El silencio del ecologismo «oficial» ante los atentados en su nombre contra el arte: ¿activismo o idiotez humana?
De entre los recientes ataques a distintos cuadros por el mundo, Payaso, de Toulouse-Lautrec, ha sido finalmente dañado gravemente
Dijo Voltaire que «la idiotez es una enfermedad extraordinaria porque no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás». Lo mejor de las frases de los grandes pensadores de la Historia es que permanecen, como las obras de arte a las que precisamente los idiotas se han puesto a echarle cosas por encima.
«Just Stop Oil» es el nombre bajo el que actúan los idiotas de actualidad, como en su día actuaron bajo el de Lars von Trier. A La Joven de la Perla, de Vermeer, le antecedieron Los Girasoles, de Van Gogh. Monet y La Gioconda, de Leonardo da Vinci, también sufrieron las intervenciones de este grupo financiado por individuos y organizaciones pertenecientes a las elites económicas, que en muchas ocasiones son también las elites artísticas.
El activismo idiota
Esto hace que la idiotez, el origen de la oleada de vandalizaciones de obras de arte con toda clase de productos, incluidos sopa de tomate, pegamento o puré de patata, sea como prueba algo mayormente elitista. El activismo por el cambio climático ha conllevado siempre actos provistos de grandes dosis de idiotez, parece ser que mayormente acaudalada.
Dostoievski fue un gran artista que escribió El Idiota, la novela sobre un hombre bueno al que los hombres idiotas tachan de idiota. No es este idiota como el que la tomó a cuchilladas con La Venus del Espejo de Velázquez hace más de un siglo. El príncipe Mishkin nunca hubiera sido capaz de hacer tal cosa, pero los «príncipes» del siglo XXI sí, como Aileen Getty, financiadora del Climate Emergency Fund (CEF) del que proviene el dinero para que los idiotas de «Just Stop Oil» perpetren sus idioteces.
Los posibles de Getty que también van a parar a otros herederos de apellido ilustre como Rebecca Rockefeller, tataranieta de John D., que a través de «Equation Campaign» lucha contra las empresas de petróleo y gas, donde también aparecen nombres como el de Bill Gates, a través de su fundación y de uno de los creadores de la misma, Trevor Neilson, fundador también de una empresa de combustibles limpios fabricados con basura reciclada.
Los «idiotas» que son más como los de Von Trier, utópicos personajes que fingen ser enajenados para ser libres. De tan bien fingido el enajenamiento, al principio solo habían actuado contra cuadros que estaban debidamente protegidos, pero la moda tiene el peligro de que los idiotas estropeen verdaderamente una obra valiosa como hicieron con toda la intención (sin idiotez ninguna) con Dánae, de Rembrandt, al lanzarle el ácido sulfúrico por lo que tardó más de una década en ser restaurado.
La moda, la fama, tantas veces idiota, recrea sucedáneos imprevistos e imprevisibles. Sin relación directa con los idiotas de «Just Stop Oil» han surgido en estos días otros idiotas como las mujeres que se pegaron a un esqueleto de dinosaurio en Berlín o, también en la ciudad alemana, la persona que lanzó un líquido rojo al Payaso de Toulouse-Lautrec, y que sí ha causado daños considerables al cuadro del pintor de Albí.
Unos sucesos que no han tenido ningún mensaje de condena por parte del rico ecologismo «oficial» y militante. Ni de una organización tan global como Greenpeace, por ejemplo, ni de alguno de sus opulentos simpatizantes, muchos de ellos artistas como Leonardo DiCaprio, quien en su perfil de Twitter se define como «actor y ecologista» a partes iguales, que con su silencio, con sus silencios ante los atentados al arte, se dirigen al diagnóstico de la «enfermedad extraordinaria» que definía Voltaire.