Medio siglo sin Picasso, el genio en calzoncillos
Hubo una época en la que el pintor millonario se dejaba retratar como un modelo para certificar su mito
Picasso apareció en la portada de The Sunday Times en calzoncillos blancos de los antiguos, de los de abertura, de los que sujetan al artista erigido sobre esa prenda íntima y varonil españolísima que él convirtió sin tapujos, porque no los tenía, en un (único) complemento icónico para su figura.
Era el relumbrón del súper artista, ya lejos del niño que aprendió a pintar antes que a leer, la estrella a la que fotografíaron, como si no estuvieran delante de él, Capa, Cartier-Bresson, Beaton, Doisneau, Avedon o Edward Quinn (el fotógrafo de la cotidianeidad mediterránea que le hizo aquellas fotos en Bandol, el pueblecito pesquero de la Costa Azul, a Marlon Brando y a su repentina y desconocida prometida que nunca fue su esposa, Josanne Mariani) en la época en la que el pintor millonario se dejaba ver como un modelo para certificar su mito.
Las portadas de Life, Time, Vogue, Harper's Bazaar o Paris Match eran sus marcos favoritos y toda aquella exposición, la exposición de la figura después de la de sus obras, regresa a los 50 años de su muerte. Francisco Umbral decía que antes de la obra había que crearse el personaje, pero Picasso se lo creó después o lo fue creando a medida que iba observando la fascinación por su trabajo al que solo le faltaba la definitiva publicidad.
Una exposición en el MoMA de Nueva York en 1939 lo lanzó a la fama y su exilio a Francia, su comunismo, el aura complementaria, le convirtieron en icono del mundo libre, de la Resistencia, todo el abanico del artista total, desde el auténtico al famoso, incluido el mismo nombre: Picasso, un nombre comercial natural, estaba en Picasso. A partir de entonces solo faltaba la explotación de la marca con la ayuda inestimable de sus amigos artistas y famosos.
Escriben de él reportajes Breton o Paul Éluard y le visitan en Cannes o en Mougins las estrellas de cine. Antes ya había sido miembro destacado en su juventud de los invitados permanentes a la casa de Gertrude Stein en la Rue de Fleurus (cuyo retrato pintado por Picasso colgaba de las paredes del salón) junto a Hemingway, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, Buñuel, Apollinaire o Matisse, entre muchos otros.
La misma Stein que le recomendaba al joven Hemingway que no se gastara el dinero en ropa sino en cuadros (su primer gasto importante en arte lo hizo el estadounidense en un cuadro del malagueño) de cuya mítica casa acabó saliendo rociado ya para siempre con el polvo mágico que también tocó a todos aquellos artistas, felizmente reunidos por una suerte de magia histórica y temporal en los años 20 y 30 de París.
«El pequeño Goya»
Lo que no consiguieron la mayoría de ellos: sobrevivir a la explosión primigenia, lo logró esplendorosamente Picasso, apartando el declive, el alcoholismo, la depresión o los suicidios que caracterizaron el periplo artístico y vital de muchos de sus amigos y compañeros de aquella época del Bateau Lavoir y la bohemia de Montmartre y del Barrio Latino, cuando le llamaban «El pequeño Goya».
Picasso fue sorteando los obstáculos como un comecocos que se va haciendo fuerte en el videojuego comiéndose las dificultades e hinchándose, inflándose, enriqueciéndose, pasando una y otra pantalla como un dios absoluto del arte que ha resistido medio siglo en la cima después de muerto y lo seguirá haciendo, inagotable, como sus admirados Cezánne o El Greco, a través de los siglos.