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Impresiones de Arco: demasiado más de lo mismo

No se pudo encontrar la obra maravillosa en la creciente impresión de excedente, de exageración, de stock estético

Al contemplar la primera obra de la visita a Arco 2023, dos franjas azules sobre fondo blanco, no exactamente como Señora de Rojo sobre Fondo Gris, de Delibes, se tuvo la inevitable tentación de mirar la letra pequeña del cuadro donde se leyó: «Emulsión Acrílica». Una suerte de lenguaje culinario, confluencia de artes, para causar un poco de estupefacción, a pesar de todo. Era Arco y se sabía, pero fue como entrar en la casa de Laurence Olivier en La Huella al continuar y contemplar unos ojos de holograma dar la vuelta sobre sus órbitas, con sus cuevas de huesos girando al mismo tiempo, ante la despreocupada mirada de una trenza de unicornio sostenida por una mano rígida y al mismo tiempo lánguida.

Obra de arte en Arco

Al otro lado del pasillo se apoyaban sobre la pared unos hula- hoop de acero sobre los que parecía haberse sentado un gigante hasta deformarlos por completo, igual que unos restos calcinados. Unos flamencos rosas daban la sensación de naturaleza que se marchó tras ser absorbido por un panel de puntos ondulados y diferentes intensidades cromáticas. De allí se tardó en salir un rato, ni siquiera asiéndose a unas trompetas que se soplaban como con globos de cláxones antiguos o como con peras de goma sacadas de un relato de Tom Sharpe. Gracias a unas flores que se movían como robots, se pudo salir del hueco del árbol de Alicia y, ya en la superficie, se tuvo la primera sensación de que Arco era más de lo mismo. Pero aún había tiempo y espacio para retractarse, para encontrar la obra maravillosa en la feria de las maravillas.

Una pizarra hecha de mar

La sensación de estar en una galería neoyorquina a finales de los ochenta animó el camino. Arco en detalle a veces decepciona, pero nunca en general, lo cual es una bonita sensación de continuidad en un pasado moderno que de todas formas se repite sin sorpresas, y eso es lo peor de todo. Ha de tenerse cuidado en no confundirse con los elementos ajenos, como con los extintores, porque nunca se sabe. Nunca se sabe cuando un extintor de emergencia puede ser una obra de arte, además de un extintor. Precisamente había uno cerca de una cama (que parecía la cama de la cabaña de Henry David Thoreau) con una raja en el medio, un corte de cuchillo, que ardía sin que ardiera el resto. Mirar la llama, la incandescencia, hizo que se mirase instintivamente el extintor en una relación artístico-heroica sobrevenida.

Obra de arte en Arco

Al doblar una esquina, unos finos tubos de neón y un surtidor de espuma produjeron la sensación de hallarse en la habitación de Arsenio Hall en el Bronx de El Príncipe de Zamunda. La televisión tirada en el suelo invitaba a ponerla en su sitio hasta que se vio que se posaba voluntariamente sobre una montaña en miniatura. El Guernica decorando una de las casetas de playa de La Muerte en Venecia fue una impresión bonita, no tanto ver al autor malagueño de cuerpo presente. Huellas y sombras chinescas de bailarinas plateadas, un camafeo gigante hecho de platos de cerámica con rostros de reyes y de mandatarios de la historia. El sol a una distancia imprudente y sin embargo inofensiva. Un cuadro azul, simplemente (aunque no era tan simplemente) azul y simplemente rayado levemente, grácilmente, fue la primera sensación mediterránea, agradable, esperanzadora entre la abundancia de normalidad: una pizarra del colegio hecha de mar.

Un altavoz psiquiatra de un monolito

Mercadillos de fulares y de cabelleras. Occidente y Oriente. El pasado en CD dados la vuelta brillando en sus marcos, no para ahuyentar a los pájaros sino para atraer a los humanos. Pollock suplantado por un mecanismo. Un altavoz psiquiatra tratando a un monolito deprimido en directo. Escombros a la venta. Fotos quemadas a la venta. No se encontraba la obra maravillosa en la creciente impresión de excedente, de exageración, de stock estético. Se empezaron a ver repeticiones, casi calcos en ocasiones: los puntos de Hirst, las manos (y hasta los pies) en las maneras de Schnabel, Bacon, las latas de Warhol tuneadas. Hasta los bisontes de Altamira. El arte moderno sobre el arte moderno (y rupestre) y los moradores casi obligándose a encontrar el motivo de su gusto en la observación superficial, profunda o instintiva.

Obra de arte en Arco

Un hombre de hojalata y de ciudad yacía en el suelo con la cabeza en la pared. Otro hombre quería reservar tres cuadros «espontáneos» de cinco mil euros cada uno. Se escuchaban algunos «¡clings!» y se observaban fogonazos invisibles. Un Miró de repente, no muy lejos, como escondido, como atrapado, en la misma casa grande, en la misma feria que en la buena y mala metáfora de una figura hecha de metal de cierre, cuyo característico sonido nocturno y callejero casi se pudo escuchar mientras se observaba la pieza cuando se apagaron las luces.