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Escultura de Felipe II en la Galería Central del Museo del PradoMuseo del Prado

El Prado resalta la estatua en bronce de Felipe II de Leone y Pompeo Leoni al situarla en la galería central

Los Habsburgo de los Leoni recuperan su papel simbólico en la galería central del Museo Nacional del Prado

Desde los tiempos en que Octavio César Augusto se hizo representar como un semidiós en la excepcional escultura custodiada en los Museos Vaticanos –la estatua conocida como Augusto Prima Porta– y repartir copias a lo largo y ancho del Imperio Romano, las estatuas de Reyes y Emperadores con fines propagandísticos fueron comunes en los diferentes reinos y estados europeos a lo largo de la historia.

La Monarquía de los Habsburgo en España no fue una excepción y, de hecho, nos ha dejado los que seguramente sean los ejemplos más destacables en España y Europa de escultura real con fines propagandísticos y conmemorativos.

Nos referimos a la serie de estatuas custodiadas en el Museo del Prado del Emperador Carlos V, el Rey Felipe II, la Emperatriz Isabel de Portugal o la Reina María de Hungría, realizadas por los escultores italianos Leone y Pompeo Leoni.

Las esculturas, la mayoría en bronce, pero también en mármol, son impresionantes y representan a los monarcas a la romana, aunque con armaduras de su época (armaduras desmontables, por otra parte).

La más reseñable de todas, Carlos V y el Furor, se ha ubicado tradicionalmente en la galería principal del Museo del Prado, nada más entrar por la Puerta de Goya.

Las otras estatuas se ubicaron, tras la ampliación del Museo, en el Claustro de los Jerónimos. Ahora, sin embargo, las tres estatuas que representan en bronce de cuerpo entero a la emperatriz Isabel, su hijo Felipe II y su tía María de Hungría se han trasladado a la galería de retratos para recontextualizarlas.

Las colecciones escultóricas del Museo del Prado cuentan con las más excepcionales representaciones de escultura renacentista en bronce y mármol que saliera de los talleres de Leone y Pompeo Leoni, afamados escultores milaneses que trabajaron para la Corte española. Se trata de uno de los grupos más icónicos del panorama artístico del aquel momento. La alta calidad técnica y formal de diversos retratos de la familia del emperador Carlos V se sitúa en uno de los estadios más elevados de excelencia artística de lo que se estaba llevando a cabo en la escultura europea del siglo XVI.

Con una función conmemorativa, que buscaba perpetuar el linaje y la fama a través de la representación plástica, las esculturas suponen un verdadero alarde no sólo en su mismo concepto compositivo, derivado de los consagrados modelos grecolatinos, sino en un esmerado acabado, de extraordinaria minuciosidad, propia de un trabajo de orfebrería.

El origen de las estatuas en bronce está en la galería de retratos que María, hermana del emperador proyectaba para su castillo de Binche, en las inmediaciones de Bruselas y que tenía su inspiración en el ambicioso programa dinástico que rodeaba el sepulcro del emperador Maximiliano de Habsburgo en Innsbruck, que todavía hoy se conserva in situ.

Pero a su lado, obras de extraordinario valor como el busto en bronce de Carlos V, utilizando en su base tipologías derivadas del mundo clásico o la escultura en mármol de cuerpo entero del mismo monarca, armado, con manto y con el símbolo del águila como si se tratara de un emperador romano, son la expresión más acabada de un exquisito encargo.

La nueva ubicación de estas obras en la Galería Central del Museo, en las proximidades de la obra de pintores tan sobresalientes como Tiziano –que sirvieron de igual modo y en las mismas coordenadas espacio-temporales a la difusión de la imagen de la familia real–, contribuye a establecer un juego enriquecedor entre la pintura y la escultura, colocadas en un mismo plano para evocar el contexto en que se alumbraron y valorar la íntima vinculación iconográfica, de indumentaria, y simbólica.

Por otro lado, su disposición expositiva a una altura más comprensible permite disfrutar los detalles de su factura y valorar la extraordinaria habilidad de unos artífices para los que el detalle formaba parte inherente de una obra cargada de diversos significados. Las esculturas se ubican ahora en su entorno natural, conformando un espacio de alta densidad simbólica.