Lucian Freud, el hombre y su carnalidad llegan al Thyssen con donación sorpresa
La exposición «Lucian Freud. Nuevas Perspectivas», dedicada al pintor británico con motivo del centenario de su nacimiento, llega al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en colaboración con la National Gallery de Londres y con la cesión del cuadro del Barón Thyssen que Carmen Cervera quiso quemar
«El pintor debe dar rienda suelta a cualquier sentimiento o sensación que pueda tener y no rechazar nada hacia lo que se sienta atraído de forma natural». Esta es una de las máximas por las que se guiaba Lucian Freud (1922-2011), en su vida y en su arte, y así lo reflejaron siempre sus pinceles, a través de los que plasmó la humanidad encarnada***
Nacido en 1922 en Berlín, Freud, residente en Londres desde 1932 por motivo del nazismo, era, junto con Bacon o Auerbach, uno de los principales representantes de la llamada Escuela de Londres, integrada por artistas que iniciaron su carrera tras la II Guerra Mundial bajo inspiración expresionista e influidos también, sobre todo en sus inicios, por la Nueva Objetividad germana.
Ahora, con motivo del centenario del nacimiento del pintor británico, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la National Gallery de Londres presentan una exposición retrospectiva que reúne más de medio centenar de obras. Bajo el título 'Lucian Freud. Nuevas perspectivas', que podrá visitarse hasta el 18 de junio, el museo pone en marcha una retrospectiva que ahonda en el carácter extraño pero también cautivador del artista, de quien familiares y amigos decían que tenía «una personalidad muy atractiva».
Freud fue uno de los pintores figurativos más excepcionales de la modernidad. En su juventud, el ambiente familiar le proporcionó una considerable y variada cultura: su padre era un arquitecto de renombre, su madre estudió historia del arte y su abuelo fue Sigmund Freud, el célebre creador del psicoanálisis. En su edad madura, el artista llegó a convertirse en una leyenda, debido a su trepidante vida personal, que se desarrolló tanto en ambientes aristocráticos como en los bajos fondos.
Desde un principio, Freud tomó partido por el arte figurativo centrándose en la representación de los seres humanos. El autorretrato, el retrato y el desnudo constituyeron el eje principal de su producción artística. Tradicionalmente su obra se ha vinculado a la denominada Escuela de Londres, que más que una escuela era un grupo de pintores figurativos afincados en la capital británica, como Francis Bacon, Frank Auerbach, Leon Kossoff o Michael Andrews.
Se intuye en Freud una cierta aspiración a medirse con la gran tradición de la pintura. En su obra se pueden rastrear toda una serie de alusiones a los grandes maestros, desde Holbein, Cranach, Durero, Hals, Rembrandt o Tiziano, hasta Watteau, Courbet, Rodin o Cézanne. Su pintura fue una búsqueda permanente de la verdad, lo que le llevó a trabajar siempre del natural, delante del motivo, con un lenguaje plástico que compagina insolencia e independencia, traspasando en ocasiones los límites del decoro.
De hecho, muchos de sus modelos eran familiares o amigos, y Lucian Freud podía pasar hasta cien horas seguida pintándoles, razón por la que a menudo aparecen como si estuvieran dormidos. «Freud no paraba de hablar y además elegía los temas según el modelo», explica la comisaria de la exposición, Paloma Alarcó, en la presentación de la muestra.
Su pintura fue una búsqueda permanente de la verdad, lo que le llevó a trabajar siempre del natural, delante del motivo
La muestra se divide en varias secciones que, de forma más o menos cronológica, repasan la evolución y la temática de siete décadas de la producción del pintor: 'Llegar a ser Freud', dedicada a sus primeras obras, con una decidida voluntad figurativa; 'Primeros retratos', en los que se manifiesta ya su deseo de capturar la esencia de sus modelos; 'Intimidad', que muestra su predilección por retratar a personas de su entorno; 'Poder', donde se incluyen retratos de personajes destacados que el artista acepta realizar siempre que acaten sus condiciones de trabajo; 'El estudio', su espacio de creación convertido en escenario de sus composiciones, y 'La carne', con los últimos retratos desnudos de una fisicidad tan poco complaciente que pueden resultar impúdicos.
La carne y la piel, sus obsesiones
Los desnudos de Freud, muy presentes en esta gran retrospectiva, perturban a quien los contempla por la novedad de los puntos de vista escogidos, por su carácter directo y por su presencia matérica, táctil, deudora de Rembrandt.
El propio pintor habló en numerosas ocasiones de lo que provocaban sus pinturas: «Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona. Que ejerce sobre mí mismo un idéntico efecto que la carne. El rigor compositivo quedaba en un segundo plano». La descripción casi mística que hace del vínculo entre el retratista, sus materiales y el modelo es más pertinente que nunca en la era digital. A principios del siglo XX, la reproductibilidad de la fotografía se percibía como una amenaza para el pintor. En las primeras décadas del siglo XXI, la profusión de imágenes digitales ha provocado un movimiento de vuelta a lo físico, lo que el crítico Simon Jenkins ha denominado el «culto a la autenticidad».
Las primeras obras muestran que la preocupación de Freud por el «animal humano» estuvo presente desde el principio. La pincelada es suave y precisa, rozando el hiperrealismo de la hoy casi olvidada retratista Meredith Frampton. Fue cuando Freud se pasó a unos pinceles más toscos de pelo de cerdo, a mediados de la década de 1950, cuando su estilo adquirió su propia definición. Con un trazo más atrevido, exploró lo que sería una obsesión duradera: la piel humana.
Las frecuentes remezclas de su pintura hacían aflorar la complejidad del color y la textura incluso en la impecable piel de un niño en Bebé en un sofá verde (1961). En el otro extremo de la vida humana, Freud captó los rasgos toscos y rubicundos del fotógrafo John Deakin con una mirada inquebrantable. Los cuadros Y el novio (1993), que muestran a una pareja desnuda yaciendo en una cama, y Tarde en el estudio (1993), con un perro dormido en una cama y una enorme mujer desnuda en el suelo, son algunas de las obras más llamativas de esta querencia de Freud por la carne.
Su relación con el barón Thyssen
Al barón Thyssen, coleccionista y admirador de Freud, lo retrató en dos ocasiones entre 1981 y 1985. Se trata de dos pinturas que evidencian la profunda complicidad y la larga relación artística que se entabló entre ambos.
El primero pertenece a la colección permanente del museo y muestra al barón en un plano próximo al espectador. El segundo es un retrato de cuerpo entero y pertenecía a Francesca Thyssen-Bornemisza, fundadora y presidenta de TBA21, hasta hoy, cuando ha anunciado que dona al Museo Thyssen-Bornemisza el retrato de su padre, el barón H. H. Thyssen-Bornemisza. El retrato, titulado Hombre en una silla (barón H. H. Thyssen-Bornemisza), es un óleo sobre lienzo y fue pintado por Freud en 1985.
“Mi decisión de hoy de donar este maravilloso retrato de mi padre al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza ha sido, quizás, espontánea, pero es algo que llevo en mi corazón desde hace mucho tiempo. Es un reconocimiento al generoso gesto que hizo mi padre hace 30 años, y que nosotros como familia hemos apoyado al ceder nuestros derechos de herencia sobre estas obras para crear un museo único donde todas sus obras provienen de la misma colección familiar", ha explicado la coleccionista de arte.
"Deseo seguir contribuyendo a este maravilloso museo como miembro del Consejo y como miembro de la familia. Y esta magnífica exposición de Lucian Freud es la oportunidad perfecta para hacerlo. El retrato de Lucian Freud está muy cerca de mi corazón, pero creo que acaba de encontrar su hogar definitivo en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza”, ha explicado Francesca Thyssen-Bornemisza.
La comisaria de la muestra ha recordado la estrecha relación que unía al barón y a Freud, quienes hablaban a menudo de arte. «A Lucian Freud le interesaban mucho Tiziano, Velázquez, tenía piezas de Rodin, Courbet», explica Paloma Alarcó. De hecho, el artista tenía un pase nocturno para la National Gallery, donde pasaba horas mirando cuadros.
«Freud decía que cuando alguien posa no está natural y que cuando pasaban horas y horas delante de él, aunque recibieran indicaciones precisas, empezaban a dejar que su propio yo saliera hacia fuera», ha añadido Alarcó. El retrato del barón Thyssen causó desacuerdo en la familia: «Sintiéndose en la cumbre, Heini encargó un retrato a Lucian Freud. Tita Cervera declaró que en él, Heini parecía 20 años más viejo, lo cual era el tipo de crítica más eficaz para que aquella pintura quedase condenada», explica Simon de Pury en El subastador.
La baronesa Thyssen puso como ejemplo la historia del retrato de Winston Churchill que encargó el parlamento inglés y que pintó Graham Sutherland, que retrató a alguien «real». Churchill detestaba el cuadro, lo llamó «maligno» y su esposa Clementine lo quemó... y Tita Cervera amenazó con seguir su ejemplo.
«El cuadro que Tita quería incinerar pronto llegó a valer más de un millón de dólares. 'Creo que está empezando a gustarme', dijo entonces ella con su sonrisa pícara, y procedió a recuperarlo, del modo más amable, naturalmente», escribe Simon de Pury. Tras el reparto de la herencia, el retrato fue a parar a la casa de Viena de Francesa Thyssen-Bornemisza, que lo cedió al museo cuando dejó de poder pagar el seguro. Ahora, descansa en el museo de sus padres para siempre... o hasta que se produzca un nuevo cambio de manos.