Ficción / Novela
En los límites del mundo
Paulina Flores firma un relato maduro sobre los márgenes del ser humano. Una historia de huidas y soledades.
SEIX BARRAL / 357 PÁGS.
Isla decepción
La autora lo tenía fácil. Con un premiado y reconocido libro de relatos a la espalda, y una juventud que sin ser insultante cerca se queda, podía haber continuado por el camino sencillo de su primer libro: relatos cotidianos sobre la clase media baja, con sus medias sombras y pequeños conflictos. Digo sencillo no porque lo sea, sino porque ella ya lo ha caminado y porque es una literatura intimista y social que goza de cierto predicamento en estos días.
Flores, en cambio, decide regar con napalm su zona de confort literario y lanzar una cerilla encendida. Esta su primera novela, Isla decepción, transcurre en gran parte dentro de un barco calamarero donde viven hacinados y en estado de semiesclavitud un grupo variopinto de coreanos, chinos, filipinos y tailandeses. Hombres sin mucho futuro y con un pasado que olvidar que viven durante meses en una cárcel itinerante, aislada en medio del Pacífico. Su misión consiste en pescar calamares, trocearlos y congelarlos para su posterior venta en el mercado internacional.
La violencia, soledad y decaimiento físico del grupo, que apenas puede comunicarse entre sí, están descritos con una distancia perfecta entre el frío documental y el emocional relato interior. ¿Cómo ha podido una joven chilena de clase media recomponer ese mundo tan distante a ella y, diría, a media humanidad? Solo una persona con el músculo narrativo hipertrofiado es capaz de levantar tal edificio. Me vienen a la cabeza algunas novelas mayúsculas de Vargas Llosa, Bolaño y tal vez Muñoz Molina. No estoy equiparando, pero creo que la autora apunta maneras.
Flores decide regar con napalm su zona de confort literario y lanzar una cerilla encendida
El otro hilo argumental tampoco es cómodo de dibujar, sucede en Punta Arenas, la ciudad más meridional del país más meridional del mundo. Un lugar bañado por el estrecho de Magallanes, a las puertas del Ártico. Una tierra casi desolada, con un clima extremo y unos habitantes que parecen manifestaciones humanas del paisaje. Miguel vive allí acompañado únicamente por su perra, hasta que rescata a Lee del mar y se lo lleva a vivir con él. Al poco aparece su hija Marcela. El trío de protagonistas tiene en común la huida física como trasunto del escape emocional, la incomunicación que viene a ser real por la falta de un idioma común pero que refleja otra aún más profunda y la soledad que arrastran o que parece persiguen.
Flores ha señalado la influencia de Carson McCullers en su obra. Uno de los logros de esta escritora (y de muchos escritores goticosureños) es la elevación del escenario a categoría casi de personaje, hasta el punto de que el paisaje tiñe a la trama con un tono y una simbología potentísima. Los dos escenarios mencionados, el barco-factoría y la ciudad de Punta Arenas, tienen esa fuerza atmosférica que domina sobre el resto de los componentes narrativos.
Con gran economía de medios Flores logra hacernos vivir esas dos realidades con de referentes tan ajenos: las planchas de metal que cubren las casas, batidas constantemente por un viento irregular, pero imparable, combinado con los larguísimos días del verano austral se combinan con un barco carcelario, todo óxido, humedad y sudor humano, en cuyos estrechos sótanos se despiezan cefalópodos. Dos lugares marginales en sentido estricto de la palabra, que van a compenetrarse con la vida de los protagonistas.
Una distancia perfecta entre el frío documental y el emocional relato interior
Un aspecto especialmente agudo del libro es la manera con la que comunica la carga ética de la historia. La denuncia aparece al describir las condiciones laborales del barco y la explotación natural del océano (cada vez con menos peces y más calamares debido a la pesca descontrolada). Pero también se atreve con temas menos actuales, como el neocolonialismo chileno sobre los mapuches o el abuso de hombres sobre hombres. Todo así dicho, no muestra el mínimo sesgo: no hay ni moral ni moralina, sino simple exposición de unas historias. Las consecuencias las sacamos nosotros. A mí personalmente ya no me sabe el bocata de calamares igual de bien que antes.
Isla Decepción es un gran libro. No una obra definitiva, pues siendo una novela notable, Flores puede dar mucho más de sí si mantiene el tesón de los grandes escritores y la fidelidad a sí misma. Es una autora a la que hay que seguir. No olvidemos su nombre.