Fundado en 1910

Detalle de portada. «Yo no sé de otras cosas» de Elisa Levi

Ficción / Novela

Yo ya estoy mayor para estas cosas

Lo oral y lo rural marcan el ritmo del segundo libro de Elisa Levi, donde el estilo roba el protagonismo a una historia en la que el lector puede llegar a desubicarse.

Temas de Hoy / 176 págs.

Yo no sé de otras cosas

Elisa Levi

Estrenarse como reseñista en un periódico con una crítica no-positiva es, en estos tiempos de opiniones «bienqueda», un acto tan punki como ir a los toros, tomar el café con azúcar blanco o declararse mourinhista.

Yo no sé de otras cosas es la segunda novela de Elisa Levi (Madrid, 1994). Su protagonista es Lea, una chica de diecinueve años que vive en un pueblo sin nombre en el que todos se han convencido de que cuando acabe el año va a llegar el fin del mundo. Además, Lea tiene una hermana mayor que casi podría ser pequeña, porque Nora lleva desde que nació sin hacer nada más que babear, comer y etcétera. Sin duda, es este un argumento interesante que despierta nuestra curiosidad.

Un sobreesfuerzo

Es entonces cuando entra en escena el estilo, esa mano narrativa tan presente que termina por quitarle el puesto de protagonista a Lea. Escrito en primera persona y dialogando con un hombre que espera el regreso de su perro a la entrada de un bosque, en el libro se intercalan, de principio a fin, constantes alusiones a ese señor que escucha paciente y sin abrir la boca la historia que aquella chica se ha propuesto contarle.

Yo ya tengo algo de experiencia en la escritura que emula la oralidad y ya he librado más de una batalla en su defensa por culpa —y gracias a— Feria. Yo ya venía entrenada en la ausencia de comas, las frases largas y los enunciados coordinados capaces de agotar al lector más veterano. Pero este libro y yo no hemos terminado de entendernos.

«¿A usted nunca le ha pasado que la vida se le enreda? Pues a mí la vida se me ha enredado, se me ha hecho un nudo que no sé cómo deshacer», le cuenta Lea al señor. Y si con ese nudo y ese enredo se refiere al propio recontar su historia, entonces yo no habría sabido expresar mejor tal sensación.

Con un ritmo que deja sin aliento y que martillea incesantemente hasta la última página del libro, la prosa de Levi resulta demasiado consciente de sí misma, algo que, si bien es cierto que al principio captó mi atención, a medida que avanzaba sentí que jugaba en su contra, ya que impedía ver más allá de ella, creerse el relato y empatizar con los tormentos de Lea, que no son pocos y que me habría encantado compartir. De eso trata la literatura.

Así, entender su historia requiere un sobreesfuerzo y puede que yo me haya cruzado con este libro en un momento demasiado perezoso de mi vida, o quizás lo que pasa es que estoy ya mayor para estas cosas (de hecho, la autora es dos años menor que yo. Esta frase la escribo con los dedos cargados de envidia).

La prosa de Levi resulta demasiado consciente de sí misma

Sin embargo, sobre historias modernas de chicas luciendo marcado estilo narrativo yo ya había leído algo, y en aquellas ocasiones me gustaron mucho y hasta muchísimo. Sin ir más lejos, Vozdevieja, de otra Elisa (Elisa Victoria); Panza de burro, de Andrea Abreu; o el ya citado Feria, de Ana Iris Simón. Lo que quiero decir es que creo que podemos descartar que este libro no me haya entusiasmado porque su estilo moderno y rural (este oxímoron es posible y cada día más) me haya supuesto un choque contra todo lo hasta ahora conocido, sino que durante su lectura he sentido que esa voz narradora tan presente podría haber pasado más desapercibida sin que eso perjudicara al conjunto de la obra, porque lo que en realidad se conseguía era que se llevase toda la atención. En definitiva, que tantos árboles no nos estaban permitiendo adentrarnos en ese bosque al que Lea tanto teme, en esa historia que nos quiere contar.

Y es aquí cuando alguien podría pensar: ¿Y no será que el problema eres tú, que no has sabido ver más allá del estilo? Pues es perfectamente posible. El otro día comentaba en Twitter que soy incapaz de leer un libro sin prestar atención a los mecanismos que le han dado forma, al artificio que se esconde en la escritura. Me respondieron que solo cuando una obra está excelentemente escrita ocurre que no se advierte el truco, y es entonces cuando una puede relajarse y disfrutar de su lectura. Los cabos están aquí y solo hay que atarlos, pero sin que nadie se ofenda ni enfade: Elisa Levi es muy joven y su carrera, muy prometedora.

Me hago cargo de que puede que yo no haya sabido ubicarme del todo bien con este libro, porque una, por deformación profesional, no sabe de otras cosas más allá del corregir y el editar. Quien eche un rápido vistazo por las redes sociales verá que el libro ha tenido buena recepción y así lo atestigua la faja que acompaña a su segunda edición en menos de dos meses.

Una autora joven con una historia interesante, un estilo peculiar y una ocasión perfecta para llevarme a mí la contraria. Quizás merezca la pena acercarse a la librería más cercana para después venir a explicarme que en realidad, lo que me pasa, es que yo no sé de nada.