Ficción / Relatos / Libro de la semana
Cartografía del tiempo ido y del instante presente
«Tiempo curvo en Krems» forma parte de esa literatura que representa la búsqueda que emprende el hombre contemporáneo para alejarse de una vida alienada
anagrama / 112 págs.
Tiempo curvo en Krems
Tiempo curvo en Krems compendia cinco magníficos relatos del célebre germanista octogenario, Claudio Magris (Trieste, 1939), profesor emérito de literatura en la Universidad de Trieste, gran conocedor de la civilización centroeuropea y autor de valiosísimos ensayos, en los que despliega su sabiduría: Utopía y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad; El infinito viajar; La historia no ha terminado; Alfabetos; La literatura es mi venganza, que escribió con Vargas Llosa; y El secreto y no.
Quizá está el lector más familiarizado con sus obras narrativas, pues son numerosas las traducciones al castellano que nos han llegado gracias a la editorial Anagrama: Conjeturas sobre un sable, El Danubio, Otro mar, Microcosmos, A ciegas, Así que Usted comprenderá y No ha lugar a proceder. Disfrutamos ahora, gracias a la traducción de Pilar González Rodríguez, de Tempo curvo a Krems (Garzanti, 2019), una obra en la que el escritor recupera «el murmullo de la vida» que tanto le gusta escuchar, como subrayó Germán Gullón con ocasión de la reciente publicación de Instantáneas (2020).
Con el convencimiento de que el ser humano está llamado a amar y a creer firmemente en algo, sin convertirlo en un absoluto, Claudio Magris nos invita a reflexionar con prosa poética y cautivadora sobre la historia y la memoria, pues la forma de resistir a todo totalitarismo radica en la reivindicación de las mismas, como expuso en Utopía y desencanto. Fiel a esta convicción, teje cinco pequeñas historias que protagonizan unos seres que, desde una avanzada edad, trascienden el momento presente y retornan a un pasado que de manera inevitable sigue formando parte de sus vidas, como revela el relato homónimo que da título al volumen, en el que el autor despliega su erudición sobre una gran amplitud de materias: filosofía y física cuántica, historia y geografía, arquitectura y poesía.
Claudio Magris nos invita a reflexionar con prosa poética y cautivadora sobre la historia y la memoria
Abre la colección «El guardián», delicioso relato de un anciano alemán, originario de una Moravia anterior a la Guerra, cuando aún existía el imperio de los Habsburgo y «era inimaginable que un día pudiera no existir» (14), y que decide abandonar la estabilidad y las rutinas de su solvente posición económica, desviar el curso del río de la vida y levantar una «barricada» (11), para saborear las pequeñas alegrías mientras trabaja como conserje de un edificio señorial de los años cuarenta del que es propietario: «Él se había encontrado de pronto libre, solo curioso y ya no asediado por las cosas; se sacaba de los bolsillos las piedras recogidas durante tantos años y corría por los prados, como en Hannsdorf sin miedo y sin necesidad de nada. Ahora el mundo era un perro que ya no podía morderlo, sino que corría y jugaba con él» (28).
Tiempo físico y metafísico se funden también en «Lecciones de música»; Salman Meierstein, profesor de música de origen judío, mientras visita a uno de sus antiguos alumnos, ahora violinista de reconocido prestigio internacional, rememora su complejo periplo vital desde la recién nacida república polaca de Bilgoraj: el traslado familiar a Trieste a comienzos de la década de los treinta, en pleno fascismo, y, posteriormente, el traslado a Palestina y a América y, otra vez, a Trieste; sobre el trasfondo de la Mitteleuropa, la cuestión judía y la Shoah, el protagonista vaga con mirada lúcida por un mundo que va hacia la deriva y pierde sus fundamentos.
Lectura obligada para quienes saben con san Agustín que el tiempo es «extensión del alma»
Otro minúsculo microcosmos vertebra el relato «El premio», que recoge un escritor retirado, que «se perdía, con su vista miope, en una lejanía incolora» (72); con fascinación poética los espacios, los objetos y las rutinas cotidianas se alzan como recuerdos perdurables de un mundo que las leyes raciales, la guerra o la muerte de los seres queridos han extinguido, sin lograr, eso sí, exterminar la belleza fugaz: «Serra pensó en la vieja torre de Lu, erguida como una bandera sobre el pueblo y en los pájaros de la tarde que le gustaba contemplar cuando, a su hora, volaban alrededor de aquella torre o se elevaban, se adentraban y desaparecían en el cielo oscuro» (78).
Y la Gran Guerra y la posguerra son el marco del relato «Exterior día-Val Rosandra», que protagoniza un veterano de guerra que sigue el rodaje de una película que se rueda en el valle homónimo sobre sus vivencias personales: «Él había atravesado aquel diluvio, el arca destrozada lo había llevado a tierra, pasando por innumerables cadáveres, tierra convertida en un mar de sangre, en el Carso, en Verdún, en Leópolis, tumba de pueblos. Muchos, muchos muertos:. ¿Y por qué yo no?, se preguntaba a menudo (…)» (90).
En torno a este hecho histórico y la representación ficticia cinematográfica y a los versos inmortales, «Gris es el árbol de la ciencia, pero siempre verde es el árbol de la vida» de Doktor Faustus, que él tanto había estudiado, transcurren sus reflexiones sobre el velo espeso que la guerra interpone entre el individuo y la realidad, mientras aspira al encuentro de una verdad, que a veces se muestra esquiva.
Tiempo curvo en Krems forma parte de esa literatura que representa la búsqueda que emprende el hombre contemporáneo para alejarse de una vida alienada, que no ilumina el camino de la vida que ha de recorrer: «Conocer, vivir la verdad. La vida verdadera, auténtica, impregnada de significado; vivida también en el tiempo, en el tiempo iluminado por un valor que no puede ser destruido por nada ni por nadie, ni alterado por la caída de la arena en la clepsidra, al instante invertida y siempre otra vez llena cuando parecía vacía» (62).
Es lectura obligada para quienes saben con san Agustín que el tiempo es «extensión del alma», perciben los ínfimos sonidos de los pájaros y gozan de la íntima relación con el silencio de la naturaleza y con los gestos cotidianos.