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Entrada triunfal de Victoria Atencia en el Olimpo

La publicación de la poesía completa de Victoria Atencia en la colección «Letras Hispánicas» de la editorial Cátedra supone su reconocimiento como clásico indiscutible.

Una luz imprevista. Poesía completa de María Victoria Atencia

cátedra / 568 págs.

Una luz imprevista. Poesía completa

María Victoria Atencia

La vida de María Victoria Atencia (Málaga, 28 de noviembre de 1931) ha estado y está consagrada a la poesía, incluso en sus periodos de silencio creativo (quince años, entre 1961 y 1976) y habiendo sido madre de familia numerosa. La poesía le ha devuelto tanta dedicación entregándosele del todo. Ha disfrutado del aprecio de los poetas, que son los primeros lectores de poesía y los más exigentes. También de un círculo fiel de lectores iniciados. Sus numerosos títulos han encontrado editoriales cuidadas y exquisitas. Ha recibido premios y distinciones, entre ellos, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de 2014.

Ahora la edición de Cátedra en su prestigiosa colección «Letras Hispánicas» culmina su reconocimiento como clásico. Rocío Badía Fumaz, que ha estado a cargo del volumen, acompaña sus poemas con un gran trabajo filológico, ofreciendo un estudio completo, unas notas y unos comentarios atinados, una bibliografía exhaustiva y un útil catálogo de las variaciones y correcciones.

Sus versos siguen con un pie en cada orilla: la cultura y el sentimiento, la mesura y la pasión, la cita y la confidencia, la vaga narratividad y el acendrado misterio.

Nada de eso entorpece o encorseta a la poesía. María Victoria se abre camino a través de la edición más filológica. Ofrece al lector el mismo empaque fresco en esta obra completa que en las primeras ediciones. Como la poesía de Atencia tiene tantas resonancias clásicas, un peligro podría haber sido que el mármol pesase más que la carne y todo quedase algo frío en estas páginas tan solemnes. No sucede. 

Sus versos siguen con un pie en cada orilla: la cultura y el sentimiento, la mesura y la pasión, la cita y la confidencia, la vaga narratividad y el acendrado misterio. Lo dice ella misma: «Mármoles y naranjos, el rumor de una abeja/ y un silencio tan solo comparable al momento/ en que van a cruzarse dos predestinaciones».

Esa capacidad de estar en ambos sitios a la vez es la característica esencial de María Victoria Atencia. Su obra trae a la memoria un éxtasis de Bernini, para decirlo rápido. Junto al hecho de que pocos poetas tienen tanto verso. Esto es, tanta capacidad para lograr que la frase suene, fluya, signifique, evoque y se quede en la memoria. Yo diría que aúna —de nuevoؙ— dos características aparentemente contradictorias: densidad de palabra y gracilidad de verso. 

Sus alejandrinos sueltos y fragmentos, que parecen pecios de un mundo perdido

Hay cientos de ejemplos en su obra completa: «Tiemblo a veces sin son, y otras porque comprendo»; «Es tiempo de aprender a morir poco a poco»; «Prenderme el desamor como un collar de escarcha»; «una lágrima puede / comprometer el curso de las constelaciones»; «me suspenden las aves que cruzan en silencio»; «en especie se cobra Venecia su hermosura»; «Recógete, alma mía. Es sólo la belleza / que viene y tiñe el cielo y te deslumbra y pasa»; «Los cipreses se alzan»; etc.

Ha sido considerada por Juan Antonio González Iglesias como la Emily Dickinson española. Es una comparación atinadísima. Remite a esa inmensa capacidad evocativa en poemas muy cortos, gracias a un mundo interior más grande por dentro que por fuera. Quizá por la sugerencia constante de sus alejandrinos sueltos y fragmentos, que parecen pecios de un mundo perdido, yo añadiría una reminiscencia de Safo.

Lo que no obsta influencias diversas, de ida y vuelta; y, además, profundamente contemporáneas. La ha leído y ha leído a los novísimos. Y también por otros más figurativos. Su cadencia se deja sentir en Francisco Bejarano. Tiene un poema dedicado al conde Drácula que trae a la memoria a Luis Alberto de Cuenca, aunque, si se mira en el espejo, sólo se ve la delicada sensualidad femenina de María Victoria Atencia.

Que entre todas las ambivalencias que hemos citado no se nos olvide señalar, precisamente, la de la sensualidad y la maternidad. Véase el poema «La madre de Héctor»: «Por esa ley antigua que obliga a los amantes/ a sucederse en otras y otras generaciones / yo misma a un joven héroe di vida en mis entrañas./ […]/ Se hacía transparente su rostro sobre el mío/ y él me daba nobleza, belleza, plenitud. // Incendio tras incendio, el cuerpo prevalece». Ni la que existe entre la trascendencia y la frivolidad: «He de mudar de adentro / hacia fuera la piel en la zozobra misma, / y cruzar la estación, o cambiar de perfume».

Junto a sus prodigiosas dotes evocación, las de observación. Cuando más abandonados nos sentimos en el ensueño, nos devuelve con un golpe de luz imprevista a la realidad. El aroma de la datura «prosigue… ya en la senda del tacto», observa (huele (toca)). Tiene el don de los pequeños detalles, como, cuando al mirar una vela, apunta: «El pabilo se agobia en la cera fundida».

Como involuntariamente ha ido haciendo esta reseña, su obra completa es una invitación a la antología personal: Atencia al atisbo. Pero su poesía tiene tal poder de resonancia personal y se deja leer tan bien entreabierta, que lo ideal es la antología intransferible de cada lector, para lo que esta edición es la herramienta inmejorable. 

Todas resultarán muy diferentes, pero en ninguna faltaría el poema «Marta y María» y su defensa de la contemplación a la luz del amor… Atencia es una estupenda poeta religiosa, con una serie de poemas marianos excelente recogida en el libro Trances de Nuestra Señora (1986) o «Los vencejos», con los que podemos dejar revoleando por encima de estas líneas su belleza: «Cuando alcen los vencejos, cenital, su desorden/ y la tarde se ponga, de tan insoportable- / mente bella, del color de la lluvia, / dale a la desmemoria su espacio suficiente, y olvida / el descanso de ti, y olvídate de ti, y olvídame, / y ve con ellos, vete con la tarde».

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