La controvertida elección de Almudena Grandes como hija predilecta para salvar unos presupuestos
Nadie duda de que Almudena Grandes era una muy buena escritora. Pero reconozcamos que el arte no libra del error y, en muchas ocasiones, le perdía la boca desde su tribuna mediática
A propósito de la traída y llevada predilección de Madrid por tener –o no– de hija a la escritora Almudena Grandes, hay que recordar que un ayuntamiento concede, o debería conceder este honor a alguien que en vida haya destacado de forma extraordinaria por sus cualidades o méritos personales; o servicios prestados en beneficio y honor de la comunidad en el ámbito público. Y se comprende que estos méritos prestados y estas cualidades deben redundar en la comunidad, haciendo que esta sea un lugar donde la concordia prime por encima de las apreciaciones subjetivas, tantas veces equivocadas e interesadas.
La escritora y sus gruesas opiniones
Nadie duda, si la ha leído, de que Almudena Grandes era una muy buena escritora. Pero, reconozcamos, que el arte no libra del error, y en muchas ocasiones le perdía la boca, y perdía las formas cuando se le calentaba el paladar tratando de glosar su animadversión hacia una ideología que no fuera la suya. Su columna en El País era el reflejo de una amargura intelectual y de un constante posicionamiento contra el fantasma de la ultraderecha, como si en España estuviéramos a las puertas de la batalla de Leningrado o no hubieran pasado setenta años desde el fin de nuestra guerra.
La escritora era aficionada al comentario despectivo y a la ridiculización de la derecha y sus votantes; siempre desde la superioridad de quien se cree beatíficamente bueno y en el lado correcto de la historia. Desde su tribuna mediática, profería constantes ataques a la derecha aludiendo a una democracia lastrada desde su origen por un Partido Popular que, según ella, «era el único partido de la derecha europea que conserva vínculos con un partido fascista».
Usar a la escritora para fines políticos
Desde el triste fallecimiento de la escritora, sus lectores de literatura y prensa; esos lectores que para ella eran su libertad y su razón de ser, no han querido o no han sabido llorar su temprana muerte. Y siguen sin comprender que no hay peor respeto a la memoria de la fallecida, que usar sentimentalmente esta circunstancia para endurecer la batalla dialéctica entre bandos ideológicos y para confrontar a los ciudadanos, convirtiendo a la autora en arma arrojadiza de una sórdida polarización acultural; polarización que siempre es sectarismo, y que para imponer su pensamiento, no suele usar el diálogo, sino el moralismo ventajista de cualquiera que le dé la razón.
Un resentimiento anacrónico
Almudena Grandes era, probablemente sin saberlo, el claro reflejo de un resentimiento anacrónico en la España del siglo XXI, que debería haber trascendido ya la dialéctica de vencedores o vencidos. Sin embargo, para la posteridad, como el fanatismo no respeta ni la belleza ni el dolor, quedará en la memoria de media España, no su obra literaria o su compromiso con la literatura, sino la burda ofensa a aquellos que no pensaban como ella, como en esa ocasión en la que frívolamente, y en la víspera del Día de la Violencia de género descontextualizaba unas palabras de la madre Maravillas, la gran santa carmelita, e imaginaba su violación:
«Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta. Parece un contrato sadomasoquista, pero es un consejo de la madre Maravillas. ¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y –¡mmm!– sudorosos?».