Un océano en un cuadro monumental. El Quijote de la pintura. En él está todo, incluido el misterio y el embrujo de sus muchas interpretaciones. La idea de que Velázquez pinta al espectador o no; la imagen de los reyes en el espejo, como si acabaran de aparecer y hubieran sorprendido la escena, el autorretrato del artista, el cuadro real de Rubens y el de su discípulo Jordaens en la penumbra de la pared del fondo, el ambiente perfecto y la atmósfera impresionante en la que uno podría recrearse durante horas, pero hay que seguir, que solo se tiene media hora.