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«Azaña, el mito sin máscaras» de José María Marco

Detalle de portada de «Azaña, el mito sin máscaras» de José María Marco

Ensayo / Historia

Azaña, la evolución del mito desde los setenta hasta hoy

La relectura de Manuel Azaña realizada por José María Marco tiene varios alicientes. El principal es explicar la evolución del mito desde los años setenta hasta hoy.

«Azaña, el mito sin máscaras» de José María Marco

encuentro / 356 págs.

Azaña, el mito sin máscaras

José María Marco

«Desde la guerra de 1914, oleadas de barbarie y violencia sumergen a Europa». Hace años inicié un ensayo sobre España en el periodo de entreguerras con esta frase de La velada de Benicarló. Manuel Azaña quería subrayar —y yo con él— la Primera Guerra Mundial como Rubicón, desde el cual la espiral de conflictos políticos y sociales no había hecho más que crecer. Me resultó una versión local, aunque tardía, de los planteamientos que encontré en Stefan Zweig, Joseph Roth y Sandor Marai.

El Presidente de la República tiene una gran ventaja sobre sus coetáneos: sus obras, diarios y discursos han permitido múltiples lecturas y acotaciones, como la mía, a propósito del tiempo que le tocó vivir. Sus obras son reeditadas permanentemente. Pero su dimensión literaria, como señala Marco, es inseparable de su visión política: «Azaña escribe toda su obra literaria como una reflexión sobre el significado de su acción y su proyecto políticos». Ahí, que duda cabe, reside parte de su prestigio, pues ni Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro, ni Lerroux, ni Martínez Barrio, ni Negrín tienen esa potencia a la hora de reflexionar sobre el personaje.

Con Azaña sucede un fenómeno curioso: es raro que sus intérpretes escriban sobre él una sola vez. Tanto el difunto Santos Juliá, como Ángeles Egido León y ahora José María Marco —los tres más notables— lo han revisitado, porque interpretarlo sigue siendo una tarea compleja.

La relectura de Manuel Azaña realizada por José María Marco tiene varios alicientes. El principal es explicar la evolución del mito desde los años setenta hasta hoy. La naciente monarquía parlamentaria trató de incorporar lo que representaba durante el periodo constituyente. El encuentro entre los reyes y la viuda de expresidente en México en 1978 sería el punto de partida de ese esfuerzo, que han continuado las derechas hasta el presente. Precisamente Marcelino Oreja recuperó esa misma anécdota hace unos días en la presentación de Europa, vocación y destino de España, confirmando esta interpretación. El último Azaña, el del discurso de «Paz, piedad y perdón» y el de la citada La velada de Benicarló, encajaría perfectamente en la recreación moderada del personaje y en el discurso superador de la guerra civil que ha querido representar la generación de la Transición.

El libro de Marco requiere un lector adulto, formado y maduro. No esconde temas.

En Azaña se quería y se quiere resumir la versión moderada de la democracia republicana. Ahí está lo fundamental del mito. Porque en el Azaña jefe de Gobierno y Presidente de la República, «la República prevalece sobre la democracia y esta sólo es válida si respalda la República y, más exactamente, la República de los republicanos, la República del propio Azaña». Como también escribe Marco, «la relación entre República y democracia es más complicada de lo que a primera vista puede parecer».

Pero esta no sería la única lectura de Azaña, ni siquiera la dominante en la actualidad. Según Marco el punto de inflexión sucedió con el gobierno de Rodríguez Zapatero. Desde su Ley de Memoria Histórica ha prevalecido la reivindicación de la República por su atractivo revolucionario, «como un experimento impecablemente democrático», poniendo a prueba el mito fundador de la Transición. Retrato de un desconocido de Cipriano Rivas, acaba de publicarse con un prólogo del expresidente, donde puede verse este uso político de su personalidad. Para confrontar esos planteamientos del PSOE del siglo XXI se han empleado los propios discursos del último Azaña, aunque se olvida toda su obra entre 1930 y 1936. En el fondo, esta otra reivindicación de Azaña habría revelado que sería un símbolo imposible del régimen del 78, «Y cuanto más se insiste en su figura, peor será».

Detrás del personaje quedaría el vacío, como ha escrito en otras ocasiones Marco, pues la ambición de Azaña fue precisamente la de construir este personaje a lo largo de toda su vida. El colofón de ese esfuerzo estético serían sus Memorias.

El libro de Marco requiere un lector adulto, formado y maduro. No esconde temas. Y precisamente por ello es fácil discrepar con él. En mi caso, no llego a interpretar a Azaña como a un antimoderno, seguidor de Barrès, como hace en su última parte. La huella de este controvertido escritor francés es visible en España desde finales del siglo XIX, primero entre las minorías más avanzadas y más tardíamente entre las reaccionarias. El propio Azaña acogió su influencia literaria, pero rechazó la política —la del último Barrès—, hasta escribir «acoto en la sensibilidad de Maurice Barrès aquella zona más irritada donde hierve su fanatismo. 

Gusto poco —por no decir que lo aborrezco— de este Barrès sectario, agitador y proselitista, voluntariamente obcecado por la pasión nacional». Barrès no deja de ser otra figura con múltiples matices, como Azaña. De ahí su multipertenecia, que diría Dosse. 

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