«La vida de Modigliani fue apasionada, pero muchos no la querríamos vivir»
Fracasó en vida, se sumió en el París bohemio de comienzos del siglo XX, su amante se suicidó embarazada de nueve meses. Judío nacido en Livorno, con nombre que evidenciaba que su familia eran judíos asimilados. Modigliani, un pintor único. Hoy sus cuadros se venden por millonadas. Un repaso a su biografía de la mano de la editorial Acantilado y el Centro Sefarad-Israel
Amedeo Modigliani (1884-1920) es uno de los pintores de estilo más reconocible: su uso de las líneas y de los colores, sus contrastes y armonías, su finura en los perfiles, los tonos con que pinta los rostros femeninos, esa mezcla habitual de delicadeza y tristeza o languidez, su estilización de las figuras que nos hace recordar a la Venus de Botticelli… No pintó muchos cuadros, porque el tiempo en el que alcanzó su madurez artística no llegó a una década. La tuberculosis decidió que su vida se truncara a los 35 años, ocasionándole una meningitis. Ya antes, esta enfermedad le había ido marcando el rumbo de su existencia. Y, con 11 años, una pleuresía lo había postrado, dándole la posibilidad de que se aficionara a algo como el dibujo.
Una de las biografías más completas –canónica en contenido, pero no desde luego en formato, que es marcadamente personal– la publicó su amigo André Salmon en 1958. Lo conocía bien, sobre todo, de su prolongada etapa parisina; a ello debe añadirse la amplia sapiencia estética de Salmon y su capacidad divulgativa sobre la esencia de aquellas corrientes artísticas. Es un libro que en España edita Acantilado, con traducción de Manuel Arranz, y titulado La apasionada vida de Modigliani.
Y, para hablar sobre Modigliani y Salmon, el Centro Sefarad-Israel ha organizado un encuentro con el traductor y la editora Sandra Ollo. Ha guiado la charla Israel Doncel, jefe de comunicación de esta institución en la que participan el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid. Doncel ha anotado varios puntos, al guiar la conversación; por una parte, Salmon «conocía el mundo turbio de París», un mundo de drogas y excesos que también afectaron al pintor judío –de origen sefardí, aunque no era desde luego un practicante de la religión– nacido en la localidad italiana de Livorno –una ciudad costera en la Toscana, pegada a Pisa y muy próxima a Florencia–. Doncel también ha destacado los encuentros entre Modigliani y Picasso, las dos épocas del pintor toscano en París –la segunda en Montparnasse, la primera en Montmartre, siguiendo quizá el consejo de Picasso– y el carácter «atormentado» del artista.
Manuel Arranz ha comentado algunos detalles de la vida de Modigliani, desde la enfermedad de su infancia que lo llevó a iniciarse en el dibujo, hasta su ardua peregrinación en busca de su propia manera de expresarse en el lienzo, que lo condujo a Florencia y a Venecia antes de afincarse en París. También indica Arranz que la biografía escrita por André Salmon es un «libro desmitificador», en gran medida en cuanto afecta al mundo de la bohemia, y al hecho de morir joven y casi arruinado, y obtener reconocimiento artístico sólo en la posteridad. Según Arranz, Modigliani era más bebedor de vino tinto y «tardó en llegar al whisky». El traductor entiende que Modigliani no sostuvo una «relación muy buena con Picasso», y que, al contrario que el malagueño, rompía sus dibujos de borrador y sus firmas en bocetos o papeles sueltos.
En opinión de Arranz, «este libro es apasionante y la vida de Modigliani es apasionada, pero su vida muchos no la querríamos vivir». No sólo se trata de ese «tormento vital», de sus fracasos –muchas de sus exposiciones o intentos de vender cuadros redundaron en una decepción total–, de sus problemas con las adicciones; a los días del fallecimiento de Amedeo Modigliani, su amante –hoy diríamos «pareja»; entonces, quizá «concubina»– Jeanne Hébuterne se suicidó, arrojándose desde el apartamento donde moraban sus padres, un quinto piso. Estaba embarazada de nueve meses.
Pero en la biografía escrita por André Salmon no sólo se habla de Jeanne Hébuterne; aparecen muchas más mujeres, como la poetisa inglesa Beatrice Hastings. Manuel Arranz dice que el artista de Livorno a veces pensaba en otros pintores, mientras se desnudaba ante sus ojos una modelo, y luego, al vestirse la modelo, él seguía pensando en más pintores: cómo la retrataría Goya o Manet. En este sentido, cabe recordar que la primera exposición de Modigliani la clausuraron rápidamente, por escandalosa. Asimismo, docenas de personajes más se hallan en La apasionada vida de Modigliani, como Max Jacob y artistas procedentes de las cuatro esquinas del mundo, desde Japón o Chile hasta Polonia. La perspectiva de Salmon es muy penetrante, y esto es lo que comenta en uno de los capítulos iniciales del libro: «Ni en Montmartre ni en Montparnasse, cuando teníamos treinta años, sentíamos curiosidad por conocer los orígenes de nuestros amigos. La persona bastaba, al diablo la familia. Por ejemplo, sólo treinta años después de la muerte de Guillaume Apollinaire se ha podido saber algo del misterio de su nacimiento, ese nacimiento del que hoy día parece demostrado que ningún prelado fue responsable».
El París farandulero
Por su parte, Sandra Ollo, editora de Acantilado, comenta que este libro encaja con «una de las líneas de la editorial», que consiste en atender a «las primeras vanguardias europeas, las cuales amplían el campo de interés más allá de lo artístico». Según Ollo, el libro de André Salmon nos traslada «al París farandulero», a «la imagen mítica de París». Por otro lado, también «es una manera de acercarnos a la cultura judía», si bien Modigliani «no vivía su judaísmo de manera abierta». En todo caso, su biografía «permite explicar el judaísmo asimilado antes de la II Guerra Mundial»; evidencia de esa asimilación es el propio nombre de Amedeo y los de sus hermanos Giuseppe Emmanuele, Margherita y Umberto, que imitaban nombres de pila de la familia real italiana.
En opinión de Ollo, Salmon es «preciso en la descripción del ambiente más complejo de París», sobre todo en lo tocante al mundo del «láudano, el alcohol, y el hachís». Esto supone un «factor de cierto exotismo y complemento a la bohemia experimentadora», si bien Salmon deja claro el carácter destructivo de estas substancias adictivas. Modigliani «flirtea menos con la noche, pero acaba teniendo problemas con el alcohol y las drogas», dice Ollo. Y añade: «Se expresa en este libro la crudeza de esos ambientes».
Para explicar la «falta de afinidad con Picasso», Ollo señala que Modigliani se sentía «muy lejos del cubismo, de las líneas tan rectas». «Bebe del primitivismo y el expresionismo», al llegar a París, pero él busca su estilo, que no va en consonancia con la tendencia geométrica, de modo que tampoco se acaba integrando en ese mundo. «Él busca su estilo, y este libro muestra esa búsqueda». A lo cual se suma que Modigliani «era temperamental y susceptible», elementos que se conjugan con «la profunda inseguridad de su vocación artística», que le genera «tormento», y por eso rompe bocetos. Picasso le aconsejaba que dibuje mucho, pero Modigliani «se siente torpe y que no sabe qué hacer, qué camino seguir».