Fundado en 1910

Detalle de la portada «Aquitania» de Rafael Morales

Poesía 

Versos como marcas de agua

Poesía serena ante el desgarro de la muerte de Rafael Morales, un poeta interior y de la interioridad.

la discreta / 60 pags.

Aquitania

Rafael Morales

Rafael Morales es un poeta interior y de la interioridad. Lejos de él quedan las farsas de libros en que tantos autores disfrazan la vacuidad de su talento con artificios y eslóganes, y engrosan sus currículos versificadores a fuerza de multiplicar en líneas cortas puñados de frases y de tópicos.

Los libros de Morales apenas velan las huellas de haber crecido entre quienes conformaron una nueva edad de oro en la poesía española, tras la Guerra Civil. Retraído, tal vez, por la conciencia de la lucidez ajena y de la valía de su antecesor en el nombre; o cohibido, quizás, por la autoexigencia aneja a todo profesor de literatura especializado, no publicó Canzoni di deriva hasta 2006, ni Climas hasta 2014, uno y otro libro reeditados en Manual de nocturnos (2017).

Aquitania, la nueva entrega, abre ante el lector el abanico de enigmas propio del escritor pudoroso, que se expresa con comedimiento y se comunica con cautela. Así, solo quien, intrigado, se esfuerza por descubrir señales a través de las imágenes, llega a sus fuentes o al menos las atisba. Aquitania… ¿la región desaparecida en 2015? ¿Es un libro sobre disolución o vida destruida?

El lector se guía partiendo de las omisiones, de lo no dicho, igual que en la poesía del silencio. Como José Ángel Valente, Morales sugiere estados emocionales mediante paisajes y hechos cotidianos. Enlaza también con la época más simbolista y más desnuda de Juan Ramón Jiménez; brega con los pronombres de Salinas: «ayeres desligados en el sobre lacrado / de pronombres vacíos / o un silencio escarbando / por tu esfinge / palabras» (pág. 30). Incluso tiende la mano a Aleixandre para pedirle prestada su conjunción «o» no disyuntiva, sino identificativa, «Esa tarde o un nombre / irrescatable» (pág. 44), «Un pañuelo de sol / sobre la charca / braceando en su insomnio / se licúa o desangra» (pág. 27). Con Antonio Machado, replica en «álamos de otoño» los suyos de Campos de Castilla; hereda de Luis Rosales La casa encendida. Se alinea entre los partidarios del ritmo interior y asonante.

«Aquitania» abre ante el lector el abanico de enigmas propio del escritor pudoroso, que se expresa con comedimiento y se comunica con cautela

En conjunto, el mucho saber de los versos de otros desengalana el poemario al autor, que parece apuntar a los demás poetas para exhibir su derecho a la austeridad verbal; una austeridad luctuosa, en consonancia con el sentimiento de pérdida que despoja de voces y de savia: «vacío está el arcón bajo la lluvia» (pág. 28), «el cuerpo desnutrido de unas barcas» (pág. 56). Así, azuza bajo el jeroglífico de títulos, metáforas y analogías la nostalgia de seres cuya pervivencia se mide por el hueco que dejaron: «Todo es talud / y es ausencia, / un desvenado resol / que ya no sirve» (pág. 39), cuando «Ni el azahar perfuma ni abanica el aire» (pág. 47) y el yo poético, se siente «baldío», «varado», «consumido», y reflejado en esos frutos que «ya no quieren crecer» (pág. 28).

Morales vierte con sumo tiento sus palabras, como quien susurra, como quien palpa y soporta el peso de ese arsenal de cosas dichas, repetida y redundantemente dichas; palabras que han explotado de tanto recitarse y por eso se han quedado rotas y vacías, «los tropos / demasiado batidos por las muelas del río» (pág. 40). Y el yo poético, tras arrancársele las compañías más íntimas, desangelado de verbos, apenas nombra y apenas calla: «Asomado al balcón la salina / de un tenor vaciado / sin melodía / canta» (pág. 37); «Asomado al pretil / (…) pensamientos sin nombre / desvenados / o esa puerta / de aire: / un vano y un espacio» (pág. 42).

Morales azuza bajo el jeroglífico de títulos, metáforas y analogías la nostalgia de seres cuya pervivencia se mide por el hueco que dejaron

El decoro impone reserva, contención y serenidad ante los desarraigos y extirpaciones sobrevenidos, y solo se insinúa la desazón y una congoja reciamente domeñada, tenue, aunque constantemente, página a página, en el permanente uso de derivados precedidos del prefijo «des»: como gotas de una llovizna o sirimiri pertinaz, se diseminan los sustantivos destejidos, desteñidos, desprendidos, desnutridos, desvenados, desligados, descosidos, desterrados, desprendidos, desvividos, desvestidos, desvenados, desalentados, desgarbados, desvenados, desprovistos, desnutridos…

La mirada ahonda entonces en cómo todo se deshace, igual que las nubes se deshilachan, «aéreos transeúntes» que «aún conservan su nada por decir» (pág. 21). Los versos se suceden ebrios de memoria (pág. 22), en «la taberna de los pensamientos» (pág. 23), sumando equívocos en «la cantina de los pensamientos» (pág. 35). Los recuerdos, como esos «Inquietantes buriles pensativos» que «minuciosos socavan» (pág. 29), se deslíen, igual que los «desteñidos afiches» (pág. 22), «el ocre gastado de las páginas» (pág. 42) y el «ajado fuelle» (pág. 24). Otras veces, «centinelas dormidos, / ni alumbran / el aire enmohecido / en la memoria» (pág. 34).

Los versos de Aquitania son como las marcas de agua, imagen empleada en un poema así llamado (pág. 43): a un tiempo protegen e identifican, y revelan… levemente.