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Un recorrido por el hogar que Sorolla siempre soñó como un museo

El Debate visita la exposición ¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla! por el centenario del fallecimiento del pintor de la luz

Casa-Museo de Sorolla, una de la tarde en pleno agosto. Hace un calor asfixiante, un poco atenuado por la sombra de los árboles que rodean el palacete. No obstante, y pese a la desagradable temperatura, el jardín está repleto de turistas, ya sea por su cuenta o acompañados por un guía. Resulta evidente que, incluso después de cien años, Sorolla continúa incitando una gran admiración por su figura y su obra.

Guiomar, una de los técnicos del Museo, nos recibe muy amablemente. Después de que nos presentemos como enviados de El Debate, afirma que en los últimos días han venido numerosos medios de comunicación para documentar el centenario de la muerte del pintor de la luz. Nuestro reportaje da comienzo bajo una pérgola que alberga una hermosa estatua de Venus, copia de una de las posesiones de Sorolla. También vemos un inmenso ramo conmemorativo, junto al cual un par de visitantes han depositado sus propias flores.

Las obras más emblemáticas

Una vez instalada la cámara, Guiomar procede a explicarnos la historia del lugar, elegido como sede del museo por haber constituido la residencia del genial pintor, quien colaboró en el diseño y construcción de la misma. Sorolla quiso contar con un espacio en el que reunir a toda su familia al tiempo que trabajaba sin perturbaciones, así como con tres pequeños jardines que supondrían un motivo recurrente en sus obras.

Entrada de la Casa-Museo de SorollaAlfonso Úcar

No obstante, lo mejor es sin duda el interior del edificio. Nada más franquear la puerta, nos reciben algunos de sus cuadros más destacados, como El baño del caballo. Contemplándolo, queda patente el motivo por el que el artista fue bautizado como el pintor de la luz: el manejo de la luminosidad y de los reflejos sobre las distintas superficies casi hace creer al espectador que se encuentra en una playa real, frente al joven que emerge del agua junto con su compañero equino.

En la misma sala también puede apreciarse un testimonio de los últimos días como artista de Sorolla, antes de que una hemiplejía le obligara a retirarse. Se trata del retrato de Mabel Rick, esposa de su amigo Ramón Pérez de Ayala, un cuadro que no llegó a finalizar. Justo al lado, Clotilde, la leal compañera del pintor, nos observa desde su lienzo.

Una visión íntima de Sorolla

A lo largo de las siguientes salas, además de una selección de obras relevantes, podemos contemplar multitud de detalles que nos acercan un poco más a la personalidad y las aficiones de Sorolla. Una pequeña cama con dosel cuyo interior contiene una estantería de libros, dos expositores con mariposas disecadas de todos los tamaños y colores, joyas inspiradas en los amuletos del antiguo Egipto y otro lienzo en el que apenas se aprecia la imagen inacabada de un hombre.

Después de que Guiomar nos cuente más detalles sobre la vida del genial artista y de grabar unos cuantos planos recurso de las habitaciones, pasamos a la planta superior, donde un violonchelista ofrece un sencillo concierto en homenaje al artista para quien quiera escuchar. A excepción del arco que recorre hábilmente las cuerdas, en el lugar reina un silencio respetuoso, y al terminar, todos los presentes rompen en tímidos aplausos.

Las habitaciones en este piso parecen estar especialmente centradas en las celebérrimas representaciones de escenas marinas, muchas de las cuales aluden a la más tierna infancia de Sorolla. También hay una pequeña exhibición de fotos del pintor y su familia, incluyendo algunas en las que aparece trabajando en cuadros como el anteriormente mencionado Baño del caballo. No puedo evitar comentar lo extraño que resulta contemplar el propio proceso de creación de obras que todos conocemos y apreciamos.

Admiración por otros artistas

En otras zonas de la casa resulta evidente que Sorolla no solo desarrolló su propio estilo, sino que también gustaba de homenajear a otros creadores a los que admiraba. Aunque resulta difícil de apreciar a causa del abarrotamiento de la sala, una de las puertas imita el fondo de Las Meninas, ya que Velázquez fue uno de sus principales exponentes. Varios de los cuadros que hemos tenido ocasión de contemplar muestran una clara influencia del legendario pintor sevillano.

Finalmente pasamos frente a una vitrina que exhibe una nutrida colección de porcelana de borde dorado, otra de las pasiones del artista, así como un retrato de Joaquín Sorolla hijo, quien se encargó de dirigir el museo después de que su madre legara al Estado la casa y todas las posesiones que contenía. Nuestra visita finaliza en el mismo lugar donde empezó: bajo la pérgola del jardín, con Guiomar relatándonos unas últimas anécdotas sobre la construcción del palacete.

Debo admitir que nunca había prestado demasiada atención a la obra de Sorolla. Sin embargo, tras una semana muy centrada en la investigación sobre su vida y su relevancia dentro del mundo artístico, así como esta espectacular visita, comprendo perfectamente por qué, un siglo más tarde, tantas personas continúan acudiendo en masa al lugar donde el pintor de la luz realizó algunas de sus últimas creaciones.