Casi el primer impulso de Edvard Munch fue también el último, el inagotable. La tristeza y la melancolía reflejadas sin más en un hombre joven. La mirada perdida, la soledad, la mano sosteniendo los pensamientos compungidos y confusos que parecen los trazos y los colores de la playa. La lejanía de las cosas, del mundo, reflejadas en las construcciones al fondo.