«La conducta de los pájaros». Sospecha por asombro
Jennifer Ackerman ofrece una obra repleta de datos sorprendentes sobre la ingente colección de asombrosas acciones de los pájaros. Sin embargo, la obra queda oscurecida por la perspectiva de género y una serie de observaciones informales convertidas en conclusiones científicas
Ariel / 486 págs.
La conducta de los pájaros
En la literatura de divulgación de la naturaleza uno tiene sus favoritos. No puedo dejar de hablar de el librito de Rachel Carson El sentido del asombro (reeditado hace poco en Ediciones Encuentro con ilustraciones de Andrea Reyes) donde cuenta cómo acompaña a su sobrina «redescubriendo con ella la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos».
Y tampoco me puedo olvidar de los tres volúmenes del Diccionario Aceytuno de Mónica Fernández-Aceytuno (Las 104 palabras mas hermosas de la Naturaleza, Las 104 palabras mas curiosas de la Naturaleza, y Las 104 palabras de los colores de la Naturaleza), en los que une magistralmente etimología, descripción y admiración. Tanto Carson como Fernández-Aceytuno generan en sus lectores un afecto por lo que cuentan y cómo lo cuentan.
Llego entonces a La conducta de los pájaros. Una mirada a sus comportamientos más intrigantes con conocimiento del éxito que obtuvo Jennifer Ackerman con su anterior El ingenio de los pájaros. Su título original es The Bird Way: A New Look at How Birds Talk, Work, Play, Parent, and Think, que quizá es menos llamativo pero sí más descriptive, porque Ackerman divide el libro en el habla, el trabajo, el juego, el amor y la crianza. Todo ellos en tapa dura –lo que permite que sea un libro de consulta habitual durante mucho tiempo–, 486 páginas –de las cuales 26 son de bibliografía y en cada apartado sin innumerables las citas a otros autores–, además de un utilísimo glosario alfabético de especies y términos. Porque estamos ante una obra de las que permite una lectura a saltos, avanzando o volviendo sobre páginas anteriores, y no necesita una lectura entera de corrido.
Lo de los comportamientos más intrigantes lo cumple verdaderamente. Porque lo llamativo del libro es la ingente colección de acciones asombrosas de los pájaros, como los halcones de fuego que provocan un incendio (cogiendo una rama de un incendio previo y soltándola en un lugar con hierba seca) para cazar a los pequeños roedores que huyen de las llamas; la habilidad de cornejas y gaviotas para acosar a sus depredadores y librarse de ellos (utilizando su vómito con certera puntería, misma táctica de los zorzales reales «que disparan desde otro orificio»); la variedad de cantos y tonos; lo juguetones que son los keas, incluso con los propios ornitólogos; la forma que tiene la cacatúa enlutada que se hace con un palo a modo de baqueta, y que prepara con mimo, para exhibirse y llamar la atención; o la cría cooperativa de especies como los carpinteros belloteros o los azulejos de garganta azul.
Pero lamentablemente incluye una serie de cuestiones que oscurecen la brillantez de la obra. Más que «intrigantes» la autora habla de «comportamientos extremos» afirmando (citando para ello a otro autor) que «los ejemplos raros de la conducta son siempre esclarecedores», algo chocante para la ciencia positiva, que precisamente busca lo contrario. Para sostener este argumento, entiende que las conductas inusuales indican una adaptación ingeniosa a problemas complicados.
Cae también en el abandono de su ciencia particular (incluso abrazando la ciencia ficción), cuando tilda de «conducta inteligente» y «cultural» algunas acciones descritas, o elaborando conclusiones a partir de sus observaciones (no se pierdan en la parte final con la hipótesis de que los cuervos, en cuanto la humanidad se extinga, van a ocupar nuestro lugar y serán «los siguientes grandes pensadores»). No faltan las prescriptivas alarmas sobre el cambio climático, para dos párrafos después celebrar un número considerable de especies formidables que lejos de desaparecer están multiplicándose.
Y por supuesto no podía faltar… ¡la perspectiva de género!: «la visión ornitológica no solo se ha distorsionado por los prejuicios hemisféricos de los investigadores, sino también por su género y por perjuicios sexistas. Hasta hace bastante poco, la mayoría de los ornitólogos eran hombres y la investigación tendía a centrarse en lo que eran capaces de hacer los pájaros macho».
Estas cuestiones no son la parte enjundiosa de la obra, pero lamentablemente nos muestran el espíritu de la misma y termina suscitando más sospecha que asombro.