Hernani en una fragua, donde el hierro introduce un cambio fundamental en su trayectoria.

Decía Francisco Umbral que «el escultor vasco está a punto de esnobismo en su primera época, cuando todavía busca el alma de las cosas. Luego, lejos de todo esnobismo, es un constructor de cañones a quien los cañones le salen líricos». Chillida expresa con claridad cuál es el espíritu con el que afronta su trabajo, incidiendo de forma especial en un profundo respeto hacia la materia, hacia su comportamiento y hacia su conducta, enfrentándose a ella de forma respetuosa. Los cambios de materia que realiza están en función de lo que quiere expresar en cada momento. Son una herramienta de lenguaje.

«Bueno, y tú, ¿por qué eres escultor, en función de qué trabajas? Yo digo que trabajo en función del conocimiento, que trabajo para conocer. La escultura es el medio de conocimiento más apto que he encontrado. Cuando yo estoy trabajando en una obra estoy tratando de contestarme, es una pregunta que yo me hago a mí mismo en relación al entorno mío, a mi mundo, a mi universo, o a veces a cosas mucho más limitadas, pero siempre tratando de buscar luz y conocimiento a través de ese lenguaje que es mi obra, una obra que es como una pregunta. Comencé a tener conciencia de esto cuando empecé a dibujar con la mano izquierda».

«Yo digo que trabajo en función del conocimiento, que trabajo para conocer. La escultura es el medio de conocimiento más apto que he encontrado»

Dios, presente en la obra y en la vida

Chillida expresa su experiencia sobre temas fundamentales, como la creación o la muerte, con la misma concreción con la que habla de la materia. La seriedad y profundidad en sus planteamientos están dotadas de una concepción unitaria de la existencia humana. «No, yo no veo cómo el hombre puede ser capaz de crear... El hombre, lo que es capaz, sí, es de utilizar, de manipular, de ordenar, de desordenar, según su voluntad, y quizá en un cierto sentido a esto se le podría llamar creación, pero yo creo que la palabra creación es demasiado gorda para el hombre. Y me estoy refiriendo ahora a su arte, al arte de que es capaz el hombre. Yo concibo la creación a nivel de Dios». «Yo creo que Dios ha estado presente siempre, en mi obra y también en mi vida... Yo lo siento como aquello que está cerca y lejos, al final, el Todo; sí, esa Suma que es el Camino más grande que todos los pasos de un hombre y todos los hombres juntos... El Final es la Vida, claro, una Vida que es capaz de contener la Muerte».

Dibujo de manos, de Eduardo Chillida

«Me hice creyente cuando fui capaz de resolver el siguiente axioma: de la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada. Luego la razón no llega a saber si la muerte es o no definitiva».

Una de las expresiones más bellas de su obra son los dibujos de sus manos, que sintetizan con luminosidad la extensión de su obra: «Esta mano expresa problemas que no son ya propiamente de la mano, porque la rebasan, y se encarnan y articulan en el mover de los dedos todas las posibilidades del espacio».

Chillida murió en 2002, pero hoy podemos seguir conociéndole, incluso relacionándonos con él, a través de su obra. Una obra que, desde sus dibujos hasta sus esculturas, incluso su casa Chillida Leku, es un reclamo continuo a las cuestiones que importan en la vida. Cuando uno se acerca a su obra, la reacción y conmoción que siente está totalmente alejada de una mera instintividad: introduce en un plano ambital, es un reclamo a conocer su densidad, en el sentido en que el propio escultor entiende este concepto.

Su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando recogía toda su inquietud: «Desde el espacio con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, sintiendo la materia como un espacio más lento, me pregunto con asombro lo que no sé. (...) ¿No es tan vanguardia el crepúsculo como la aurora? ¿No es el límite el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el protagonista del tiempo? Yo no represento, pregunto». Y también acompaña en la búsqueda de respuestas a esas preguntas.