Libro de la semana
La piel del mundo
Una obra necesaria para religar la experiencia de las personas de hoy con el mundo contemporáneo
La huerta grande / 189 págs.
Humano, todavía humano
La memoria nos vincula con el pasado, la imaginación enriquece el futuro y la atención nos vincula con el presente, en el que laten con fuerza creadora el mundo y sus presencias. Higinio Marín ha escrito un libro atento que camina con zapatos de tacón por el mundo, con paso delicado, sin apenas pisarlo y con la paciencia del que sabe que, si corre, tropieza. El mundo es el tema de Higinio, y el mundo de Higinio es un universo.
Su preocupación en tiempos de zozobra, es decir, en tiempos todavía humanos, es «renovar la unión entre el hombre y el mundo», porque hay una brecha entre la persona y la cultura, entre el protagonista y su agonía, entre la sociedad y la historia. Una distancia que puede ser abismo, muro e impedimento. Pero también puede ser herida, como en los queridos versos de Miguel Hernández citados por el autor:
Con tres heridas yo
La de la vida
La de la muerte
Y la del amor
La diferencia entre un medio que nos es extraño y nuestro interior nos puede provocar un sentimiento de distanciamiento, de enajenación y, en definitiva, de locura. Es necesario tender puentes con lo real y el primero de todos es la piel.
La piel «no es un mero límite casi inexistente entre lo que separa, sino un límite viviente y, por tanto, el lugar donde sentimos la exterioridad del mundo». La piel es el pergamino donde la vida escribe en ocasiones con la dureza de un cincel, y en otras ocasiones con la suavidad de una pluma. La piel es el lugar donde el cuerpo recibe el baño del mar y el aliento del sol, es también el mapa de una vida que es viaje.
Se viaja para tener una idea de mundo, y la idea de mundo es necesaria para poder viajar, pero sin un personaje que viaje, sin un sujeto con interioridad, con una piel que contenga el tesoro que permanece dentro, el viaje se convierte en simple alteración, en movimiento. Viajar puede ser como dar vueltas en la rueda de un hámster. Turismo tiene su etimología en tour, que es dar vueltas.
No se trata de permanecer quieto, pero tampoco de rodar y rodar. No hay que meterse en el interior de la cueva ni retirarse del mundo para conservar la intimidad, porque «la intimidad se extingue tanto por la exhibición indiscriminada como por el secretismo de lo inconfesable». Si guardamos un tesoro en nuestro interior, si lo protegemos y lo cultivamos, es porque es comunicable.
Ahí se encuentra, para Higinio Marín, la modernidad de El Quijote, pues Sancho se va igualando a su amo, al tiempo que el hidalgo se «sanchiza», y en ese igualamiento se descubre la amistad entre iguales, el límite entre la locura y la cordura.
La amistad es lo que salva al Quijote de la locura precisamente porque le hace poner en comunicación con un igual el universo que porta en su interior. Lorca decía que cada persona debe dar a luz la vida que lleva dentro, y que, si no lo hace, se le envenena. Todo parto es doloroso, pero en la amistad encontramos una partera hábil. Como dijo Gadamer, en la oportuna cita de Higinio Marín, «si los hombres somos una conversación, entonces los amigos son los que evitan que nuestra vida se convierta en un monólogo desquiciado que nadie atiende».
Protección y vulnerabilidad
La piel que nos cubre es fina. Lo es para no asfixiar nuestro interior, y lo es para mantenernos en contacto con el exterior. La finura de nuestra protección, a diferencia del caparazón o la gruesa protección de algunos animales, nos hace vulnerables. A menudo se presenta la vulnerabilidad como un problema, pero para Marín lo que es un problema es la invulnerabilidad «que nos saca de la humanidad».
Somos vulnerables a lo que nos pasa, y porque nos pasan cosas, tenemos una historia que contar, la historia de nuestra vida. La belleza de la historia escrita en nuestra piel no reside en una superficie lisa y tersa en la que no ha pasado nada. Los filtros digitales que nos quitan las marcas de la vida generan imágenes de androides. La belleza humana se encuentra en la amabilidad de un rostro, en la cara de aquel que ha vivido y puede dar testimonio de que el mundo es un lugar habitable, y que ese gozo de vivir es comunicable.
Poder entregar a los demás esa imagen amable, «poder ofrecer algo valioso en donde los demás nos reconozcan es una necesidad esencial, sin cuya experiencia nuestra dignidad no ha podido valerse desde sí». Esta es la dignidad del trabajo y el sentido de la tarea que nos traemos entre manos.