«La diagonal Alekhine». Historia, ajedrez y degradación moral
Esta novela biográfica sobre Alexander Alekhine tiene su principal virtud en separar ajedrez y vida sin separar ajedrez y moral, y en «hablar de ajedrez sin jugar al ajedrez»
alfaguara / 280 págs.
La diagonal Alekhine
La ficción de la vida y obra del gran maestro del ajedrez Alexander Alekhine (1892-1946) viene acompañada de un hándicap bien gordo para el que lee, pero sobre todo para el que escribe. Pasa lo que ya dijeron en Netflix cuando los lumbreras de Twitter se quejaron de que el tráiler de la segunda temporada de Narcos les «spoileaba» al desvelar la muerte de Pablo Escobar, pasa que «la Historia es el spóiler».
Cuando la «Historia» con mayúsculas ha dicho todo lo que había que decir de un determinado acontecimiento o personaje, el escritor de ficción, supeditado a la «historia» con minúsculas, se juega el tipo: contar una realidad o una vida que ya conocemos haciéndonos creer que no la conocemos, y que incluso puede llamar nuestra atención cuando la cuenta. Precisamente en su última novela, La diagonal Alekhine, el francés Arthur Larrue se ha metido en ese jardín de hacernos creer a los aficionados al ajedrez –porque este es un libro para aficionados al ajedrez– que se podía contar por enésima vez la vida de este «sádico» de los sesenta y cuatro escaques y embaucarnos con su narrativa. Lo consigue.
Al contrario que su compatriota Éric Vuillard, con el que es imposible no establecer comparaciones en el ámbito de la «nueva ficción histórica», Larrue prescinde de los anecdotarios que suelen servir de base al primero para alzar la narración diferente y atractiva de la historia. Y aunque anécdotas no faltaron en la vida de Alekhine, Larrue expone la más grande de todas, el rechazo del franco-ruso a conceder la revancha a Capablanca –se fue a la tumba sin resarcimiento– nada más comenzar la novela, con intención de dejarla atrás cuanto antes y primar lo que conviene a su estilo y la etapa vital del biografiado: el contexto histórico.
Atrincherarse es dejar que el otro imagine su ofensiva
El Alekhine campeón del mundo, con una egolatría inversamente proporcional a su capacidad de controlarla y conducirse con suficiente madurez emocional por la vida, condescendió al nazismo y transigió con el antisemitismo en una serie de artículos en los que creó una ficticia diferenciación de estilos de juego según razas. Obtuvo su castigo en vida: el abandono de Grace, su cuarta mujer, el único sostén económico y afectivo medianamente real de su vida; el rechazo de la comunidad ajedrecística mundial; la esclavitud a la que él mismo tuvo que someterse para sobrevivir a la propaganda nazi; la degradación de su nivel de juego; y la mala conciencia que le persiguió, evidenciada en un alcoholismo galopante, a pesar de su impostada fachada de arrogancia.
Esta interacción con los elementos históricos es el centro de una novela que tiene su principal virtud, en lo biográfico, en separar ajedrez y vida sin separar ajedrez y moral y, en lo narrativo, en «hablar de ajedrez sin jugar al ajedrez». Ambas cualidades permiten introducir y juzgar su juego –construido sobre un estudio titánico, más que en el genio, con impresionantes cualidades y resultados en las simultáneas, y una particular violencia hasta en la defensa– sin por ello justificar al personaje, y viceversa: permite juzgar al personaje sin por ello anular su aportación al juego.
El ajedrez ya no era una metáfora de una batalla, sino la batalla misma
Cierto que Larrue no siempre consigue mantener el mismo interés, sobre todo cuando abandona por demasiado tiempo a Alekhine y realiza grandes circunloquios por la historia, perdiéndonos en ficciones ajenas que por momentos parecen extemporáneas al biografiado –un oficial nazi que gusta del sadomaso, soldados alemanes y de la resistencia que compadrean sin venir muy a cuento–. Pero termina por pesar más el relato ajedrecístico y vital, y el poso de reflexión que deja una Historia capaz de engullir a las más grandes mentes.