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Detale de portada de «Bajo la sombra del Vesubio» de Daisy DunnSiruela

«Bajo la sombra del Vesubio»: vida del hombre que resultó ser dos

La autora británica Daisy Dunn firma una amenísima biografía sobre los Plinios, el Viejo y el Joven, dos prohombres de la Antigüedad clásica

siruela / 344 págs.

Bajo la sombra del Vesubio

Daisy Dunn

Daisy Dunn afirma que durante mucho tiempo se creyó que Plinio «el Viejo» y Plinio «el Joven» eran la misma persona. Unos asombrosos hallazgos en los siglos XV y XVI permitieron diferenciar al tío y padre adoptivo, conocido como «el Viejo», del sobrino, llamado «el Joven». La autora reconstruye sus biografías, salpicadas detalles sensacionales, en Bajo la sombra del Vesubio: Vida de Plinio.

Plinio el Viejo desarrolló una notoria carrera militar y ostentó el puesto de almirante en la flota del Tirreno. Su Historia Natural, una protoenciclopedia de más de 20.000 entradas que él mismo describió como un «trabajo erudito y lleno de materia, tan variado como la vida misma», le valió la consideración de hombre más sabio de su tiempo. Su sobrino, Plinio el Joven, fue funcionario, además de abogado y escritor. 

A pesar de ser, como su tío, un varón docto y laborioso como una abeja, no fue capaz de engendrar la gran obra histórica con la que pensaba pasar a la posteridad. Fueron sus discursos ante el Senado y, sobre todo, sus cartas, las que le hicieron inmortal: además de revelar su atrayente (y algo ególatra) personalidad suponen una fuente insustituible de conocimiento sobre la Roma Antigua.

La erupción del Vesubio

El comienzo de Bajo la sombra del Vesubio quita el aliento: arranca con la erupción volcánica que un funesto día del año 79 d.C. sepultó las villas de Pompeya y Herculano, convirtiendo las fértiles laderas de la Campania perivisubiana en túmulos de lava endurecida. Gran parte de estas dos ciudades cayeron en el olvido hasta que fueron descubiertas, excavadas y desenterradas en el siglo XVIII por los pinceles y picos de hombres como el español Roque Joaquín de Alcubierre (1702-1780), a los que la autora no deja de recordar en su ensayo.

Los pormenores de la erupción los conocemos gracias a Plinio –«el Joven» (Como, 62 d.C. - Bitinia, 113 d.C.)–, que refirió el suceso en una carta escrita años después por requerimiento de su íntimo amigo Tácito. Plinio data el comienzo del fenómeno el 24 de agosto del 79. Por aquel entonces él era un joven de diecisiete años que pasaba sus días en Miseno, junto a su familia, leyendo a Tito Livio. Su madre fue la primera en avistar una extraña nube «cuya forma recordaba más a un pino que a ningún otro árbol». Como apunta Dunn, por aquel entonces el Vesubio no era considerado un volcán con posibilidades de erupcionar, lo que en un primer momento impidió identificar el origen de aquel enorme penacho de humo negro.

En Miseno también se encontraba el tío del muchacho, el naturalista Plinio el Viejo. Creyó que la portentosa erupción del Vesubio –al que creía un monte– era algo que merecía ser contemplado de cerca. Si bien en un primer momento se aproximó al fenómeno ad maiorem scientiae gloriam, después –tras recibir noticias de un familiar que temía por su vida– lo hizo para socorrer a sus compatriotas

La lluvia de ceniza, piedra pómez y cantos incandescentes que caía sobre él y sus hombres no les impidió atracar en Estabia, una ciudad portuaria al sur de Pompeya. La situación empeoró con las horas y para cuando quiso escapar, Plinio el Viejo sucumbió a una nube piroclástica. Modelo insuperable de heroísmo y sobriedad, murió asfixiado durante el amanecer que siguió «a la noche más negra y más densa que todas las noches que hubieran existido».

Vida de Plinio

Plinio el Joven, el verdadero protagonista de la obra, nació bajo la dinastía Julia Claudia, maduró con la dinastía Flavia y llegó a lo más alto con Trajano, con quien intercambió más de un centenar de cartas mientras lo representaba en la provincia de Bitinia, al norte de la actual Turquía. Su cursus honorum comprendió del cargo senatorial al consulado. Se podría decir que fue un hombre afortunado: tuvo amigos –Tácito y Marcial–; disfrutó del agrado de los hombres y del amor de las mujeres; fue un hombre rico –poseía varias villas distribuidas por diversos lugares de Italia y quinientos esclavos–, y se libró de la delación, el destierro o la ejecución durante gobierno de Domiciano. 

En cierto sentido devolvió parte de lo que la vida le dio: patrocinó la carrera de su amigo Suetonio e hizo numerosas donaciones a su Como natal, que permitieron, entre otras cosas, el establecimiento de una biblioteca. Muchos de los hechos que refiere en sus cartas parecen anejos a la felicidad, pero también tuvo pesares, como el remordimiento que le persiguió toda su vida por su inacción ante la condena de varios filósofos estoicos. El tratamiento que le dio a los cristianos en Bitinia, a los que obligó a abjurar de sus creencias y adorar a una imagen del emperador bajo «amenaza de suplicio», no le perturbó tanto, aunque consultó a Trajano qué castigo debía aplicar para no excederse.

Dunn, filóloga e historiadora del arte, nos guía de forma magistral por la vida de los dos Plinios, sumergiéndonos en el incomparable escenario de la orgullosa, vigorosa y cruel Roma del primer siglo del Imperio.