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El dramaturgo Antonio Buero Vallejo.

Del indulto al podio: el teatro de Antonio Buero Vallejo en la España franquista

La indiferencia del público y la crítica del momento hacia el pasado del dramaturgo resulta llamativa en la España actual donde un tuit fuera de tono puede arruinar la carrera de cualquiera

El 8 de octubre de 1999 el Teatro Español de Madrid estrenaba Misión al pueblo desierto, la última obra del cuatro veces ganador del Premio Nacional de Teatro, Antonio Buero Vallejo. El patio de butacas entero recibió al autor con un aplauso, encabezado por el entonces alcalde de Madrid, el popular Álvarez del Manzano. Hacía cincuenta años que exactamente en ese mismo teatro se había estrenado la primera obra de Buero, la Historia de una escalera que quién más y quién menos ha oído nombrar alguna vez.

El ambiente era entonces muy distinto. Corría el año 1949 y España se encontraba sumida en lo más duro del aislamiento al que los Aliados sometían al régimen de Franco. Eran los llamados «años del hambre», de la dura posguerra y del primer franquismo. En ese «páramo cultural» se convoca por primera vez desde la guerra el Premio Lope de Vega y el tribunal decide otorgarlo por unanimidad a Historia de una escalera. Como todos los biógrafos recalcan, hubo un escándalo al conocer el nombre del joven premiado, pues Buero Vallejo se trataba nada menos que de un excombatiente republicano, afiliado al Partido Comunista y condenado a muerte por un tribunal militar por conspirar contra el Régimen. ¿Cómo pudo un peligroso comunista ganar el mayor galardón teatral de la España franquista?

Antonio Buero Vallejo

Buero Vallejo fue uno de los muchos ejemplos de represaliados del franquismo a los que la fortuna pareció no dejar de sonreír durante los terribles años de la represión de posguerra. Aunque había hecho la guerra como militante del PC y muy significado en diversas actividades políticas de izquierdas, al finalizar la guerra y rendirse fue rápidamente liberado y se estableció en Madrid, donde conspiró con la red clandestina del PC, motivo por el que se le volvió a encarcelar y condenar a muerte en 1940. La pena se le conmuta por treinta años en ese mismo 1940, se vuelve a reducir a veintiún años y un día en 1944. En 1946 se le concede la libertad provisional y en 1947 fue indultado por Franco. La buena mano del joven con los tribunales franquistas, esta vez literarios, se confirmó con su triunfo en el Premio Lope de Vega solo un año después de recibir el indulto.

La concesión de ese primer premio no fue un error imprevisto ni una rebeldía puntual del mundo de las letras franquistas. Tras el enorme éxito de Historia de una escalera, el idilio de Buero Vallejo con los premios continuó y en rápida consecución ganó el Premio Nacional de Teatro en 1956, 1957 y 1958. En una España actual donde un tuit fuera de tono o una foto comprometida de hace dos décadas pueden arruinar la carrera de cualquiera, la indiferencia del público y crítica del momento hacia el «problemático» pasado de Buero resulta llamativa.

Oportunidad a un joven autor

Como recordaba en 1999 el periodista Eduardo Haro Tecglen, tuvo ocasión de preguntar una vez al crítico teatral falangista y luego redactor jefe del NO-DO, Alfredo Marqueríe, que era miembro del jurado del premio Lope de Vega, cómo se había decidido estrenar Historia de una escalera con el historial de Buero. Marqueríe contestó que lo hicieron porque era importante demostrar que la guerra había acabado hacía ya diez años.

Quizá en 1948 esa guerra de hacía una década parecía lejana. Curiosamente, cuando Buero Vallejo volvió a ese mismo escenario para celebrar sus cincuenta años de fama con Misión al pueblo desierto ¿cuál fue el tema elegido? La Guerra Civil Española. Y hoy sigue más viva que nunca.

Solo podemos suponer qué pensarían Marqueríe y sus compañeros de jurado, que insistieron en dar una oportunidad a un joven autor sin mirar su pasado político, permitiendo así el estreno de una de las grandes obras del teatro español, si viesen cómo hoy se cambia el nombre de premios y se retiran calles a literatos por haberse equivocado de bando en una guerra de hace ochenta años.