Madrid recupera a Amalia Avia, una pintora más allá del realismo
Una exposición antológica de la artista, fallecida en 2011, recorre su obra y el archivo de fotografías que tomaba de la ciudad para luego retratarla. La muestra incluye cuadros localizados tras un llamamiento de su familia en las redes sociales
Madrid, la ciudad cuyas calles tanto pintó y que tanto amó congelando con el pincel muchas de sus fachadas, escenas y objetos de la vida cotidiana, rinde homenaje a la pintora Amalia Avia con una gran exposición en la Sala Alcala 31, que muestra que esta mujer, que cayó en el olvido, fue mucho más que una de las mejores pintoras del llamado grupo de los «realistas madrileños».
Titulada El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia, esta muestra antológica con 113 piezas es la más grande que se hace sobre esta pintora (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930-Madrid, 2011) en más de 30 de años, y se hace en su ciudad fetiche, Madrid, y comisariada por la ensayista, catedrática y académica Estrella de Diego, quien ha trabajado con la colaboración del hijo de la artista, Rodrigo Muñoz Avia.
La muestra pretende revisar y arrojar más luz sobre la obra de esta pintora, cuestionando el hecho de clasificarla como realista, como se llamaba la pintura que hacía este grupo de amigos al que pertenecía con Esperanza Parada, Isabel Quintanilla, Antonio López, María Moreno, Julio López Hernández y Francisco López Hernández. Para demostrar que fue mucho más que una pintora realista, Estrella de Diego ha buscado otras perspectivas como el uso de la fotografía en su obra. Por primera vez salen a luz muchas de las fotografías que la artista empleaba en su proceso de trabajo.
«Nunca he visto que Amalia fuera una artista realista. Siempre he perseguido qué es lo que había detrás de su obra, y en la investigación quise entender qué pasaba con el trabajo que hacía a partir de las fotos, y un día su hijo Rodrigo sacó de las cajas familiares una colección extraordinaria de fotos que fueron saliendo, muy ordenadas y en las que se veía todo muy claro, y se mostró la evidencia para mí», expresa De Diego en la inauguración de la muestra.
«Ella dice que pintaba lo que no se podía fotografiar –argumenta la comisaria– y ¿qué es lo que no se puede fotografiar? La atmósfera de las cosas. Ella siempre pinta un mundo a punto de desvanecerse, casi como si fuera una archivera que quiere guardar el tiempo y las cosas como fueron y esas evidencias físicas demuestran que era más que un artista realista, muchas veces en las fotos está pintando cuadros informalistas, incluso».
Ver lo que nadie veía
«Tenía un ojo privilegiado para ver las cosas que otros de su generación no vieron. Esta muestra es un punto de partida para releer a Amalia», añade. Para la comisaria, Avia cayó en el olvido como otras muchas mujeres artistas. «Primero, por el síndrome que han sufrido todas, que se las olvida como mujeres artistas o se las olvida después, porque hay que recordar que en su época Avia vendió mucho y era una pintora muy conocida que estaba en todas las colecciones, privadas y públicas, pero pasa el tiempo y se olvida que fueron las pintoras de su momento».
«Y luego se la olvida por ser una pintora realista, y ahí nos encontramos con ese doble olvido, porque a muchas mujeres que no fueron pintoras y que fueron performers se las ha rescatado antes. Por eso, si damos un giro semántico a esta pintura, nos damos cuenta de que es mucho más que una pintura realista, ella tiene un proceso creativo mucho más complejo que está muy bien sacarlo a la luz ahora», concluye la comisaria.
El recorrido por la exposición está dividido en tres secciones: Vida cotidiana, Ciudades vacías y Objetos encontrados. La muestra reúne los cuadros más emblemáticos de la artista, como los de la Puerta del Sol o la Puerta de Alcalá; pero también los de Malasaña o Carabanchel, del Palacio de Cristal, Recoletos o San Bernardo.
Su mirada también se posaba en paredes desconchadas, puertas, cierres con grafitis, balcones y fachadas, escaleras de metro, peluquerías o tabernas y en la intimidad de las casas en las que vivió con su marido, el pintor Lucio Muñoz, y sus cuatro hijos. La cocina, el dormitorio, la maquina de coser, aparadores o camas... son recogidos por una mirada conceptual y hasta pop de una artista denominada por Camilo José Cela como «la pintora de las ausencias».