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Bóveda de la Sagrada Familia, ideada por Antoni Gaudí

¿Existe arte religioso contemporáneo?

¿Por qué parece que se da una ruptura entre la modernidad y el catolicismo en cuestiones artísticas y estéticas? ¿De qué manera el cambio de paradigma estético e interpretativo afecta al arte religioso?

En la esfera del debate sobre la presencia del cristianismo en el mundo contemporáneo hay un aspecto especialmente significativo que evidencia el desencuentro entre el cristianismo –católico– y la modernidad: el arte.

Y la cuestión no es menor, porque justamente el cristianismo ha sido fuente y origen de reflexiones estéticas esenciales en nuestra historia, así como en la propia historia del arte. Sin el cristianismo no existiría el monasterio de Silos, el pantocrátor de Taüll, las vidrieras de la Sainte Chapelle, la Capilla Sixtina, La Vocación de San Mateo de Caravaggio y un largo etcétera. Y si esto ha sido así, ¿sigue sucediendo hoy en día? ¿Existe un arte católico contemporáneo equiparable en calidad a los ejemplos anteriormente citados? ¿Por qué parece que se da una ruptura entre la modernidad y el catolicismo en cuestiones artísticas y estéticas?

Para responder a estas y otras preguntas similares no se trata tanto de presentar a artistas que podríamos definir como «católicos» o que han realizado obras compatibles con la fe cristiana como de poner el foco en el cambio de paradigma estético e interpretativo del arte y cómo afecta al arte religioso. Dejaremos para otro momento el juicio sobre determinadas preferencias estéticas litúrgicas –adaptaciones musicales de cantautores de los años setenta, los cantos a capella de entonación discutible durante la celebración de la eucaristía, y los pósteres que adornan colegios y casas espirituales, por citar algunos ejemplos–.

Pantocrátor de San Clemente de Taüll, originalmente en la iglesia de san Clemente de Taüll (valle de Bohí, Lérida), hoy en día en el Museo Nacional de Arte de Cataluña

Hay otra cuestión absolutamente relevante para comprender la cuestión: el cambio de paradigma en el juicio estético contemporáneo y cómo afecta en el caso del arte cristiano.

El principal problema que se va a producir es que el catolicismo se va a mover estéticamente bajo premisas de belleza como criterio que convierte una creación en obra de arte, mientras que el mundo contemporáneo lo va a hacer bajo la idea de reconocimiento. Eso implica que una obra ya no será obra de arte por ser bella, sino que será obra de arte en cuanto la reconocemos como tal. Las consecuencias de ello no son anecdóticas, sino que van a producir una ruptura entre ambos mundos.

El concepto de reconocimiento

Si la belleza y la mímesis ocuparon los principales temas estéticos hasta el Renacimiento, será a partir del siglo XVIII cuando la reflexión filosófica sobre el arte se centrará en el receptor. La cuestión ya no sería qué hace que una obra sea bella, sino cuál es el mecanismo por el cual la reconocemos como tal. Siguiendo una larga tradición reflexiva, comenzará a tener protagonismo el término de reconocimiento –aunque no utilizando todavía esa terminología–. En el caso religioso, supondrá que una obra de arte deviene en religiosa en cuanto el espectador la reconoce así, independientemente de la voluntad del autor. No depende ya siquiera de lo que se representa, sino de lo que se reconoce.

Reconocimiento es un concepto polisémico tanto en el uso cotidiano del mismo como filosófico: existe una interpretación del reconocimiento en el campo moral que se identifica con identidad, otra teológica que es interpretada como Fe y, por último, estética. Para aclarar su uso en la estética diremos que tiene, a su vez, una doble acepción. Existe el reconocimiento interno: reconocimiento como anagnórisis (Aristóteles) donde se desvela algo de la trama que era oculto. Y otro externo: el acto a través del cual el espectador reconoce en la obra algún elemento con el que se identifica, independientemente de la intencionalidad del artista.

Este reconocimiento supone que la obra no está completa en sí misma y que es el espectador el que la concluye en función de su experiencia. Ello implica que se produce una dinámica también doble. Al reconocer, decimos algo del objeto (se me revela una realidad que hasta el momento me aparecía oculta), pero también del sujeto que reconoce (se me revela una posibilidad de identificación o aceptación). El reconocimiento nos ofrece una perspectiva de conocimiento basada en el encuentro. Ese es el elemento central del reconocimiento. No hay, pues, reconocimiento sin encuentro espectador-obra.

La belleza como criterio estético cristiano

El cristianismo, sin embargo, ha prescindido habitualmente del criterio de reconocimiento y se ha movido en la idea de la belleza. Durante la Edad Media, la tomó como criterio estético para valorar una obra, según la concepción de Plotino, quien reinterpretó el Banquete y el Fedro de Platón en clave mística: la obra de arte «participa» del bien creador. Una creación es una obra de arte porque es bella; y es bella porque refleja la belleza de Dios; nos permite participar del Creador. Se convierte en puerta, ventana a lo trascendente.

Esta tradición permanece. Para la Iglesia, el arte tiene que seguir siendo bello y este es, pues, el criterio esencial desde el que se debe juzgar cualquier manifestación artística a la que le queramos dotar de significación religiosa. Por ejemplo, podemos leer en los tres documentos esenciales sobre el tema de los últimos Papas:

Sin embargo, esto presenta un problema agudo para el arte católico. Porque muchos de los mejores creadores no buscan la belleza en sus obras. Y muchos de los que la procuran... son malos artistas.