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Detalle de portada de «La explosión de la soledad» de Erik Varden

Detalle de portada de «La explosión de la soledad» de Erik Varden

No ficción / Ensayo

De la soledad a la comunión, un itinerario para nuestra memoria

El éxito del libro de Erik Varden, monje trapense y actual obispo de Trondheim (Noruega), refleja que una sociedad desencantada puede ser todavía sensible al mensaje de la humildad y el anhelo de plenitud

Detalle de portada de «La explosión de la soledad» de Erik Varden

monte carmelo / 178 págs.

La explosión de la soledad

Erik Varden

En una entrevista reciente Erik Varden ofrecía un titular inolvidable: «Siempre recuerdo este consejo: no te dejes fascinar por el mal». No otra cosa pretende su libro La explosión de la soledad. En él conecta la experiencia de su memoria personal, que le condujo desde un inquieto agnosticismo adolescente a la profesión monástica en la abadía de Mount Saint Bernard (Leicestershire), con las preguntas permanentes que el ser humano sigue planteándose sobre el mal en el mundo, el sentido de la existencia y la razón de una esperanza que no confíe en las fuerzas de sus disfraces más comunes (política, economía, ciencia…).

Aunque no aparezca entre las figuras con las que dialoga en estas páginas -de la ermitaña santa María Egipciaca al novelista ruso-francés Andreï Makine-, parecería como si al fondo de la argumentación de Varden planease el intento de responder a la tesis más provocativa del personaje de Dostoievski Iván Karamázov: «Observa que no es a Dios a quien rechazo, sino la Creación; esto y solo esto es lo que me niego a aceptar».

Varden propone un recorrido sobre la memoria cristiana que profundice el camino entre la moral y la escatología o entre las exigencias de la justicia y la gracia de la misericordia. Dicho de otra manera: entre la necesidad y la libertad; entre la Creación y la Redención. No es accidental que en alguna de sus homilías Varden haya querido presentar como modelo para el hombre contemporáneo a Jesucristo que, entre la majestad del Pantócrator que juzga y la mansedumbre de la Víctima que sufre por los hombres, no deja de hablarle como a un amigo y no como a un siervo (Jn 15,15).

Varden propone un recorrido sobre la memoria cristiana que profundice el camino entre la moral y la escatología

Con razón es preciso resaltar la reflexión que plantea Varden durante el primer capítulo del libro titulado «Recuerda que eres polvo». A diferencia del resto de las criaturas, el ser humano no es creado de la nada, sino que es modelada por Dios a su imagen y semejanza a partir de la arcilla terrena (del humus). Entre Dios y la nada el ser del hombre es una tensión que no deja de vibrar. En su finitud resplandece el aliento divino de la eternidad.

Por todo ello, no es posible comprender a fondo el sentido de este libro si no se va observando el ritmo interno que guía su exposición. El imperativo de recordar, que caracteriza la tradición bíblica entera y que en el libro se condensa en las citas que dan título a cada uno de sus seis capítulos, es indisociable del recorrido por la historia de la salvación que cada uno debe trazar en su vida, del Génesis a Pentecostés. Entre el aquí y el allí, entre el ayer y el mañana, el presente va tejiendo su sentido más hondo, no como un simple recordatorio o conmemoración, sino como una auténtica anamnesis. Es preciso cuidarse de la tentación del olvido del Señor en busca de una memoria purificada.

Así, el dolor y la injusticia no desaparecen ni se pierden. Habrán quedado grabados en la memoria como las cicatrices en la espalda de aquel campesino noruego torturado por los nazis, cuya imagen había impresionado la imaginación de Varden en su infancia. No es el grito espantado lo definitivo.

Un soplo de aire fresco para sociedades como la nuestra, tan desencantadas como deslumbradas por espejismos

En el itinerario propuesto el ser humano reconoce el polvo del que está hecho (Adán) porque está llamado a salir de sí en un éxodo que no olvida que fue forastero (Moisés). Sin mirar atrás con desesperanza (mujer de Lot), es capaz de hacer memoria del perdón que lo reconcilia consigo y con los demás (Eucaristía). Es posible luego esperar un Consolador que nos vaya recordando el dinamismo de esta cumplida revelación.

Simone Weil aseguraba que «en medio del horror [el hombre] puede mantener su voluntad de amar», pero «hay que saber que el amor es una orientación y no un estado del alma». Así, según Weil, cabe entender que «el pecado no es una distancia, sino una mala orientación de la mirada». En este sentido el último capítulo del libro de Varden supone una invitación a redirigir la mirada hacia nuestro origen más auténtico. Desde la autosuficiencia del deseo estamos llamados a abrirnos a la confianza de un anhelo que nos atrae hacia su objeto. Somos redimidos en tanto que recuperamos la promesa por la que Dios nos confió el aliento de vida: «Estar creados a imagen de Dios -ser humanos- es portar en lo hondo del ser de cada uno el anhelo que desea trascender los límites de la naturaleza humana para participar de la vida divina». En esta aspiración respira nuestro destino.

El libro de Erik Varden es un soplo de aire fresco para sociedades como la nuestra, tan desencantadas como deslumbradas por espejismos. Se atreve a recordarnos que nuestra fragilidad no es una maldición que quepa superar, sino un rayo de alegría que no será en vano.

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