Cinco cuadros de Matisse, el genio vanguardista radical que aparentaba ser conservador
El artista de Le Cateau, considerado por muchos el pintor francés más importante del XX, fue el principal exponente del movimiento fauvista
Henri Matisse tenía 22 años y trabajaba como abogado cuando decidió dejar su natal Le Cateau para hacerse pintor en París. Se deshizo de casi todo, menos de su apariencia y de sus maneras conservadoras. Trabajaba con una disciplina impropia de un artista, incluso de los más grandes artistas. Un pintor que trabajaba como un funcionario sometido a un horario total establecido por él mismo.
Era un burócrata artista que se deshacía de su forma con su arte natural, incontenible a pesar de que en el principio no conocía lo que era y lo que iba a ser en su definición artística final tras la primera, realista y conservadora como su apariencia. Como artista conservador obtuvo su primer éxito en 1896 con la exposición de cuatro cuadros, en especial, Mujer leyendo, adquirido por el Estado.
Nadie imaginaba lo que iba a suceder después de aquella presentación. La mecha se prendió después de leer el manifiesto neoimpresionista firmado por Paul Signac. A partir de su lectura cambió la visión artística del genio francés. Compró un dibujo de Van Gogh y cuadros de Gauguin y Cézanne para empaparse de la flecha que le había atravesado.
El encuentro de la vanguardia
De este modo alcanzado comenzó a pintar y no volvió a exponer en los círculos academicistas que desdeñaban el arte moderno, para hacerlo en el Salón de los independientes y en pequeñas galerías. Empezó a tener problemas económicos en su nuevo rumbo contagiado de la bohemia no oficial que no se le notaba por fuera.
Expuso por primera vez de forma individual en la galería de Ambroise Vollard, el marchante de los impresionistas. La privación y la búsqueda le llevó al hallazgo del fauvismo, una libertad artística en la que encontró su sitio. Era el inicio de una nueva época, antes del cubismo. La nueva corriente la apreciaron coleccionistas de vanguardia como Gertrude Stein y su fama y cotización crecieron para dejar de ser un pintor olvidado.
Se convirtió en la moda, en lo más moderno y revolucionario, siempre con su forma de vestir y sus maneras opuestas a un «alborotador» del arte que cambió, pero él no, como si la suya fuera toda la vanguardia que estaba dispuesto a alcanzar. Rico y famoso ya no necesitaba más experimentaciones, y convirtió su estilo en una isla frente al río que la vadeaba sin freno.
Pero siguió yendo más allá a pesar de todo. Fue artista gráfico, escultor, muralista, hizo decorados, se interesó por la litografía y el grabado. Ilustró a Mallarmé y a Baudelaire y nunca dejó de trabajar como ese curioso funcionario del arte, vestido como tal, con inflexible horario autoimpuesto. Incluso enfermo y postrado su creatividad inmortal fue el espejo de su espíritu indomable.