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«Astérix tras las huellas del Grifo» es el nuevo cómic de la serie «Astérix y Obélix»Les Éditions Albert René

Astérix y Obélix o la politización de los héroes galos ante las elecciones presidenciales de Francia

Este miércoles se publica un nuevo cómic, «Astérix tras las huellas del Grifo», en medio de la constante pregunta: ¿son de derechas o de izquierdas?

Fue en 1959. Justo antes de que arrancaran los 60 que, como cantaría Aute, le pillaron«con la vida en bandolera». Fue el mismo año que Phillips lanzó al mercado el segundo álbum de un jovencísimo y pulcro Serge Gainsbourg. Lo de la pulcritud cambiaría más tarde, pero él continuaba con su ascenso artístico cantando Le poinçonneur de Lilas. En enero, Yves Saint Laurent había lanzado su primera colección como director creativo de Dior y ya debían haber comenzado sus pequeñas diferencias con Karl Lagerfeld, compañero de estudios en la Escuela de la Cámara Sindical de la Lana. De todo esto eran testigos los antros del barrio de Saint-Germain-des-Près, quizá el Tabou, donde Boris Vian seguramente cantara para la audiencia su genial J’suis snob.

Empezaba lo mejor de los 30 años gloriosos que siguieron a la derrota de Francia en la Segunda Guerra Mundial: «Itsi bitsi petit bikini» y Saint Tropez. El General de Gaulle había vuelto a la política e inaugurado la V República un año antes. El desastre de Dien Bien Phu, aunque reciente, era historia y Argelia todavía no se había independizado. No había «chacal» contratado por la OAS para cometer el magnicidio presidencial. Estábamos a años de la invasión británica, y la invasión francesa, con sus chicos y chicas yéyé, estaba a punto de comenzar. Entre ellos, una bellísima Françoise Hardy, habitual de la revista Salut les copains, cuyo éxito Tous les garçons et les filles sonaría sin descanso el año de la reelección del General.

Goscinny, Uderzo y De Gaulle

Pero no sólo de la invasión británica tendrían que ocuparse algunos irreductibles galos. La historieta, nacida –por encargo– en el barrio de Bobigny de la pluma de René Goscinny y los pinceles de Albert Uderzo y publicada en octubre de ese año en la revista Pilote, fue inmediatamente relacionada con el gaullismo. Y no sólo por la evidente coincidencia cronológica; el general era un entusiasta de los habitantes de la pequeña aldea que resistía a la invasión romana y François Missoffe llegó a contar a Uderzo cómo, tras un Consejo, rebautizó a cada ministro con nombres de personajes del cómic. De Gaulle no se detuvo ahí, y llamó «Astérix» al satélite que lanzó Francia en 1965.

Posteriormente, otros mandatarios, como Jacques Chirac o Nicolas Sarkozy, han tratado de acercar su imagen a la del audaz y heroico hombrecillo galo. Pese a que los creadores han intentado desvincular siempre su obra de cualquier coyuntura política, Chirac recibió el apoyo público de Uderzo cuando, siendo alcalde de París, utilizó la imagen de Astérix en algunos carteles.

El personaje Cayo Coyuntural era una parodia de Jacques Chirac, entonces Primer Ministro, en los cómics de «Astérix y Obélix»

Hoy llega a las librerías el nuevo álbum, a cargo –lo están desde 2013– del guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad, Astérix tras las huellas del Grifo.

A derecha e izquierda del espectro político francés, embarcados en una campaña para las elecciones presidenciales que tendrán lugar en 2022, el afán por arrimar el ascua a su jabalí rememora viejas épocas.

A pesar de reclamar la figura de Astérix para la orilla izquierda –ciertos tintes anticapitalistas en el guion avalarían la reivindicación– la cosa no fluye con la izquierda liberal. Ponen perdido de corrección política lo que tocan, así que los comentarios vertidos sobre las últimas publicaciones han sido los de una amiga cortarrollos: que si La hija de Vercingétorix no es suficientemente feminista, que si El papiro del César es racista, y, ¿adivinan?, según el filósofo e historiador francés Michel Serres, algunos de los personajes creados por Goscinny y Uderzo también son nazis y fachas.

En el otro lado, dado que toda la derecha moderada se considera gaullista, sólo hace falta un sencillo silogismo para justificar la apropiación del pequeño y bigotudo guerrero galo.

Sin embargo, Astérix, ese antihéroe –por lo poco que se parece a los de la industria americana, o a los mitos en los que se basa– produce una adhesión inquebrantable en los lectores desde los inicios por ser astuto, preocuparse por la comunidad, armar juegos de palabras y cultivar la autoparodia. Los irreductibles galos siguen sus tradiciones, bregan con la identidad, el nacionalismo económico y el multiculturalismo. Y con eso tan francés del chovinismo. Desde sus inicios, Astérix y Obélix realizan innumerables viajes, pero siempre acaban volviendo a la aldea exhaustos por el choque cultural sufrido, aunque sólo hayan visitado Normandía.

Ahora que el distrito de Saint Denis donde nació Astérix es un lugar donde quizá sea complicado pasear con tranquilidad, la cuestión, por tanto, no es quién debe apropiarse, políticamente, la figura de uno de los emblemas de la República. Sino, más bien, si la clase política –a izquierda y derecha– representa alguno de los valores que los personajes del cómic francés por excelencia llevan más de 60 años encarnando.

Portada del cómic «Astérix tras las huellas del Grifo» Editorial Salvat